lunes, 21 de marzo de 2016
Griselda
Gambaro tiene 87 años, la misma edad de mi mamá, es una laureada escritora
argentina y aún está viva. Casó con el escultor Juan Carlos Distéfano y durante
la última dictadura militar en su país se vio obligada a exilarse en Barcelona
(España). Su novela Ganarse la muerte fue prohibida por decreto del general Jorge Rafael
Videla que la halló “contraria a la
institución familiar y al orden social”.
Ha sido la única mujer en pronunciar el discurso de apertura de la Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires (que coincidencialmente corre paralela
a su similar dominicana).
Los
textos de la Gambaro están relacionados con los vínculos tradicionales de la
sociedad y altamente preocupados por la condición humana, temas como justicia,
dignidad, perdón, familia, amigos, y pese a su carga de inmensa realidad en
ellos hay lugar para la esperanza. Esta notable autora produjo una frase
inquietante que turba a mucha gente: “pensar
lleva tiempo”.
En
el plano nacional Gambaro es una perfecta desconocida. Un país sin lectores,
sin librerías, sin estimulo a la lectura desde la formación inicial nos lleva a
una condena eterna: la de vivir como ignorantes.
Tenemos
un pendejo llamado José Rafael Lantigua, que fue Ministro de Cultura por 8 años
(2004-12), y cuando escribía en el Ultima Hora en una columna llamada Anaquelitos
señaló que no conocía a José Saramago; ahora sigue escribiendo en Diario Libre
y para mi es un perfecto incompetente, desmañado por demás. Ochos años para
hacernos creer en su perspectiva de estar sobre el bien y el mal, pero no
desarrolló programas puntuales para el impulso al arte de leer.
No
le puedo pedir a la gente del deporte dominicano y muchos menos al baloncesto
que tenga amplios vuelos culturales, pero si un mínimo de educación y respeto
por el lector, el oyente y el televidente. Mucho menos en los tiempos que
corren, tiempos en que el presidente del Comité Olímpico Dominicano (COD), Luis
Mejía Oviedo, se dedica a subir a su cuenta de Twitter una oración diaria, la
tranquilidad de Santo Domingo al amanecer, pero descuida sus responsabilidades
con las disciplinas bajo su redil; el presidente de la Federación Dominicana de
Baloncesto (FEDOMBAL), Rafael Fernando Uribe Vásquez, también conocido por el
mote de Rafelin, nos retuerce su
sonrisa, en imagines que rayan contra las buenas costumbres.
El
año pasado durante la celebración de la Liga Nacional de Baloncesto (LNB)
observé con lastima como los encuentros eran reseñados en base a una nota de
prensa, muy mal escrita, y casi siempre copiada sin ningún pudor por los
medios, sin el mínimo arreglo, sin una sola corrección; demuestra el interés de
la prensa por la disciplina más allá de las payolas. Este año, en el transcurso del Baloncesto Superior
del Distrito Nacional se repite el mismo drama. Lo que sale de la Dirección de
Prensa de la justa y sus redactores es comida que hasta los puercos
desecharían.
En
esta fecha (Mar.21.2016) se notó la diferencia cuando Alex Rodríguez relató las
incidencias de la jornada dominical para el Listín Diario. Había otro estilo,
otra manera de trabajar la noticia. Quizás no sea un mago de la palabra pero
colocó distancias. Su trabajo es limpio y siempre documentado.
Lo
extraño es que José Monegro, sub-editor del matutino El Día, presidente de la
Asociación de Baloncesto del Distrito Nacional (ABADINA), entre los muchos
aspectos y afanes debería trabajar en las normas para las reseñas de la justa.
Realizar un reportaje es una manera de preservar la acción a través del tiempo,
para que al recogerse la historia se esté lo más cerca posible de la verdad; el
escribiente es emisor y el público es receptor ávido de una descripción
realista y pausada, más allá de puntos marcados y nombres de patrocinadores. El
diarismo no requiere de tantísimo tiempo, pero si de pericia, manejo adecuado
del idioma y por supuesto, respetar las leyes de la redacción, sintaxis,
profundidad, originalidad, ortografía, claridad, concisión, objetividad.
