jueves, 21 de abril de 2016

La historia del basket baila al ritmo de la extorsión

Tenía 15 años y llegué al Eugenio Perdomo, no recuerdo de que manera, los entrenamientos eran en la cancha de la Escuela Primaria República de Brasil en el sector de San Carlos, ya cayendo la tarde. Las practicas eran incesantes con Félix Aguasanta Rojas al mando y cuando este no podía asistir entonces Gustavo Eugenio Concha Villar tomaba las riendas; no se que era peor, la dureza de Aguasanta Rojas o la intensidad de Concha Villar, quien terminó siendo mi compadre de sacramento. Uno de los grandes olvidados del baloncesto dominicano.
 
Ilustración de Horacio Cardo
Algunas veces practicaba dos veces al día, la primera tanda en las tardes, con el sol sobre nuestras cabezas, en el Colegio Dominicano De La Salle con Faisal Abel y Alejandro Abreu y en las noches pasaba al Eugenio Perdomo. Terminaba extenuado, pero ello de nada valió para poderme destacarme en la actividad; unos años después, cuando Osiris Duquela tomó el Club San Carlos y yo estaba iniciándome en la universidad, llamó a practicas y para mí sorpresa quedé entre los que pasaron la primera criba. Iba directo a formar parte del San Carlos de 1975, pero mi viejo me detuvo en seco: “sabes cuantas personas viven del baloncesto en República Dominicana”. Aquello era una sentencia definitiva, ¡tragué en seco!

Desde San Carlos subía por 15 centavos al ensanche La Fe; eran otros tiempos pese a los fatídicos doce años de Joaquín Balaguer Ricardo. Salía a la 30 de Marzo y de ahí avanzamos por toda la avenida San Martín, tomábamos la Máximo Gómez y casi en las puertas del Cementerio Nacional girábamos en la Arturo Logroño (antigua calle 18). Otras veces, Aguasanta Rojas me depositaba en la esquina de la Ortega y Gasset con Arturo Logroño.
Middleton

Ahí, en esos vaivenes juveniles conocí a muchísima gente. Sergio Abreu Delmonte, Eurípides Pichardo, José Oscar –El Tró- Fernández (+), Luis Rafael –Kirklan- Navarro, Luis Concha, Violeta Villar, Ana Felicia Comme (+), los hermanos Da Costa, un inquieto e incombustible point-guard llamado Hugo Batista (+), Félix, el hijo de los dueños del colmado que estaba frente a la iglesia; el espigado Sanabia, Guai-mi-mai, a quien le tildaban de ser el único mini-basket que tomaba licor, fumaba y jugaba con suspensorios.

Pasó el tiempo y dejé el baloncesto activo para empezar a escribir, lo hice primero en 1977 en Ultima Hora y tiempo después Félix Acosta Núñez, editor deportivo del Listín Diario, me contactaba para decirme que necesitaba una crónica diaria sobre su escritorio y que la misma sería totalmente pagada. El gusanillo me venía de casta, siempre había admirado la pluma exquisita de mi tío Julio Genaro Campillo Pérez.

Como seguía el baloncesto norteamericano con asiduidad, desde 1974, me involucré en la contratación de jugadores foráneos. Los primeros intentos fueron con el Club Deportivo Naco; sugerí el nombre de un chico llamado Brad Bradson, que días antes había firmado para Italia. Por sugerencia de Fernando Pérez Ubiera los naqueños optaron por Mike Robinson, que ya había estado en el país en labores de divulgación religiosa. Osiris Duquela me llama para el diera el santo y seña de Alex Middleton recién egresado de Iona University, aproveché para sugerirle el nombre de Edgar De La Rosa pues el director de información deportiva de St. Francis College (New York) me habían reportado a un chico que estaba jugando con los Terriers de origen dominicano.
 
Sergio Abreu
El primer fin de semana de Middleton y De La Rosa en el país, en ese 1980, celebré un almuerzo, donde estuvimos además de los dos jugadores Osiris Duquela, mi papá, mi hermano Francisco y un servidor. De paso, cabe anotar que el entrenador universitario de Middleton fue el mítico Jim Valvano.

Middleton repitió con San Carlos en 1981. Era el complemento perfecto para un trabuco que contaba con el propio De La Rosa, Ismael Cristóbal Tapia Japa, Evaristo Pérez, Vinicio Muñoz, Luis Cruz y Víctor Gerónimo, entre las fichas más destacadas. No era el importado que buscaba encestar 20 enteros todas las noches, pero se hacía notar, estaba presente, ayudaba en todas las facetas del juego y se integró perfectamente a la escuadra.

De La Rosa, Tapia, Pérez, Muñoz y Cruz estuvieron entre los 12 jugadores que asistieron con la selección nacional a los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe efectuados en Cuba en 1982, donde no estuvo presente ningún atleta militar por temor a que el comunismo se impregnara en la piel de los mismos.

