viernes, 7 de junio de 2019


Las tragedias de los nadan postergando desventuras

Junio 07 del 2019


Llegamos al 7 de junio, es el centésimo quincuagésimo octavo día del año y como decía Luis Mejía Oviedo, Luisin, presidente del Comité Olímpico Dominicano (COD), cuando seguía sus novedades en las redes sociales, es el 158/207, léase: restan 207 días antes de la vuelta del calendario. Día del Periodista en Argentina, pero también de Deocaro (abad), y la beata Urraca Díaz de Haro… ¡estos padres!


En una fecha como la de hoy nos llegó Milcíades Olivo (1946), lanzador de los Tigres del Licey, quien protagonizó unas batallas increíbles frente a Juan Marichal en el estadio Quisqueya, y yo estuve en muchas de ellas; también Juan Luis Guerra Sejías (1957), cantautor y productor musical, en 1984 formó el grupo 4.40 y ahí comenzó una trayectoria de todos conocida. En el reverso, nos dejó Rafael Colón (1991), La Espiga de Ébano, un mago del bolero.

José Luis Taveras iniciaba su artículo Carta de mi muerte en Diario Libre (Jun.06.2019) de la siguiente manera: “les ruego no aceptar nada bueno de lo que les digan sobre mí. No es sincero. Si lo fuera no hubieran desperdiciado los años reunidos en mi vida para decírmelo. Lo callaron, sí, porque en eso los humanos somos soberbiamente sórdidos. Solo en nuestra ausencia se aplauden las virtudes. ¡Ay!, qué herencia tan mezquina: esa que guarda la palabra cuando se trata de juzgar dignamente al otro. Lean bien, escribí “juzgar dignamente”. Y lo digo porque nunca reclamé agrados ni cortesías ventiladas en el fingimiento. Menos después de morir. Siempre preferí las verdades sin atavíos ni aderezos, tal como me las decía mi mamá; tan francas que convocaban a acatarlas en el silencio como sentencias sabias e inapelables”.

Algo parecido le pediría a mis amigos y allegados.

En estos días, luego de publicar lo que considero mis verdades sobre algunos pareceres del deporte dominicano y haber sido acusado de farsante, vago, charlatán, chismoso, devorador de honras ajenas, he recibido muestras de apoyo inimaginables, confidencias y reclamos para que haga flotar mi misericordia. Admito que algunos pecados capitales me adornan, pero eso de perdonar, me recuerda aquel vallenato de Romualdo Brito: “que te perdone yo, que te perdone / como si yo fuera el santo cachón / mira mi cara vé yo soy un hombre / y no hay que andar repartiendo perdón”.
La Santa Muerte versión de Dori Hartley

Un amigo colma mis vanidades y apunta: “¡claro que te leen, no importa lo que digan esos pelafustanes, todos viven pendientes de ti!... unos para aprender, otros para repetir tus comentarios en la radio y televisión, porque son ignorantes de la disciplina y unos pocos están loquitos por llevarte a la justicia, demandarte, pero no encuentran asidero… porque tienen además que admitir que sabes escribir”.

¿Hablan de mí?... un cibaeño de bajísimo perfil que aún tiene la hierba detrás de las orejas, ¡que conste!... hierba en el sentido figurado, si hay alguna mala interpretación estoy dispuesto a someterme a una prueba de dopaje, a cualquier hora del día, frente a cualquiera de los serios, honestos, juiciosos, nobles, y escrupulosos señores que Leonardo de Jesús Heredia Castillo señaló que estaba afectando sus bonhomías, por supuesto, y la de él mismo.

Más allá de los chistes y las intrigas desmigajadas en su largo ejercicio dentro de una sala de redacción, Leo Corporán ¿ha brindado algún goce estético a los osados que aún le leen?

En vista de que yo no puedo dar cátedras sobre materia periodística, pese a tener un dilatado desempeño como analista, relator, critico, que me han permitido abordar diferentes temas, especialmente lo referente al deporte, disfruto con satisfacción de aquello que se torna un poco más elevado, que rompe con lo cotidiano y asume lo primoroso, pero tristemente vivo en un país que no lee, no se instruye, no escribe y no trasciende en lo cultural y en lo científico, salvo contadas excepciones.


¿Qué libro ha recomendado alguna vez Leo Corporán?... ¿lo ha visto en alguna ocasión con un libro en las manos o ante sus ojos?... es demoledor saber que nuestros representantes asumen posiciones de vanguardia cuando terminan de cultivarse en el exterior… médicos, biólogos, escritores, administradores, ingenieros, arquitectos, diseñadores, atletas y en otros muchos espacios de la diversidad educativa y profesional. Muchos nunca vuelven y así, tenemos una verdadera fuga de talentos, pero siempre se ha evadido referirse a este aspecto.

