Fantasmas en los armarios
Cantaba Johnny Ventura (Juan de Dios Ventura Soriano,
Santo Domingo, 1940), aún en la escena del espectáculo, un contagioso merengue:
“un poquito para atrás, por favor, un
poquito para atrás”, con dolor y nada de alivio tenemos que admitir que la
suerte de República Dominicana no le importa a nuestros gobernantes; ha sido así
desde siempre, por eso cada vez en lugar de avanzar nos colocamos más lejos de
la sociedad que una vez aspiramos, aunque fuese en nuestros sueños de adolescentes.
El país no se reinventa, está postrado, lejos de su versión punzante de otras tantas ser libre sabrá.
Esta sociedad que le ha servido a tantos de manera simpática,
desde los tiempos donde se vivía pegado a
la teta de la vaca y los perros se amarraban con cuerdas de longanizas, no
recibe la asistencia de nadie, así de brutal, escéptico e impiadoso es el
camino que nos han trillado. Limite entre el ingenuismo y la comedia negra para
terminar involucrándonos en la vida de todos, incluyendo particularmente
nuestras extravagantes peculiaridades. Como al revés de la prudencia, como si
fuera el frío que espanta al sol, en esta
tierra de olvidos y componendas repetidas, así, los miedos naufragan en la mirada de muchos.
La alegoría que en estos tres primeros lustros del
siglo XXI nos ha gobernado se formó en un país enfrentado a la realidad que nos
ocupa (tómese como ejemplo la serie de comerciales de ron Barceló, de hace 30
años y se apreciarán diferencias), donde presumíamos de ser gente buena, bondadosa,
noble, de principios y una educación que sin llegar a la excelencia permitía la
ristra de seres con apetencias superiores.
Sucedió que en el camino nos divorciamos de lo
sembrado y sólo le tomamos amor al dinero. En el mismo periodo hay gente que ha
amasado enormes fortunas con la inestimable ayuda de Hipólito Mejía Domínguez,
Leonel Fernández Reyna y Danilo Medina Sánchez, muchas sin dejar huellas; no
como socios, quizás, pero si como imponderables
colaboradores. Historias que dejan secuelas y se enhebran entre unos y
otros. En toda nuestra historia nunca habíamos asumido una clase
política más corrompida que la actual, sus actuaciones invaden la esfera penal
y riñen con buenas costumbres, los elementales principios de ética y moral,
enraizándose y ensanchándose como pandemia, ya que por su facilismo el
enquistamiento es seguro y la reelección de aquellos es asegurada desde el Palacio Nacional.
En lo referente a
funcionarios públicos, electos y nombrados, se empiezan a abrir las zapatas
cada más amplia de la desconfianza sobre la impunidad que exhibe la corrupción.
Bisagra enmohecida que de vez en cuando pareciera ceder pero otras se refuerzan
dejando preguntas que alguna vez esperan ser abonadas. Pareciera como si en
lugar de colocar penetrante para liberar la herrumbre acopláramos elementos
para solidificar esa capa indeseable.
Eternamente las llaves
del corazón del pueblo no permanecerán en manos extraviadas.
Aristóteles era escéptico con respecto a la eventualidad de que la
democracia pudiera ser la grafía de autoridad más apropiada para regir los
destinos de la polis. El perfil ideal para un gobierno era
la república entendiendo un estado sometido al imperio de la ley por sobre los
intereses de grupos particulares. Hoy sabemos que los códigos no han sido hechos
para impedir sino para proteger la lucha entre contrarios. Eso significa que la
democracia no está al final de la pelotera sino en la lucha misma. Instancia sin
final.
Las suspicacias de Aristóteles serían las mismas del vitalista Friedrich Wilhelm Nietzsche, el perspectivita José Ortega
y Gasset, el psicoanalista Sigmund Freud y la teórica Hannah Arendt,
quien prefirió la sociedad de clases en contra de la sociedad de masas (El Origen del Totalitarismo).
