jueves, 12 de julio de 2018


Palabras prestadas, José Luis Taveras, 4-de-4

Julio 12 del 2018             


A José Luis Taveras fue la única persona a quien le participé que reproduciría uno de sus artículos y no se negó a esa aventura; no me remachó que ir tras el agriodelimon le causaría acidez. Abogado santiagués que ha impactado en la comunicación nacional a base de exposiciones que no tienen desperdicios, lo descubrí hurgando en los trabajos de opinión del diarismo nacional y me impactó. Por demás quien coloca en su cuenta de Facebook una presentación donde se describe “sicoanalista porcino. Recolector de espinas en tierras secas. Pescador de larvas en pantanos turbios”, no puede pasar desapercibido.


Nuestro país muestra una irrecusable anomalía en la crítica social, todo el mundo se ha anexado a la extraña comodidad de la contemporaneidad pintada de cárdeno; ir contra ello tiene un costo altísimo.

La suerte de todos está secuestrada mientras damas y caballeros replicadores de la aprensión, ante tantos misterios gozosos, adquieren la etiqueta de ángeles que solo aman las calderillas mientras creen se hacen dueño de lo mediático; diablos que jamás vacilarán entre la prudencia, lo aconsejable, la honestidad; intrigantes figuras que crean confusiones con sus opiniones publicadas, ascendencias irrebatibles y axiomáticas que tratan de crear opiniones publicas interesadas, dejando entre nuestra ignorante masa que al pisar con ojos y oídos sus proclamas de boñiga se encuentran con cremosos e imprevistos tropiezos.

Surgen nombres que se convierten en cancerberos ante antivalores, privación de la ética, impunidad inadmisible, de aquellas épicas hazañas de nadar en ríos de lodo y estiércol para no ensuciarse ni por casualidad, privación de transparencias, malversación de fondos, coimas interminables, evasiones fiscales, desmotivación popular, rabias permanentes, jueces y fiscales arrastrados por la ventisca que ahora se llama Jean Alain, pero que ya contó con otros patronímicos: Céspedes Martínez, Juan Arístides, Juan Demóstenes, Abelito, Marianito… las buenas historias necesitan héroes y el sistema judicial carece de ellos.

Cada vez estamos más lejos de las utopías.

Estos son tiempos de la ruindad del espíritu, el vacío del terráqueo mundo, egolatrías brutales y la bestialidad como un fondo ontológico invulnerable. Se nos impulsa a quedarnos sin antídotos ante la acida lucidez que trata de desfigurarnos.

Se nos vende un presente imperativo, despótico, avasallador, sin ningún tipo de anhelos. La dulzura de la existencia humana sobre el globo es incompatible e incongruente con la necesidad de oxigenarse, mientras el placer queda en una veleidad retorcida por las penas. Huimos del prójimo, de la naturaleza, de la benevolencia. Infligimos daño a quienes amamos y apostamos a nuestra propia homogenización. Colocamos la guadaña cada vez más cerca de nosotros.

De Pedro Cabiya (May.30.2016) tomé estas líneas, donde le escribía a nuestro personaje: “estamos locos, José Luis. Acéptalo. Yo lo acepté. Estamos desquiciados, de manicomio. Que alguien nos medique, pana, que nos tranquen”… “Alucinamos, colega, alucinamos. Los videos, los golpes, las trampas, la suciedad, la matemática sicodélica, el irrespeto a los procedimientos, los incendios… Dejemos de fumar cáscara de guineo, José Luis. No nos hace bien. Nubla nuestras percepciones. Nos atosiga. Atrofia nuestro entendimiento. Debemos revisarnos”… “el consenso oficialista dice que la bacía es yelmo, amigo mío, ni siquiera baciyelmo. Estamos viendo el asunto de manera equivocada. Tenemos el sol en los ojos y el alboroto circundante nos desorienta. No podemos confiar en nuestros sentidos”.
Pedro Cabiya

