Chuco, así de simple
Septiembre
07 del 2018
Asistí al ceremonial que se efectuó en memoria del
padre Chuco (Sep.04. 2018), Ignacio Tomás Villar Iturriaga (Mar.30.1935 en Caibarién, Cuba; Ago.29.2018 en Posadas, Argentina), sacerdote jesuita, en
el salón de actos del Colegio Loyola y me gocé aquello. Ocho sacerdotes
oficiaron esa misa, que más que servicio religioso fue un enorme compartir,
encabezados por Javier Vidal, provincial de la orden para Las Antillas.
Después de la lectura del evangelio “la
cosa se puso buena”, el padre Jesús Zaglul, director
nacional de Fe y Alegría “me robó los cuartos”. Nos habló de
sus vivencias junto a Chuco, “el
mismo que partió a escalar el pico más alto”. Siempre pensé que Zaglul
era un tipo “manso”, que nunca rompió un plato, convencido de su vocación
desde muy temprana edad y alumno de la institución con sede en la Juan Bautista
Pérez Rancier, en el Centro de los Héroes, casi frente al mismo Mar Caribe,
expresó sus muchas travesuras junto a su educador y quien lo encaminó al
trabajo social. “Yo, un muchacho que
tenía de todo en mi casa, alumno de estas mismas aulas, acompañando al padre
Chuco a realizar trabajos en los barrios más carenciados de la ciudad; ahí
conocí de la gente necesitada que jamás ha perdido las esperanzas”.
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Cucho, a la derecha, en compañia de Miguel Masa. Pico Duarte |
Hubo expresiones sentidas de sus alumnos,
comunicaciones de su familia que se leyeron ahí, habló Miguelina, quien fue su
secretaria en Cutupú, La Vega, hasta que al final llegaron las palabras de
Sergio Taveras, quizás su más cercano alumno, porque además de su compañero en
las escaladas al Pico Duarte, y a quien todos conocimos como uno de los mejores
jugadores interiores cuando el baloncesto llego al Palacio de los Deportes,
pese a su escasa estatura, también había sido seminarista; la relación entre
ambos se extendió más allá de un simple del maestro al alumno.
En Cutupú asistí a la ordenación sacerdotal de Rafael
Paulino. Este día perdí toda esperanza de que el buenazo de Rafael colgara los hábitos.
No valieron mis invitaciones para que recorriéramos el mundanal espacio
dominicano, porque le hacia toda clase de bromas, todas las sugerencias
infames, que acompañaba de las más deslenguadas expresiones. Nunca dejó de sonreír.
Me impresionaron, entre tantas cosas las palabras de
Antonio Joaquín Monegro Morillo, compañero en la Guardia Centroamericana de
1974: “con Chuco sabíamos a que hora salíamos,
pero jamás a donde llegaríamos ni cuando regresaríamos. Además, se ganó de
inmediato la confianza de nuestros padres que nos entregaban a él como si lo conocieran
de toda la vida. Con él fui a Barahona en bicicleta, a la isla Beata, a Haití,
siempre en aventuras infinitas que jamás se olvidarán”.
Cada uno de los asistentes tenía una vida en anécdotas
para ser expuestas en ese momento.
Chuco además creó el Centro Excursionista Loyola (CEL)
del cual mis hijos formaron parte.
Villar Iturriaga no fue un
sacerdote cualquiera, ajeno
a cualquier pomposidad con cierto aire desgarbado y quizás una tendencia a
quitarse importancia, tocaba las puertas más inimaginables. Sus charlas y sus
manifestaciones en los salones de clases eran una charla con alguien de la
familia, un pariente francamente entretenido sin perder la compostura ni los requerimientos
académicos. Volcado permanentemente a romper con la tónica de la desintegración
familiar por la falta de documentación, tejió lazos en todo el país sin conocer
distancias ni obstáculos.
Parte
de su testimonio nos permitió identificar tendencias a eso que ahora se llama
reunificación familiar, sabiendo que no se podía pasar por alto lo que de
verdad sería importante en el futuro de cada uno de los ciudadanos a los que brindó
asistencia. Depositó una enorme fe en la historia familiar de muchos labriegos
y excluidos, porque la sociedad dominicana no ha respetado a la mayoría de sus
ciudadanos. En todo momento debió de tener clarísimo que la historia vernácula
no es un juez imparcial.