Una de mis constantes críticas al baloncesto nacional es su sistema de comunicación, plagado de advenedizos, de gente sin instrucción, pero también sin historia. Hay de todo en esa selva de primates, simios y orangutanes, aunque algunos quieren disfrazarse de gorilas. Hemos terminado leyendo y escuchando a gente que gracias a la tecnología tiene acceso a diarios y portales de los Estados Unidos y repiten hasta el hartazgo las incidencias de la NBA, pero nada más, pero sin curtirse en el por qué de las cosas, en lo básico, en las cosas que verdaderamente siembran para el mañana.
San Carlos, 1987

En los tiempos que corren, la Federación Dominicana de Baloncesto (FEDOMBAL), la Liga Nacional de Baloncesto (LNB) y la Asociación de Baloncesto del Distrito Nacional (ABADINA) han creado el periodismo de notas de prensa. Nadie cubre los eventos oportunamente y todo se maneja en base a lo que esas instituciones pretenden transmitir. Lo peor es que esa responsabilidad queda en manos de gente que no sabe redactar, no conoce el juego, no tiene imaginación descriptiva pero tampoco conoce la historia de la actividad. Los gazapos se suceden uno detrás de otro.

El cantante Prince, fallecido en esta misma fecha (Abr.21.2016) señaló a la revista Spin en el año 2010: “todas esas computadoras y dispositivos electrónicos no son buenos, te llenan la cabeza de números y eso no puede ser positivo”. ¡Una nota curiosa!

Para peor, en el caso de la ABADINA presidida por el periodista José Monegro, sub-editor del diario gratuito El Día, permite esa falta de profesionalismo, en lugar de promulgar la pulcritud y el cuidado a la palabra. Es la confirmación de que los puestos en el baloncesto nacional y en muchas instituciones públicas o privadas, a todos los niveles, se entregan a gente dispuesta a comer mierda por un par de centavos.

Varios amigos me han llamado para que observara la nota con la que ABADINA ofrecía su versión del inicio de la serie final entre los combinados de Mauricio Báez y San Carlos, llena de incongruencias. El primero que pegó el grito al cielo fue Euripides Pichardo, uno de las almas mejor informadas de todo el baloncesto nacional, entrenador de la selección femenina, entrenador nacional en Honduras, profesor de educación física, columnista del matutino Hoy y trabajador incansable por el bien del baloncesto.
 
Donald Royal
El profesor Pichardo me autorizó, en su nombre, a llamar de ineptos a todo el cuerpo de prensa de la actual ABADINA, indicándome algunos nombres que me reservaré.

El primer yerro surge en el siguiente párrafo: “antes de eso, San Carlos y Mauricio Báez se habían enfrentado en tres ocasiones, la primera de ellas en 1982, una serie también conquistada (4-2) por el equipo de la barriada de las “cinco esquinas” al mando de Sergio Abreu y con figuras de la talla de Vinicio Muñiz, Evaristo Pérez, Edgar De La Rosa, Héctor Monegro, Luis Cruz, Víctor Gerónimo e Ismael Tapia”. Para el momento Vinicio Muñoz militaba en la escuadra de Arroyo Hondo y El Vikingo Monegro estaba en el retiro.

Más adelante el siguiente traspié: “en 1988, Abreu (Sergio Abreu Delmonte) y Teruel (Fernando Teruel Capri) se vieron las caras de nuevo con una victoria para el primero en siete encuentros. Fue el segundo de tres campeonatos seguidos de San Carlos (87, 88 y 89), todos manufacturados por Abreu. Estaban en ese equipo Muñoz, Pérez, Tapia, Carlito (Carlitos) Morales, José (El Lechero) Jiménez, Cacho (Pedro –Chacho- González) González, Alex Middleton, Claudio (Dalmau) Santana, Julio César (Lulú) Arias, entre otros”.

Como señalamos anteriormente Middleton se presentó en los torneos de 1980 y 1981 y nunca más regresó al país. Chacho González sólo jugó de los de verde y amarillo en el año de 1977. Morales vistió los uniformes de Astros, Naco y San Carlos (1978), antes de la segunda hilera de campeonatos sancarleños; un carismático y pimentoso jugador que estaba establecido en Puerto Rico, hijo de uno de los más sobresalientes jugadores dominicanos de voleibol. Santana, ahora residente en los Estados Unidos y Arias fueron jugadores tempranos, justo en el preciso instante en que la escuadra se instalaba definitivamente entre los mejores y empezaba a tejer la hilera de éxitos más importante del baloncesto de factura local.