Los ejemplos sobran. Para citar sólo uno, de Villa Juana salió Carlos Dante Heredia García (Ene.04.1939 en Santo Domingo), quizás el dominicano que más cerca de estado de acariciar un Premio Nobel.


En el cielo de los Allende (Isabel), Amado, Asturias, Benedetti, Borges, Bosch Gaviño, Cortázar, Fiallo, Fuentes, García Márquez, Godoy Alcayaga (Mistral), Henríquez Ureña, Mir, Neruda, Onetti, Paz, Portalatín, Rueda, Vargas Llosa, Ureña, no hay cabida para aquellos que escriben mal, algunos lo hacen por ignorancia, por falta de grados, irresponsabilidad de los padres, o por un vulgar rasgo de pereza, otros, por vivir sobre la línea de la mediocridad.

Quejarme de los errores de ortografía y de las inexactas construcciones gramaticales de los demás, sin ser un experto, me genera cierto placer lleno de morbo, para ser más subversivo necesitaría dominar el idioma a la perfección.

Lloviendo sobre mojado, sobre aquello de “darle leña a los traficantes de drogas”... en el rotativo que hoy está en manos de José P. Monegro, meses antes de ser posicionado como director, el abogado Tomás Castro roció un despertar con el siguiente postulado (El Día, Mar.15.2015): “Vincho (Marino Vinicio Castillo Rodríguez) ha sido uno de los más beneficiados del narcotráfico en RD”, agregaba Castro: “Vincho lo único que ha hecho es ponerle color a las drogas… él no es el asesor en materia de droga, no cobra por eso. Le dan dinero de los que se consiguen con todos los organismos de drogas y viaja a los Estados Unidos invitado por la DEA. ¿Se beneficia o no se beneficia?... él cobra por eso, ese ya es un beneficio”.

Leito compartió asiento al lado de Castillo Rodríguez en la Comisión Nacional de Drogas... a decir de él de Villa Juana: “me quiere como un hijo, lo conozco desde chiquitico”. Es difícil de creer que Pelegrín Horacio, Juárez Víctor o Vinicio Aristeo acompañaron en sus primeras andanzas a Heredia Castillo, primero por razones de edad, y segundo porque para decirlo al estilo de Juan Luis Guerra: “él era de un barrio pobre, del centro de la ciudad, (lo que no debería restarle como ser humano, pero ha llevado un discurrir con tantas muecas, cada una de ellas muy retorcidas) y ellos, clase media muy acomodada, pa’ decir verdad”.

¿Qué tanto pudo beneficiarse Heredia Castillo de un asunto tan peliagudo como la droga, las deportaciones de esos compatriotas que requería Estados Unidos, la dejadez de implementar estrategia contra el consumo, distribución y tráfico de estupefacientes en República Dominicana o del mantenimiento, protección y cuidado de los bienes incautados por violación a ley número 50-88 y sus modificaciones?... la respuesta quizás nunca la tengamos. No sólo Danilo Medina Sánchez es el único dominicano con capacidad de tragarse un tiburón podrido, algunos están en capacidad de hacerlo sin requerir en ningún momento un vaso de agua o una copa de vino.

Replicaré, cada día que me siente a escribir, lo que ya le señalé a Leonardo de Jesús Heredia Castillo: “le imploro encarecidamente que muestre sus pruebas contra mí. Le haría un grandísimo bien al país, a mi familia, a mis amigos, a mis aspiraciones futuras. De no hacerlo asuma las consecuencias”.

No faltarán los que me acusen con los mismos epítetos ya utilizados por este personaje: farsante, chismoso, vago, envidioso, espero otros más aliñados, empezando por inadaptado social, resentido y una amplia corte de adornos poco sutiles, tengo la tranquilidad de tener la suficiente entereza para desmenuzarlos uno a uno o todos a la vez; a este pelafustán rastrero que vaya tomando sus decisiones en derecho.

Esta novela apenas está empezando hay muchas cosas más que se tienen que decir. Las cosas no se han desarrollado aún, tengo otros villanos favoritos, pero este rompe mis pasiones como aficionado a garabatear papeles, estoy más que convencido que terminaré escribiendo un libro que revele buena parte de la vida de este que quiere venderse como un venerable santificado, pero carga sobre sus hombros una afilada guadaña, objeto de culto para los que van por el mundillo dominicano sin norte y sin devociones, espejo surrealista de los barrios de la capital dominicana.


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