Las eternas fiestas de los monos
El título de la columna Triple Team me entusiasmaba Violencia y basket, apareció como cada
jueves en el Listín Diario
(Nov.03.2016) bajo la firma de Alex Rodríguez, como un guiño, un ademán o una
ironía de los que están vivos; quizás buscaba un mundo alternativo. Al leer me
desdibujé, por supuesto esperaba mucho algo más. “Cada año
o cada dos años, la epidemia de la violencia que arrastra la sociedad
dominicana toma como víctimas a las canchas de baloncesto”. Visto así, las
cosas son muy sencillas, pero la violencia en el baloncesto dominicano es
asunto de todos los días.
Pájaro secretario en Sudáfrica foto; Johannes Swanepoel |
Johnny
Ventura grabó en los años de la década de 1970 un merengue donde tocaba el tema
de la fiesta de los monos; estos eran monos por feos: el propio Ventura, Rafael
Corporán De Los Santos, Luis Martí, Tito Campusano, Simon Alfonso Pemberton,
Joseito Mateo, el rey del merengue,
Alberto Beltrán, Fausto Rey y otras cuantas figuras más que colmaban la radio y
la incipiente televisión de esos años.
Podemos
decir todo lo que nos apetezca, la realidad pliega cualquier plan, ese tipo de
cosas que preferiríamos no enfrentar de adultos; nuestro deficiente grado de
educación, la escasa formación familiar que estamos recibiendo, y para peor: la
deficiente educación que estamos entregando a nuestros hijos, los hogares
disfuncionales, las indelicadezas de todos, las cifras de embarazos en
adolescentes que ocultamos, la aplicación de justicia en las canchas en
situaciones apremiantes de los partidos por deficiencias arbitrales o mandatos
de determinados sectores, la no realización de las consabidas pruebas de
dopaje, el consumo del alcohol en los escenarios (incluyendo jugadores), el
retiro de la masa de fanáticos que le daban cierto esplendor a la actividad (y
que nunca más volverán), el negocio de entrenadores y agentes alrededor de la
formación de los equipos.
Opisthocomus hoazin en Perú, foto: Douglas Sprott |
Todo
está muy bien, la precaria eficacia nos azota, pero la verdad es la falta de
autoridad en el baloncesto, desde hace muchísimo tiempo, y las diligencias de
la misma.
Cuando
aparecieron los primeros brotes de violencia se ocultaron, y si la memoria no
me traiciona, hubo perdidas humanas; para ser más exacto ocurrió en Santiago.
Eran tiempos donde Rafael Fernando Uribe Vásquez, también conocido por el mote
de Rafelin, jamás imaginaba pisaría
una cancha como miembro de la Federación Dominicana de Baloncesto (FEDOMBAL) o
era aún un muchacho que había que cambiarle los pañales. Los que si pusieron el
ojo en lo que no salía en los medios fueron los patrocinadores; involucrados en
la imagen prístina de sus mercancías.
Así,
por ejemplo la Cervecería Nacional Dominicana (CND) en manos de la familia León
Jiménes, con don José, don Eduardo, y don Guillermo, otorgaba licencias
amplísimas; patrocinaba eventos y también a equipos participantes, inclusive
sin que sus marcas aparecieran en algunos uniformes, como pasó mucha veces con
el Mauricio Báez. Verdaderos mecenas de las actividades deportivas. Pero los
tiempos cambiaron, el mal manejo institucional, el desorden dentro de los
clubes participantes y las muestras de indisciplinas hicieron que la bien
labrada imagen del baloncesto perdiera su empuje; las llaves se perdieron con
actores que aún pululan y tienen reservada aceptación.
Breeding Snowy Egret en Wisconsin, foto: Mary Lundeberg |
Llegaron
los clubes de barriadas carenciadas, sin ideas contables pero con especimenes
para temerse, administradores distraídos, las entradas eran el botín diario y
las gradas se convirtieron en escenario para las trifulcas. Los espónsores
amagan, revolotean, pero no aterrizan aún; nada de poner cosas definitivas en
manos que no son confiables.
Después,
coincidencialmente, desde la llegada del Partido de la Liberación Dominicana
(PLD) al poder, los que se creen más hábiles consideraron que descubrían el
agua en bolsitas plásticas si incluían a políticos. Nunca hubo muchas sillas,
los vivos hablaban de futuro con los muertos y más de uno se despidió para
acudir a la cita del destino. Las promesas llegaron pero el dinero no hizo acto
de presencia. Los nuevos patrocinadores, repito para no olvidar, amagan,
revolotean, pero no aterrizan.
