La historia del basket baila al ritmo de la extorsión
Tenía 15 años y llegué al Eugenio Perdomo, no recuerdo
de que manera, los entrenamientos eran en la cancha de la Escuela Primaria
República de Brasil en el sector de San Carlos, ya cayendo la tarde. Las
practicas eran incesantes con Félix Aguasanta Rojas al mando y cuando este no
podía asistir entonces Gustavo Eugenio Concha Villar tomaba las riendas; no se
que era peor, la dureza de Aguasanta Rojas o la intensidad de Concha Villar,
quien terminó siendo mi compadre de sacramento. Uno de los grandes olvidados
del baloncesto dominicano.
Algunas veces practicaba dos veces al día, la primera
tanda en las tardes, con el sol sobre nuestras cabezas, en el Colegio
Dominicano De La Salle con Faisal Abel y Alejandro Abreu y en las noches pasaba
al Eugenio Perdomo. Terminaba extenuado, pero ello de nada valió para poderme
destacarme en la actividad; unos años después, cuando Osiris Duquela tomó el
Club San Carlos y yo estaba iniciándome en la universidad, llamó a practicas y
para mí sorpresa quedé entre los que pasaron la primera criba. Iba directo a
formar parte del San Carlos de 1975, pero mi viejo me detuvo en seco: “sabes cuantas personas viven del baloncesto
en República Dominicana”. Aquello era una sentencia definitiva, ¡tragué en
seco!
Desde San Carlos subía por 15 centavos al ensanche La
Fe; eran otros tiempos pese a los fatídicos doce años de Joaquín Balaguer
Ricardo. Salía a la 30 de Marzo y de ahí avanzamos por toda la avenida San
Martín, tomábamos la Máximo Gómez y casi en las puertas del Cementerio Nacional
girábamos en la Arturo Logroño (antigua calle 18). Otras veces, Aguasanta Rojas
me depositaba en la esquina de la Ortega y Gasset con Arturo Logroño.
Middleton |
Ahí, en esos vaivenes juveniles conocí a muchísima
gente. Sergio Abreu Delmonte, Eurípides Pichardo, José Oscar –El Tró- Fernández (+), Luis Rafael –Kirklan- Navarro, Luis Concha, Violeta
Villar, Ana Felicia Comme (+), los hermanos Da Costa, un inquieto e
incombustible point-guard llamado Hugo
Batista (+), Félix, el hijo de los dueños del colmado que estaba frente a la
iglesia; el espigado Sanabia, Guai-mi-mai, a quien le tildaban de ser el único
mini-basket que tomaba licor, fumaba y jugaba con suspensorios.
Pasó el tiempo y dejé el baloncesto activo para
empezar a escribir, lo hice primero en 1977 en Ultima Hora y tiempo después
Félix Acosta Núñez, editor deportivo del Listín Diario, me contactaba para
decirme que necesitaba una crónica diaria sobre su escritorio y que la misma
sería totalmente pagada. El gusanillo me venía de casta, siempre había admirado
la pluma exquisita de mi tío Julio Genaro Campillo Pérez.
Como seguía el baloncesto norteamericano con
asiduidad, desde 1974, me involucré en la contratación de jugadores foráneos.
Los primeros intentos fueron con el Club Deportivo Naco; sugerí el nombre de un
chico llamado Brad Bradson, que días antes había firmado para Italia. Por
sugerencia de Fernando Pérez Ubiera los naqueños optaron por Mike Robinson, que
ya había estado en el país en labores de divulgación religiosa. Osiris Duquela
me llama para el diera el santo y seña de Alex Middleton recién egresado de
Iona University, aproveché para sugerirle el nombre de Edgar De La Rosa pues el
director de información deportiva de St. Francis College (New York) me habían
reportado a un chico que estaba jugando con los Terriers de origen dominicano.
El primer fin de semana de Middleton y De La Rosa en
el país, en ese 1980, celebré un almuerzo, donde estuvimos además de los dos
jugadores Osiris Duquela, mi papá, mi hermano Francisco y un servidor. De paso,
cabe anotar que el entrenador universitario de Middleton fue el mítico Jim
Valvano.
Middleton repitió con San Carlos en 1981. Era el
complemento perfecto para un trabuco que contaba con el propio De La Rosa,
Ismael Cristóbal Tapia Japa, Evaristo Pérez, Vinicio Muñoz, Luis Cruz y Víctor
Gerónimo, entre las fichas más destacadas. No era el importado que buscaba
encestar 20 enteros todas las noches, pero se hacía notar, estaba presente, ayudaba
en todas las facetas del juego y se integró perfectamente a la escuadra.
De La Rosa, Tapia, Pérez, Muñoz y Cruz estuvieron
entre los 12 jugadores que asistieron con la selección nacional a los Juegos
Deportivos Centroamericanos y del Caribe efectuados en Cuba en 1982, donde no
estuvo presente ningún atleta militar por temor a que el comunismo se
impregnara en la piel de los mismos.