Aquí las cúpulas políticas han empleado el pasado de
manera interesada y a ello se enfrentó con absoluta discreción. Han importado los cambios económicos
y políticos, las ideas, la religión, la geografía, el fin de las ideologías,
las modificaciones a la Constitución de la República, pero pocas veces el papel
que determinados individuos han desempeñado, generalmente desde las sombras.
Una de
las claves para conducir a nuestros países es saber cuando hay que dar marcha
atrás. Eso lo hacen los buenos líderes. Franklin Delano Roosevelt era testarudo
como el que más, pero sabía cuándo detenerse, porque buscaba el consenso y
nunca fue demasiado lejos. Tristemente los políticos dominicanos no saben
hacerlo.
Esas
enseñanzas, en muchos colegios católicos, nos sembraron en los tuétanos, que es
imposible confiar en que nuestros líderes resulten capaces de detener los
problemas; tejen barreras en las relaciones internacionales, retan las reglas
internacionales, y convierten las crisis en permanentes. Los problemas no han
sido subsanados, siguen ahí y desestabilizan las economías; y ellos pretenden
ser eternos en las posiciones. Lo ocurrido ha hecho que todos pongamos en
cuestión al sistema pero también a esos actores.
Del
muro del propio Sergio tomé las siguientes palabras que el compartió: “de sacerdotes como este,
como el inolvidable padre jesuita, Ignacio Villar Iturriaga S.J. (Chuco),
fundador de Fe y Alegría, y quien acaba de
partir a la casa del Padre; de sacerdotes como este, pulcro y santo, entregado
y sacrificado por los demás al Evangelio del amor; de hombres como este, que
son miles y miles en nuestra Iglesia, empezando por el santo Papa, Francisco,
continuando con el sacerdote más humilde arrojado, tal vez, en el rincón más
pobre de “Guayajayuco”, por decir un lugar, y terminando en ti y en mi... y de
la Iglesia, que la conformamos todos, hombres y mujeres, laicos y presbíteros,
también religiosas y religiosos; de hombres y mujeres como este santo varón,
que le llamábamos padre Chuco..., sí que no hablan los detractores de mi
Iglesia, porque es muy fácil tirar la piedra y esconder la mano; es muy fácil
ver la paja en el ojo de quien esta de frente a nosotros, y no reconocer ni
querer ver la viga que llevamos en el nuestro; es muy fácil olvidar que todos
nacimos con la condición de pecado metida hasta en los tuétanos nuestros;
todos, sin excepción, y que solo un hombre como Jesús, quien es mi modelo a
seguir e imitar, es puro y santo. Mejor no sigo escribiendo, porque fácilmente
que retaría a pelear a los hipócritas que injustamente pretenden hacer y dictar
justicia, sin haberse revisado y purificado ellos primero”.
Agregaba: “no hay porque olvidar que los presbíteros
(obispos, curas, sacerdotes, religiosos), primero son “hombres’ de carne y
hueso, y luego son presbíteros, y que al menos han tenido la valentía de haber
hecho, en su pleno juicio y libertad, y por amor a Jesús y a su Iglesia, y con
el único deseo de imitar a su Maestro, Jesucristo, han hecho, reitero, votos
religiosos de castidad, de obediencia y de pobreza, y que por esta libérrima
decisión, no están exentos de ser tentados y de caer, como cualquier otro ser
humano. Y nosotros, seglares impíos, ¿de qué hemos hecho votos?... ¿a quien
pretendemos imitar y seguir?... ¿cuales son nuestros cánones de vida civil,
ciudadana, familiar y social?... ¿cuál es nuestro Maestro, a quien queremos
seguir e imitar, y por el cual haríamos toda clase de votos o de sacrificios?”.
“En aquel
tiempo habló Jesús diciendo: “ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas...
¡que filtran el mosquito y se tragan el camello!... ¡ay de ustedes, escribas y
fariseos hipócritas, que pretenden limpiar por solo fuera, la copa y el plato,
mientras por dentro está rebosando de robo y desenfreno!... ¡fariseo ciego!,
limpia primero tú copa por dentro...”.
Para
muchos de nosotros la voz humana que está en nuestras memorias es importante.
Chuco formó a la generación de los alumnos del Loyola que ahora están entre los
65 y 50 años de edad, alguien que vivió y tenía mucho que decir. Cada quien
creció con su propia historia, Chuco buscaba un denominador común sin
pretender que todos fuéramos homogéneos.
No
soy de asistir a misas, hace años que no comulgo, tanto que no logro una
remembranza de ese sacramento. Pero esa celebración en recuerdo de Ignacio Tomás Villar Iturriaga valió la pena.
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