Ni
hablar del retiro del Club Deportivo Naco (1985), después de la agresión de
Iván Mieses contra Ralph McPherson, que con sus equipos y presencia era un
dique de contención contra el populismo más abyecto. Arroyo Hondo volvió a
salir a la pista, Mieses pudo encestar algunos canastos más en el Palacio de
los Deportes, pero nunca fue detenido pero a lo grave del incidente y McPherson
se quedó sin su bazo; una parte de sí fue a los desechos orgánicos de una
clínica en la capital dominicana, pero eso no le impidió volver a jugar por lo
menos una década más repartida entre Alemania y España.
Trogon collaris en Ecuador foto: Nick Athanas |
Todos
estábamos a favor o en contra de los naqueños, nadie quedaba indiferente.
Empezó la añoranza de los que se fueron, no como fantasmas ni como abejas, ni
en los sueños de los más incondicionales, sino en nuestras propias narices y
empezaron las expresiones descendientes.
Con
la casi inmaculada Liga Nacional de Baloncesto (LNB), pasa igual, sus eventos
terminan como “la fiesta de los monos”… ¿qué como?... ¡a rabazos!, pero todos
callan irresponsablemente. Callan los directivos, los dueños de los equipos, la
prensa “designada” para cubrir la
justa, y así el rosario se hace eterno.
El
baloncesto dominicano, y es triste decirlo, no tiene referentes solventes. Las
administraciones nacionales y las propias locales permitieron que los ogros que
siempre han pululado sacaran las garras. Aún hay quienes se estarán asombrando
de que los Cachorros de Chicago hayan ganado la Serie Mundial y roto la
maldición de la cabra, o a estas alturas ya se dirá rompido. Las competencias básicas son inexistentes, las del jugador
se limitan a su capacidad, siempre muy emotiva, de encarar el aro y anotar
algunos puntos. Para entrenadores es el burdo comercio, dirigentes de moral
extraviada y bolsillo fácil. No hay más exigencias y todo el mundo queda
contento al final del día.
Los
tiempos que corren son de una decadencia institucional como nunca antes, en
todos los órdenes de la vida nacional, y el deporte no escapa a ello. A ello se
suma la presión de los que se han convertido en dueños de los clubes populares
por barrer los sentimientos barriales y convertirse en los mecenas de esos
sectores. En Villa Juana, para poner el ejemplo más edificante, Leonardo de
Jesús Heredia Castillo, también conocido por el mote de Leo Corporán, desafectó a Saturnino Martínez, a quien todos
conocemos como Moñoño, después de
haber sido presidente del Mauricio Báez por más de tres lustros, pero no ha podido
con el empuje del diputado Gustavo Antonio Sánchez García.
Dacnis hartlaubi endemico de Colombia foto: Nick Athanas |
Hay
amores desterrados que después pesan grandemente en la conciencia y sólo quedan
los trofeos para exhibir, mientras el latido social de la barriada no deja de
estar presente.
“Matrimonio sin divorcio”, me pareció estar hablando lisérgicamente, no conozco a nadie que se haya
interesado mínimamente por la botánica y concomitantemente con el baloncesto
dominicano, más allá de los entrenadores que pasan horas muertas en casa de
curiosos, tratando de adivinar la suerte de los partidos, el azar de una
apuesta… ¡porque acá se apuesta y mucho!, ¡apuestan los entrenadores!... a favor y en contra… y eso es otra
forma de violencia deportiva, quizás la más descarnada.
No hay estilos, las historias
de borran, los legados se pierden y la vida pasa, y aún cuando se ganaba y se
perdía con hidalguía, se veían las luces, los sueños, la esperanza, se
construía, pero eso se cortó. Se marchitan otros tiempos con actores dislocados
por el dinero, la codicia, quien sabe si también bajo los efectos de algún
estupefaciente.
“los dolientes del baloncesto -que sufren los ataques de
los enemigos gratuitos de ese deporte que toman estos incidentes como caldo de
cultivo- sí tienen en sus manos la forma de minimizar los daños causados por
este síndrome que parece enloquecer a quienes lo padecen”. Frase fúnebre,
temeraria, irreflexiva; sería oportuno que se señalaran frontalmente a quienes
el autor de la frase considera enemigos gratuitos del deporte. Es hora de
quitar algunas caretas.
Eumomota superciliosa en Yucatán, foto: Vivek Tiwari |
También
es oportuno que señale quienes reciben canonjías para la difusión interesada de
actividades. Los que están a la diestra de Uribe Vásquez, los que reciben
beneficios marginales, los que están en la nomina del Ministerio de Deportes y
Recreación (MIDEREC), y dispersos en todas las federaciones deportivas y en
propio Comité Olímpico Dominicano (COD). Esos enemigos gratuitos deben de contar con nombres y apellidos, una
cedula de identidad y electoral, y muy posiblemente ejerzan sus deberes
ciudadanos en cada oportunidad.