Mientras el país esperaba conocer la conformación de
la Junta Central Electoral (JCE) los diarios nacionales incluyeron el listado
de los aspirantes a la Cámara de Cuentas (Nov.16.2016), ahí conté entre
conocidos a: Alfredo Antonio Cruz Polanco (miembro actual), Pablo Domingo Del
Rosario (miembro actual), Ruddy Nelson Frías Ángeles (presidente del
Ayuntamiento del Distrito Nacional entre 1991 y 1992, entre otras muchas
posiciones; intentó ser Defensor del Pueblo en el 2010), Pedro Gil Iturbides (director de la Biblioteca Nacional, entre 1974 y 1978, graduado
en Pedagogía Religiosa y técnico en propaganda política),
Juan José Heredia Castillo (miembro actual), Ramón Arístides Madera Arias (postuló al Tribunal Constitucional en el 2011), Licelott Marte de
Barrios (presidente actual), José Ernesto Marte Piantini (pastor
religioso y abogado; director electoral del Partido Revolucionario Moderno
–PRM- ante la JCE), Mateo Constantino
Morrison Fortunato (abogado y poeta, titulado en administración cultural),
Nolia Migdalia Moya Mustafá (intentó ser Defensor del Pueblo en el 2010, un año
después postuló al Tribunal Constitucional), Pedro Antonio Ortíz Hernández
(miembro actual), Trajano Vidal Potentini Adames (aspiró en el 2010 y en 2016 a
la JCE), Ernesto Jorge Suncar Morales (pretendió estar en el 2011 en Tribunal
Superior Electoral y en este 2016 también en la JCE).
Se repiten nombres; eternos aspirantes a posiciones de
responsabilidad
pidiendo el concurso de legisladores. Sociedades que no se extinguen donde cada
quien trata de tomar el pedazo más grande del pastel. Si no se salvan las
buenas costumbres pero lo menos hay que salvar el dinero. Van a la conquista
del botín infinito.
Hay otras tantas cosas más que me parecen
inverosímiles, pero suceden en nuestra cotidianidad. Sigfrido Pared Pérez (Santo
Domingo, 1957) jefe del Departamento Nacional de Investigaciones (DNI) le
concede una entrevista a la periodista Consuelo Despradel y se despacha
hablando hasta por los codos, cuando la prudencia y la discreción deberían ser
norma. República Dominicana se vanagloria cada año de contar en calidad y
cantidad con los más renombrados jugadores del béisbol, pero esos muchachos
apenas alcanzan su primer contrato con cifras interesantes jamás vuelven a
integrar los equipos locales, y los fanáticos tienen que conformarse con verlos
por televisión.
Así entiendo que la máxima aspiración de un abogado,
sin importar su grado dentro de los leguleyos, es aterrizar como miembro de la Suprema
Corte de Justicia; después la gloria. De un militar ocupar la jefatura de su rama
o la cabeza del Ministerio de Defensa (antes Secretaría de las Fuerzas
Armadas), después un retiro adecuado. Entre ceja
y ceja hemos creído que somos el centro del universo y necesitamos tan poco
del mundo y que este necesita tanto de nosotros que dejamos huellas
imperecederas a cada instante.
Julio César Castaños Guzmán (Santo Domingo, 1955)
acaba de ser seleccionado como presidente de la Junta Central Electoral (JCE);
deja la Suprema Corte de Justicia, donde es vice-presidente para regresar a una
institución en la que agotó dos periodos (1999-2002 y 2006-10), una de ellos
como presidente. En la página del Poder Judicial se puede leer: “un doctrinario y catedrático notable”.
En poquísimas letras, un hombre previsible, característica apreciada en el mundo
conservador en que nos desenvolvemos. Respetará alianzas, inclinará la cabeza
ante los que lo seleccionaron y no se tirará un peo sin que antes pida la indulgencia para ello. Siempre me ha
parecido un hombre con miedo y las dudas que generan esos temores son un
sentimiento catastrófico. Nuestros miedos nos llevan a derivar efectivamente en
sabandijas.
La mesa que se formó para gobernar la JCE no garantiza
que se enviarán señales de cómo resolver los problemas del país en materia de registro
civil y cuestiones electorales, después de las barrabasadas cometidas por
Roberto Rosario Márquez (presidente saliente), especialmente con los descendientes
de haitianos censados y registrados desde el 1929, a quienes se les robó su
identidad.
Esos nombramientos no producirán reacciones de espejo,
quizás si amplios cuestionamientos. Sólo hay que recordar los desaguisados y
transgresiones de Henry Mejía Oviedo mientras formó parte de la Cámara de
Cuentas. La sociedad fracasó y no podemos remitirnos a los articulistas del
juego del béisbol al comparar las alineaciones: este es mejor que aquel, tiene mejor bate o mejor guante. Roland
Barthé (filosofo, ensayista y semiólogo francés, 1915-80) decía: “una verdad de más de cinco líneas se
convierte en ficción”. Lo que se nos ha impuesto es una simulación
hipócrita.
La cabeza visible de Mejía Oviedo me repite que las
elecciones del 2020 ya están decididas a favor del candidato oficialista. Así
como me lo señalaron estas, del 2016, por las sumisiones y complicidades de
Rosario Márquez. Hasta que se demuestre lo contrario, este personaje es una
amenaza latente para cualquier sociedad.