Agregaba: “tampoco en nuestra inteligencia, que tan bien nos había servido hasta ahora. Queda supeditada de pronto a la opinión de medios que claramente no están cooptados, de periodistas que obviamente no son bocinas, y de aventureros de la palabra que hacen gala de tolerancia (pero con la pillería), de apertura a todas las posibilidades (en especial si descargan a los pillos), de plasticidad ética (todo es relativo, al fin y al cabo), y de un temperamento profundamente compasivo… pero única y exclusivamente cuando la bandeja de la balanza se inclina a su favor, cuando son ellos los que están guarecidos bajo los cobertizos del poder y pueden darse el lujo de predicar subjetividad, ambigüedad, creando un clima donde nada tiene asidero, donde no hay verdades objetivas, donde todo es del color del cristal con que se mira. Habiendo acumulado el poder del lado de ellos (y “ellos” pueden ser cualquiera de los contendientes), se vuelven magnánimos con las definiciones, indulgentes con los plazos, flexibles con los procedimientos, generosos con el uso del ejército, y pacientes con las triquiñuelas de los suyos — al tiempo que son estrictos con la forma en que deben ser canalizadas las quejas, exigentes en sus llamados a la paz y el orden, e implacables en su noción de cómo, cuándo, y por qué debe la oposición protestar. Cobran hasta el último chele antes de los treinta días, pero cuando les toca pagar redondean para abajo, noventa días después, y todavía se lo encuentran caro”.

En la República Dominicana de hoy se intensifican los simbolismos de cualquier tipo, las eternas preocupaciones filosóficas y teológicas asfixian el relato feudal en que nos desarrollamos, mientras vivimos enredados en una presunta gravedad de la cotidianidad. Paisaje lleno de cuerpos sin alma, números que no suman ni restan, relojes sin agujas, balanzas sin fiel, chicharrones light, butifarras bajas en calorías, coco con leche de Dulcería Selecta sin azúcar, médicos que cuentan espectros, hasta nos quitan esa imprescindible compañía, cómplice silencioso de las madrugadas, que nos besa desde una taza y nos brinda un abrazo desde las entrañas, que recarga el alma, aleja las preocupaciones y nos brinda las primeras fuerzas para aventurarnos en la cotidianidad: el sorbo de café. Ahora nos llega desde Vietnam.

Nos impusieron el terror absoluto y desfallecemos ante personajes que no tienen fantasías, que aprendieron únicamente a recolectar miserias, coleccionar veleidades y atesorar lo ajeno. Dramáticos desequilibrios que nos colocaron al borde del abismo, sin salvación posible. Teóricos tristes, llenos de definiciones y soluciones frente al mundo, que a la hora del café y pide un capuchino descafeinado, con leche deslactosada y le coloca aspartame, diciéndonos quiero un café robusto y romántico, pero efímero y sin alma.

Como colofón nuestros rostros fueron trasladados al umbral de los miedos, y nos pintaron un simulacro; nos han disuelto el yo tratando de convertirnos en homogéneos, para que todos corramos con existencias rebatidas, mientras se nos entierra la dignidad, de momento ya no reflejaremos nada ni sentiremos lo etéreo, experimentaremos un desasosiego sordo.

En Abr.26.2018 José Luis Taveras nos regaló en las páginas de Diario Libre su trabajo “Cuando la vida huele a naranja”. Aquí su texto:
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El “chinero” encarna a un ejército de gente anónima que despierta el día para subsistir. Militantes de la vida atados al mismo relato; almas atrapadas en sus letras oscuras y vacías.