¿Qué
periodista dominicano escribe en una maquina transparente?... hay quienes
exigen que cada cuartilla, para hablar en los tiempos en que me iniciaba en
esto de escribir, pase por la censura; que los textos sean previamente
aprobados, cruzando el ciberespacio y después devueltos a las redacciones, porque
en ellos se pueden esconder algunas cosillas, desde navajas de rasurar hasta
cocaína.
Como
escribió Arturo Pérez Reverte: “les
advertimos que las imágenes que van a ver son muy duras”. Y cuando en casa,
alarmado por la advertencia, el espectador se apresura a sacar a los niños de
la habitación, tapar los ojos de su esposa y retener aire en los pulmones él
mismo, apartando la vista de la pantalla o poniendo a mano una caja de kleenex,
o bien, en otro tipo de sensibilidades, todo cristo en la casa se agolpa ante
el televisor, expectantes, disfrutando de antemano con lo que suponen una orgía
de violencia y sangre, el telediario de turno va y muestra desde muy lejos, en
un video de aficionado, cómo un policía mata a un delincuente, o al revés,
pegándole un tiro, con la precaución previa de haber pixelado, o emborronado, o
como se diga, la pistola del policía y la figura del fiambre. O pasan las
imágenes de casas reventadas por un atentado terrorista con sólo una manchita
de sangre en el suelo. O un niño llorando ante una alambrada turca. Cosas así.
Y después de haber emitido tan duras y bestiales imágenes, a salvo ya la
conciencia social de la tele de turno, pasa el telediario y ya se pueden
emitir, sin problemas ni sensibilidades heridas de nadie, una película de
zombies antropófagos, la secuencia inicial de Salvando al soldado Ryan o a la heroica chusma lancera de
Tordesillas acuchillando impunemente al desamparado toro de la Vega”.
Aegithalos concinnus en India, foto:Suraj Ravindra Das |
Agregaba
el escritor español: “preferimos
mantenernos en la nube aséptica mientras podamos, cerrando los ojos, o
entornándolos, para no aceptar el hecho contundente de en qué mundo de mierda
vivimos. Para no herir nuestra delicada sensibilidad. Y así vamos trampeando
día tras día, empeñados en pasear por Disneylandia. Hasta que el ratón Mickey
se levanta el refajo, grita Alá Akbar y nos vamos todos a tomar por saco”.
“Vivimos prevenidos, atentos al pajarito, preparados intelectualmente
para pagar el precio que la vida, a veces, o casi siempre, acaba por pasarnos
como factura. Y saber que las bombas descuartizan, que con los tiros se sangra,
que el rostro del dolor y la angustia poseen tal o cual matiz, que el cuerpo
humano tiene dentro cinco litros de sangre que se vacían a toda leche, es
fundamental para la conciencia del ser humano. Otra cosa es que los hijos de la
grandísima puta que viven del escándalo, de restregar por la cara el espanto
para convertirlo en cling-clang de caja registradora, deban ser controlados y
vituperados cuando se pasan en su catálogo de basura barata. Pero estamos
hablando de dos cosas distintas: del periodismo veraz, necesario, que obliga a
mirar el horror cara a cara, frente al oportunismo mercenario que sólo busca rentabilizar
casquería sin reparo… siempre prevaleció la necesidad de informar, sacudir
conciencias, estremecer al espectador con la verdad de lo que ocurría; con el
no siempre fácil equilibrio entre informar y mostrar, sin que eso fuera, o
vaya, más allá de lo estrictamente necesario para que el espectador sepa, asuma
y comprenda. Porque, a menudo, para reflejar el horror ni siquiera hacen falta
cadáveres. Basta un plano de las botas de un reportero, después de un bombazo,
dejando huellas de sangre en el asfalto”.
Paroaria nigrogenis por Amilcar Lusinchi |
Como
circula en las redes sociales, el agua que toman los dominicanos contiene
substancias lisérgicas, por eso tanta indiferencia. Aquí nadie
es capaz de mover un dedo de manera desinteresada. Pero esos efectos tienen
diferentes grados dependiendo de las dosis y los organismos. “Porque la vida, y me refiero a la vida real, no a la que algunos tontos
del ciruelo se empeñan en vendernos como tal, es bronca de cojones”.
El deporte dominicano
deja correr fortunas que terminan en manos nada decentes que pudieron
servir para escuelas, hospitales, planes
de vivienda, calles más seguras. También hay otro damnificado en esta sangría
de las arcas públicas para complacer a “los olímpicos”, el fanático genuino,
ese que no sólo comprobó que le pusieron la mano en el bolsillo mientras se
borraba la calidad del espectáculo. Además sintió que le clavaron un puñal en
su corazón.
El
baloncesto dominicano se mueve entre el horror y el azar, no importa si se
baila un largo minué de guiños y
desconfianza; nadie quiere verlo.
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