Estamos permitiendo nuevos apoltronamientos de la corrupción
en un Estado que es condesciende con la permisividad en su expansión y no
exhibe una lucha coercitiva frontal para enfrentarla. Estamos condenados a
vivir los días más aciagos de nuestra historia y ellos nos conducirán al caos.
Quizás resulte axiomático decir que después de
Medina Sánchez la República Dominicana no será la misma. Sin embargo es una
obviedad que vale la pena repetirse, en gran medida porque parece que el escepticismo
y el miedo son los dos elementos qué más hacen eco entre los desmoronamientos
de encuestas, análisis, comentarios y predicciones. Asignatura pendiente
para jurisconsultos, asesores y parlamentarios: un ente es la ley y otro que la
ley sirva para fullerías dentro de la trampa. Sin inhibiciones.
Nuestros gobernantes
apuestan eternamente a las glorias más sublimes, sin importar consecuencias,
viviendo de espaldas a la situación social y política que
es abiertamente comprometida. No sólo por la dilatada crisis económica que se
padece, desdibujada cada tanto por un Héctor Valdez Albizu, eterno gobernador
del Banco Central, la desconfianza extendida de los dominicanos ante las
formaciones más cardinales y sus representantes (inclúyase: partidos políticos,
sindicatos, bancos, jueces, gobierno central) atizada por casos de corrupción
tan evidentes como en demasiadas ocasiones exentos, impunes y mal esclarecidos,
sino sobre todo por una seria amenaza de desarticulación del país mismo como
tal.
Tomando los textos de El cisne negro. El impacto de
lo altamente improbable (Paidós, Barcelona, 2008), de
Nassim Nicholas Taleb (Amjoun, Líbano, 1960) y dominicanizandolos, nos enfrentamos a tres tipos de ceguera. La
ilusión de la comprensión (todo el mundo
piensa que sabe cómo funciona el mundo); la distorsión retrospectiva (las cosas parecen más claras al mirar hacia
atrás); y la sobrevaloración de cierta información (por ejemplo, las encuestas) y de los discursos de autoridad. Esta
ceguera se expresa en acontecimientos sorpresivos y de gran impacto social, que
el autor denomina cisnes negros. Evidencia nuestra incapacidad para prever el
futuro. “el futuro no se prevé, se
prepara”, diría Maurice Blondel (filósofo francés, 1861-1949).
Los legisladores dominicanos viven cosidos a las
faldas de sus organizaciones partidarias, entre ellos no existen ideas antagónicas, no combaten dialécticamente, ni por asomo y,
eventualmente, jamás convergen. Sus actitudes solo son capaces de ser adoptadas
por los prepúberes.
Por supuesto, tampoco hay que ir muy lejos para
saber que opositores, jugando al nacionalismo más descompuesto, al control de
las almas dentro de nuestra geografía, a ese prodigioso concierto de reproches,
de denuestos manoseados, de antipatías orquestadas, sin ningún tipo de calidad,
como las de Federico Augusto –Quique- Antún Batlle (Partido Reformista Social
Cristiano), Ramón Rogelio Genao Duran (también del PRSC), Porfirio Andrés
Bautista García (Partido Revolucionario Moderno), Vinicio Aristeo –Vinicito- Castillo Semán (Fuerza
Nacional Progresista), Flor Soraya Aquino Campos (Partido de Unidad Nacional), todos,
partidarios y detractores, nada tienen que ofrecerle al país. Este mal no es
endémico del país dominicano, pero ha adquirido una virulencia regulada de
forma inédita cuando recibe el vector condicionante de “este billete tiene fuerza liberatoria
para el pago de todas las obligaciones públicas o privadas”, e inmediatamente ese ludibrio es colocado en el
marasmo más profundo. Son estos en su mayoría, la señora Aquino Campos no ha
ocupado posiciones públicas de relevancia, quienes han abusado de sus
posiciones, poder y confianza para beneficios particulares en detrimento del interés
colectivo, iguales a sus pares oficialistas.
Cada vez más me
asaltan las dudas si entre los líderes que cada cuatro años votamos hay quienes
están a la altura de lo que demanda una ciudadanía exasperada y equipada para
incendiar los templos políticos; las perspectivas no son halagüeñas. Vivimos en
las últimas décadas un proceso de selección negativa de políticos y gobernantes.
Asistimos, lo que en el mundo deportivo podría considerarse el cambio de un
deporte de contacto para terminar en algo más parecido a un espectáculo de los
de Jack Veneno, pancracismo burdo, donde
la posibilidad de sobrevivir indemne es cercana a cero.
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