Sus dedos gordos, toscos y rugosos tientan cada naranja. Las manosea una a una. Olfatea las más amarillentas como un sabueso provocado, y apila las menos lastimadas. Mira al cielo y se persigna: es el momento de tejer la rutina. Empuña el cuchillo y, con precisión quirúrgica, desliza su filo por la piel ácida de la fruta. Así, pone en marcha el día, sin más espera que verlo andar, tan pesadamente como el anterior y con la certidumbre de que sus horas serán un calco del que viene. Una vida lineal, dócilmente imperturbable, tasada por la venta de cada día y sin otro balance que los chelitos de sus sudores, jornal que lleva a “casa” justo cuando el sol se ahoga en el horizonte.

Él sabe muy bien quiénes pasarán, lo que comprarán y hasta puede recitar anticipadamente su saludo. Intuye sus gestos, conoce sus historias como a sus frutas. Su mejor motivo para sentir la vida es el cafecito de las seis, ese que comparte con el guachimán del frente. Con su ayuda, monta la destartalada mesa de venta, socia de sus penurias. Después del último sorbo, tan demorado como un beso primerizo, aspira el aire de la mañana mientras ordena primorosamente su inventario. Lo que sigue no será distinto a lo de ayer ni a lo que ha hecho en los últimos diez años. En su mundo sobran espacios para estrenar emociones. Sabrá Dios cuáles imágenes retratan lo que no nunca ha vivido; eso que ha deseado encontrar entre las brumas de la fantasía y la lejana esperanza.

Me provoca saber cómo dibuja sus quimeras: desmoronar la nieve, montar un avión, vocear en el Yankee Stadium, salir con su primo por las calles de New York, ponerse un pesado coat (y verse como un astronauta), comprar unos Nike blancos y, claro, la franela de Lebron James para su hijo. Sí, New York, suspiro siempre inconcluso; allí donde empieza y acaba el mundo... su mundo. Pero, ¡qué va! sobre ese destino pesa una condena que no guarda motivos: en los fueros académicos le llaman “exclusión social”; en su ignoto universo, “miseria”, sentencia que lo arroja a la frontera más remota de la vida.

El “chinero” encarna a un ejército de gente anónima que despierta el día para subsistir. Militantes de la vida atados al mismo relato; almas atrapadas en sus letras oscuras y vacías. Esa historia late, rueda y grita sin ecos, héroes, memorias ni epopeyas. Los he visto caminar en la madrugada por las nerviosas calles de Santo Domingo, algunos armados con sus pertrechos de lucha cotidiana. Parecen hormigas codiciosas dispuestas a morder la vida para devorar con avidez felina sus migajas. Ellos no cuentan; su precio es su ignorancia y, como inversión política, valen sus cédulas y ese silencio sumiso y resignado de los que se estiman menos. Aguantan los látigos sin sentir dolor a pesar de ver la carne sangrienta desgarrada por las flagelaciones; ni por instinto reconocen que juntos son la mayoría en ese poema deshilachado llamado democracia; ¡ay!, si lo supieran. Pero el sistema está diseñado para martillarles lo que son: parias, masa anulada vestida de cifras para las estadísticas, ceros a la izquierda, existencias desechadas sin derecho a tocar un techo más alto que sus cobijos de hojalata.
Y es que no caben en un sistema sin conexión solidaria con dificultades para abordar su propia identidad, moldeado por los esnobismos; tan superficial como para rehusar adeudos de conciencia, tan banal como para no distinguir lo sustancial de lo superfluo, tan consumista como para aceptar todo lo que le dan y tan hedonista como para encontrar placer hasta en lo inútil.

Nadie sospecha lo que pasará con su espera callada. Hasta el momento, la morfina inoculada en sus neuronas los mantiene recogidos en la resignada inconsciencia; tampoco sé si es posible que en un inesperado abril sus demonios enloquezcan al tañido del primer tambor y con los escudos del instinto derriben todo sentido de orden y razón. Mientras tanto, sigamos ignorando su drama. Llegará el día en que la macroeconomía no nos ayudará a mentir, entonces probaremos el ácido urticante de la verdad, como el que destila la cáscara de la naranja.

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