Una de mis constantes críticas al baloncesto nacional
es su sistema de comunicación, plagado de advenedizos, de gente sin
instrucción, pero también sin historia. Hay de todo en esa selva de primates,
simios y orangutanes, aunque algunos quieren disfrazarse de gorilas. Hemos
terminado leyendo y escuchando a gente que gracias a la tecnología tiene acceso
a diarios y portales de los Estados Unidos y repiten hasta el hartazgo las
incidencias de la NBA, pero nada más, pero sin curtirse en el por qué de las
cosas, en lo básico, en las cosas que verdaderamente siembran para el mañana.
San Carlos, 1987 |
En los tiempos que corren, la Federación Dominicana de
Baloncesto (FEDOMBAL), la Liga Nacional de Baloncesto (LNB) y la Asociación de
Baloncesto del Distrito Nacional (ABADINA) han creado el periodismo de notas de
prensa. Nadie cubre los eventos oportunamente y todo se maneja en base a lo que
esas instituciones pretenden transmitir. Lo peor es que esa responsabilidad
queda en manos de gente que no sabe redactar, no conoce el juego, no tiene
imaginación descriptiva pero tampoco conoce la historia de la actividad. Los
gazapos se suceden uno detrás de otro.
El cantante Prince, fallecido en esta misma fecha
(Abr.21.2016) señaló a la revista Spin en el año 2010: “todas esas computadoras y dispositivos electrónicos no son buenos, te
llenan la cabeza de números y eso no puede ser positivo”. ¡Una nota
curiosa!
Para peor, en el caso de la ABADINA presidida por el
periodista José Monegro, sub-editor del diario gratuito El Día, permite esa falta de profesionalismo, en lugar de promulgar
la pulcritud y el cuidado a la palabra. Es la confirmación de que los puestos
en el baloncesto nacional y en muchas instituciones públicas o privadas, a
todos los niveles, se entregan a gente dispuesta a comer mierda por un par de
centavos.
Varios amigos me han llamado para que observara la
nota con la que ABADINA ofrecía su versión del inicio de la serie final entre
los combinados de Mauricio Báez y San Carlos, llena de incongruencias. El
primero que pegó el grito al cielo fue Euripides Pichardo, uno de las almas
mejor informadas de todo el baloncesto nacional, entrenador de la selección
femenina, entrenador nacional en Honduras, profesor de educación física,
columnista del matutino Hoy y trabajador incansable por el
bien del baloncesto.
El profesor Pichardo me autorizó, en su nombre, a
llamar de ineptos a todo el cuerpo de prensa de la actual ABADINA, indicándome
algunos nombres que me reservaré.
El primer yerro surge en el siguiente párrafo: “antes de eso, San Carlos y Mauricio Báez se
habían enfrentado en tres ocasiones, la primera de ellas en 1982, una serie
también conquistada (4-2) por el equipo de la barriada de las “cinco esquinas”
al mando de Sergio Abreu y con figuras de la talla de Vinicio Muñiz, Evaristo
Pérez, Edgar De La Rosa, Héctor Monegro, Luis Cruz, Víctor Gerónimo e Ismael
Tapia”. Para el momento Vinicio Muñoz militaba en la escuadra de Arroyo
Hondo y El Vikingo Monegro estaba en
el retiro.
Más adelante el siguiente traspié: “en 1988, Abreu (Sergio Abreu Delmonte) y Teruel (Fernando Teruel Capri) se vieron las caras de nuevo con una
victoria para el primero en siete encuentros. Fue el segundo de tres
campeonatos seguidos de San Carlos (87, 88 y 89), todos manufacturados por
Abreu. Estaban en ese equipo Muñoz, Pérez, Tapia, Carlito (Carlitos) Morales, José (El Lechero) Jiménez, Cacho (Pedro –Chacho-
González) González, Alex Middleton,
Claudio (Dalmau) Santana, Julio César
(Lulú) Arias, entre otros”.
Como señalamos anteriormente Middleton se presentó en
los torneos de 1980 y 1981 y nunca más regresó al país. Chacho González sólo
jugó de los de verde y amarillo en el año de 1977. Morales vistió los uniformes
de Astros, Naco y San Carlos (1978), antes de la segunda hilera de campeonatos
sancarleños; un carismático y pimentoso jugador que estaba establecido en
Puerto Rico, hijo de uno de los más sobresalientes jugadores dominicanos de voleibol.
Santana, ahora residente en los Estados Unidos y Arias fueron jugadores
tempranos, justo en el preciso instante en que la escuadra se instalaba
definitivamente entre los mejores y empezaba a tejer la hilera de éxitos más
importante del baloncesto de factura local.
De Morales padre, exaltado al Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano
en 1987 hay que señalar que es uno de los más completos y espectaculares
jugadores de todos los tiempos, activo hasta 1966. Miembro de la selección
nacional desde 1952 hasta su retiro. Participó en tres Juegos Deportivos
Centroamericanos y del Caribe (1954 en México, 1962 en Jamaica y 1966 en Puerto
Rico). Poderoso rematador, defensor de primera y poseedor de un extraordinario
servicio. También participó en los III Juegos Panamericanos efectuados en la
ciudad de Chicago en 1959. Tomado del
portal del Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano.