De Morales padre, exaltado al Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano en 1987 hay que señalar que es uno de los más completos y espectaculares jugadores de todos los tiempos, activo hasta 1966. Miembro de la selección nacional desde 1952 hasta su retiro. Participó en tres Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe (1954 en México, 1962 en Jamaica y 1966 en Puerto Rico). Poderoso rematador, defensor de primera y poseedor de un extraordinario servicio. También participó en los III Juegos Panamericanos efectuados en la ciudad de Chicago en 1959. Tomado del portal del Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano.
Carlos Morales (padre)

El Lechero Jiménez impactó pero duró poco; aún recuerdo la voz privilegiada de Frank Paonessa narrando sus hazañas juveniles en el tabloncillo. Muñoz tampoco volvió a vestir la franela de la populosa barriada.

Para la segunda seguidilla de coronas del San Carlos estaban en el equipo Héctor –El Toro- Báez, Heriberto Cabrera, Edgar De La Rosa, Juan Disla, Mauricio Espinal, Manuel Julio Flores, Eliezer Madrigal, Melvin Nadal, Evaristo Pérez, Frank Prats, Mario –Lolo- Regus e Ismael Tapia (por estricto orden alfabético)… sus importados fueron Donald Royal, diagnosticado con cáncer de colon al que ha superado; Leonard Mitchell, después de un breve paso por el español Collado Villalba; y Andre McCloud, egresado de Seton Hall.

La escritura histórica debe ser un trabajo de orfebre, no está al alcance de las manos transpiradas ni de las voluntades compradas, tampoco marcada por el trabajo del carnicero, es anhelo, es repetición, porque enero llegará siempre y con el los brindis atrasados, las promesas de cambios y del retorno de la familia. A cada inicio de año le antecede un diciembre que vemos venir con desilusión de cosas que no se pudieron vivir, de algo que nos corre por el cuerpo con traición que nos infligimos, con gusto a poco.

El baloncesto prometido es de cabotaje, no está en manos inspiradoras, se está tratando de tachar la memoria colectiva pretendiendo correr detrás de lo que se nos ha ido.

Arrastramos la pesada bolsa de las postergaciones, las ideas son ahogadas antes de relucir merced a un plan estratégicamente elaborado.


Hay que ver con ojos desconfiados los documentos que genera esta “nueva era”, cual babosa moribunda que cae de fauces entre las malas artes y las mentiras. Tengo la desalentadora sensación que la gente que se ha enquistado el baloncesto apenas se diferencian, y la excitación se les desinfla gravemente cuando la situación se torna apremiante, sumiéndonos en una especie de anestesia creciente por grado centígrado aumentado, trazando una distancia inimaginable entre lo que debería ser y lo que somos.

Cada vez más comprendo porque esta gente vive desquiciada tratando de adivinar lo que voy a publicar o lo que dejo de escribir.

En ese desgano existencial en que vive Rafael Fernando Uribe Vásquez, también apodado Rafelin, uno de sus íntimos me confesó que antes de movilizar los miembros inferiores y superiores de la poltrona donde pasó la noche llama a su “Bello Andino” para saber que he lanzado al ruedo. Léase, el carajo no despega el culo de la comodidad sin leerme. En Turquía el servicio se lo hacía Manuel –Manny- López. Pero no es el único, ahí entran todos los miembros del Comité Ejecutivo de FEDOMBAL, por supuesto Monegro y su cómplice Leonardo de Jesús Heredia Castillo, también conocido por el mote de Leo Corporan, que tiene a Alsi Capellán como su veedor, Eduardo Najri y todos los periodistas corruptos del sector.

Decía mi viejo que tanto da la gota en la piedra hasta que le hace un hoyo. Capellán, a quien auxilié en su trabajo de grado, está empezando a hacer mejores crónicas, por lo que debería estar agradecido de la encomienda trazada.
Edgar De La Rosa

Creo profundamente, aunque esto nos negamos a entender que el proceso del baloncesto dominicano necesita detenerse y revisarse. Hay que darse tiempo para imaginar más allá de nuestras capacidades, pero no hacerlas simpáticamente, postergar, esperar, frenar. Esa manía de “las medallas que hay que ganar” choca de frente con todas las anemias acumuladas.

Nos cuesta demasiado el dolce far niente (cuanta gente buscando el mataburros, en primera línea Fausto Julián Suero Bueno, la reina del bochinche y detrás el trabajador Rafael Faneytte: lo dulce de no hacer nada); se vive con la angustia del que no sabe otra cosa más que correr. Pero las mentes ansiosas encuentran su límite en el cuerpo pesado que, sencillamente, se revela contra las proyecciones, los cronogramas, los horarios, los proyectos, e impone a la mente la necesaria inmovilidad, la postergada quietud, un cierto silencio, una suspensión. Vemos toda la estenografía del baloncesto, como una pieza musical mal orquestada, con tempos alterados; así las cosas se ralentizan, se hacen más lentas.

Aquí nadie se atreverá a desafinar la melodía colectiva.


Decía el mismo Prince, ya citado, en una emisión de Los Angeles Times de 1982: “lo más importante es ser tu mismo, pero a mi me gusta el peligro. Eso es precisamente loi que le hace falta a la música actualmente. No hay emoción ni misterio”.

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