sábado, 17 de agosto de 2013

Recordando a Montaigne y Eudámidas

El testamento de Eudámidas
Lo voy a expresar claro y alto: me tan tendido tantos círculos con la única razón de excluirme que lo único que he hecho después es hacer círculos más grandes para incluir a todos, ahí incluyo a los que me respetan y a los que me detestan y reprueban; aquellos que prefieren mirar para otro lado cuando me ven llegar. Que usted lo quiera ver así, ya es su problema. Apenas tenía 20 o 21 años de edad cuando Hugo López Morrobel, entonces compañero de redacción en el Listín Diario me lo dijo con claridad meridiana: "lo vas a tener muy difícil dentro de la crónica deportiva porque estamos llenos de mediocres y se avizora que tienes tus vuelos".

Esta semana pasada recibí varias llamadas de atención, siempre las he escuchado y de igual manera me resbalan. Aquel que tiene miedo, como Marino Vinicio Castillo Rodríguez, también conocido como Vincho, amigo querido desde siempre de Leonardo de Jesús Heredia Castillo, también conocido como Leo Corporán, según las palabras de este último, que se busque un gato prieto. Una ecuación así, pone a pensar a cualquiera y colocando los vectores en la época más sombría de Joaquín Balaguer, da que pensar.

Esas llamadas, en orden cronológico inverso, fueron: “eres un resentido”; “Rafael Uribe te va a meter preso”; “suelta a Leo Corporán que nada te ha hecho”; “soy un detractor impenitente”; “Pedro Pablo Pérez anda con una pistola para vaciártela cuando te vea”; y ya no recuerdo más.

La suerte es que he mantenido frente a todos los que han ocupado sus posiciones las mismas posturas, no es nada nuevo. Pasó con Federico Lalane José, Julio Subero y Frank Herasme; Manuel -Cholo- Suero, Johnny Marte, Candelario Hidalgo, Roberto Ramírez, Ramón Rodríguez (El Teacher) y otros muchos más; Héctor Báez, Scott Roth, Julio Toro, Eric Musselman; y así un largo rosario. No pueden negar que a todos les he dejado las respectivas orientaciones, pero nuestros pensamientos van por caminos tan diferentes que no llegan a enmendar su accionar. Tristemente para los que me adversan, el tiempo siempre me ha dado la razón, el baloncesto dominicano ha rodado por una pendiente de manera ancestral y nadie quiere cambiar el rumbo.

Siempre he dicho que me considero un optimista ilustrado. Necesariamente trato de colocar la razón ante las emociones. Pese a que me considero un ser primitivo, tengo la virtud de observar antes que hablar. De analizar antes de proclamar, de que la mitomanía no me absorba.

Aquí hay muchos que viven gatillando el resentimiento y la amargura por diversas actitudes, en ella se refugian para tratar de colocar un valladar con la única finalidad de hacer daño; de tratar de sacarte de la carrera ante la falta de argumentos. Tratándose de seres aún más arcaicos buscan esquematizar sus falencias y vicios valiéndose de la envidia, casi asignando este sentimiento en las cercanías de la cólera o si se quiere esa inquina frente a las posiciones desiguales con una combinación de envidia y cólera y eso requiere un profundo análisis psicológico.

Este problema asalta a nuestra colectividad deportiva, hay mucha gente que trata de vestirse como éticos absolutos de las virtudes, que reprueban a lo externo todo coctel de vicios, sino también para quienes exigen que en el debate publico los individuos concurran con razones y no con pasiones. Con la finalidad ulterior de que no se muestren sus intereses reales.

Conceptualizar el resentimiento como un reclamo de cierto sector hacia otro abre la pregunta si no se trata tan solo de una forma retórica de presentar argumentos a favor de la igualdad.

Michel de Montaigne (1533-1592) escribió: "hay sin duda bella armonía cuando el decir y el hacer van unidos, y no quiero negar que sea el decir de mayor autoridad y eficacia, cuando está respaldado por las obras. Como decía Eudámidas oyendo a un filosofo discurrir sobre la guerra: son bellas estas palabras, mas no es creíble el que las dice, pues no tiene los oídos acostumbrados al son de las trompetas".

Así que como Montaigne jamás prestaré atención a nadie cuyas virtudes y deberes no pueden ser acrisolados al
de Montaigne
momento más rutilante de la luz solar. Hay semejanza entre el ejemplo de Eudámidas y el argumento de autoridad (ad verecundian) y hay también cierta conexión entre la cautela de Montaigne y el argumento satanizante (ad hominem).

Subyace la preocupación de delimitar el rango de argumentos que podemos sensatamente aceptar en el ámbito público, lo que ciertamente es una razón que busca excluir de forma permanente. En la inclusión de ciertos argumentos ilustra un temor razonable, muchas veces excesivamente celoso.

Que haya flores exóticas en la nieve es parte de su exotismo, pero quizás por lo mismo deberíamos preocuparnos de tratarlas con pinzas.



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