Carlos Morales (padre) |
El
Lechero Jiménez impactó pero duró poco; aún recuerdo la voz
privilegiada de Frank Paonessa narrando sus hazañas juveniles en el
tabloncillo. Muñoz tampoco volvió a vestir la franela de la populosa barriada.
Para la segunda seguidilla de coronas del San Carlos
estaban en el equipo Héctor –El Toro-
Báez, Heriberto Cabrera, Edgar De La Rosa, Juan Disla, Mauricio Espinal, Manuel
Julio Flores, Eliezer Madrigal, Melvin Nadal, Evaristo Pérez, Frank Prats,
Mario –Lolo- Regus e Ismael Tapia
(por estricto orden alfabético)… sus importados fueron Donald Royal,
diagnosticado con cáncer de colon al que ha superado; Leonard Mitchell, después
de un breve paso por el español Collado Villalba; y Andre McCloud, egresado de
Seton Hall.
La escritura histórica debe ser un trabajo de orfebre,
no está al alcance de las manos transpiradas ni de las voluntades compradas,
tampoco marcada por el trabajo del carnicero, es anhelo, es repetición, porque
enero llegará siempre y con el los brindis atrasados, las promesas de cambios y
del retorno de la familia. A cada inicio de año le antecede un diciembre que
vemos venir con desilusión de cosas que no se pudieron vivir, de algo que nos
corre por el cuerpo con traición que nos infligimos, con gusto a poco.
El baloncesto prometido es de cabotaje, no está en
manos inspiradoras, se está tratando de tachar la memoria colectiva
pretendiendo correr detrás de lo que se nos ha ido.
Arrastramos la pesada bolsa de las postergaciones, las
ideas son ahogadas antes de relucir merced a un plan estratégicamente
elaborado.
Hay que ver con ojos desconfiados los documentos que
genera esta “nueva era”, cual babosa moribunda que cae de fauces entre las
malas artes y las mentiras. Tengo la desalentadora sensación que la gente que
se ha enquistado el baloncesto apenas se diferencian, y la excitación se les
desinfla gravemente cuando la situación se torna apremiante, sumiéndonos en una
especie de anestesia creciente por grado centígrado aumentado, trazando una
distancia inimaginable entre lo que debería ser y lo que somos.
Cada vez más comprendo porque esta gente vive
desquiciada tratando de adivinar lo que voy a publicar o lo que dejo de
escribir.
En ese desgano existencial en que vive Rafael Fernando
Uribe Vásquez, también apodado Rafelin,
uno de sus íntimos me confesó que antes de movilizar los miembros inferiores y
superiores de la poltrona donde pasó la noche llama a su “Bello Andino” para saber que he lanzado al ruedo. Léase, el carajo
no despega el culo de la comodidad sin leerme. En Turquía el servicio se lo
hacía Manuel –Manny- López. Pero no
es el único, ahí entran todos los miembros del Comité Ejecutivo de FEDOMBAL,
por supuesto Monegro y su cómplice Leonardo de Jesús Heredia Castillo, también
conocido por el mote de Leo Corporan,
que tiene a Alsi Capellán como su veedor, Eduardo Najri y todos los periodistas
corruptos del sector.
Decía mi viejo que tanto da la gota en la piedra hasta
que le hace un hoyo. Capellán, a quien auxilié en su trabajo de grado, está
empezando a hacer mejores crónicas, por lo que debería estar agradecido de la
encomienda trazada.
Edgar De La Rosa |
Creo profundamente, aunque esto nos negamos a entender
que el proceso del baloncesto dominicano necesita detenerse y revisarse. Hay
que darse tiempo para imaginar más allá de nuestras capacidades, pero no
hacerlas simpáticamente, postergar, esperar, frenar. Esa manía de “las medallas que hay que ganar” choca de
frente con todas las anemias acumuladas.
Nos cuesta demasiado el dolce far niente (cuanta gente buscando el mataburros, en primera
línea Fausto Julián Suero Bueno, la reina
del bochinche y detrás el trabajador Rafael Faneytte: lo dulce de no hacer nada);
se vive con la angustia del que no sabe otra cosa más que correr. Pero las
mentes ansiosas encuentran su límite en el cuerpo pesado que, sencillamente, se
revela contra las proyecciones, los cronogramas, los horarios, los proyectos, e
impone a la mente la necesaria inmovilidad, la postergada quietud, un cierto
silencio, una suspensión. Vemos toda la estenografía del baloncesto, como una
pieza musical mal orquestada, con tempos
alterados; así las cosas se ralentizan, se hacen más lentas.
Aquí nadie se atreverá a desafinar la melodía
colectiva.
Decía el mismo Prince, ya citado, en una emisión de Los
Angeles Times de 1982: “lo más
importante es ser tu mismo, pero a mi me gusta el peligro. Eso es precisamente
loi que le hace falta a la música actualmente. No hay emoción ni misterio”.
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