La
champola es el jugo de la guanábana con leche añadida. En mis años infantiles
aquello se preparaba con leche corriente, azúcar, hielo y por supuesto, la
pulpa del fruto. Ahora se está usando leche evaporada y la pulpa es
generalmente congelada. En algunas partes del Caribe se conoce a la fruta como catuche, en Cabo Verde se le llama piña, en Perú masasamba, en las Filipinas se le colocó el nombre de guayabano, guyabano o yabana; y en
Bolivia se le conoce como guanábano, graviola o sinini. También huanábano,
corosol o chirimoya brasileña.
La
última vez que me tomé una champola fue en Bogota, capital de Colombia. No recuerdo el
nombre que tenía la bebida, refrescante y altamente nutritiva; quizas jugo de graviola.
El
árbol de la guanábana crece hasta unos 10 metros. El fruto es un sincarpo verde, ovoide, con frecuencia
de forma oblicua o curvada, cubierto de espinas suaves. Las semillas son reniformes. Algunos autores nombra como
punto de origen a Puerto Rico y otros lo colocan en Colombia, donde
precisamente existe el mayor número de variedades; es muy abundante en Brasil.
Hace tiempo que está plantado en zonas tan distantes como China, Australia,
España y Guinea Ecuatorial. Ha corrido la especie de que sirve para palear los
efectos del cáncer, hasta curarlo, pero apenas se han iniciado estudios en ese
sentido; la annonacina es el
compuesto presente en el fruto de la guanábana que está bajo estudio, pero esta
substancia también está asociada a enfermedades neurodegenerativas.
Hace
unos días me encontraba observando la transmisión televisiva de uno de los
partidos de baloncesto de la actual versión del Superior del Distrito Nacional
cuando el relator de nombre Romeo González lanzó la siguiente perla: “el jugador tiró una champola”. Hasta ese momento supe que las champolas
se podían lanzar. No había similitud entre lo que veía y la expresión; debió
quedar todo el liquido blancuzco sobre el tabloncillo, pero no fue así.
Nunca
había escuchado nada parecido, apenas salió de sus labios aquello despertó
ácidos cuestionamientos en mi interior; no hay verdad que se pueda encerrar en
esa frase que irrefutablemente lo único que presenta es que es difícil de
aceptar.
Vamos
a lo mismo, el lector, el escucha y el televidente merecen respeto, atención y
cuidado. El tortuoso camino que se auto inflinge el baloncesto dominicano aleja
fanáticos, ahuyenta seguidores e impide la creación de nuevos nichos de
parroquianos. Lo han repetido todos los presidentes de la ABADINA: “el regreso
de la familia al Palacio de los Deportes” y cada vez más las lunetas están vacías.
Las
acciones del baloncesto se siguen promocionando viento en popa pies así es la
única manera de asegurar un tinglado corrupto alrededor de la actividad, sin
perdonar ámbitos hasta volverse estructural y por eso, como cosa rara, nadie se
atreve a salir en defensa del baloncesto dominicano.
Como
otras obligaciones me impiden estar cotidianamente frente a la pantalla o
asistir regularmente a los juegos, como ha sido mi costumbre desde 1974, me
gustaría encontrarme siempre los lucidos y acertados relatos de Melvin José
Bejarán, Osvaldo Rodríguez Suncar o Roosevelt Comarazamy. Bejarán es el único
activo en el baloncesto. Los tres tienen estatura para estar en las más
afamadas cadenas internacionales, mejor que muchos. Comarazamy actualmente está
entre la elite del Departamento de Prensa de la Federación Internacional de
Voleibol (FIVB).
Pasa
otro tanto con los comentaristas: muchas anécdotas, mucho marcador, enorme
superficialidad pero ninguno, léase bien, ninguno, ha explicado jamás el por
qué de las cosas que se producen sobre la duela. Parece que las prisas apremian
y el verbo se recoge.
Mientras
eso sucede, la Dirección de Prensa decidió no brindarle la oportunidad a Oscar
Piña, un verdadero seguidor de la actividad, que por más de diez años estuvo en
la cadena de ABADINA, y quien este año no fue llamado, pero tampoco se le
ofreció ninguna explicación. Me dicen que la Black & Decker provino de
fuentes cercanas a sus afectos, Mario Emilio Guerrero, Fausto Julián Suero
Bueno, también conocido como La Reina del Bochinche, Euri Hernández y el insulso de Rafael Faneyte.
Creo
que el baloncesto también tiene que mejorar en la parte de su promoción diaria;
Monegro debería estar al corriente de ello, pero prefiera dejar pasar las
cosas. Continuar haciéndola con estos descerebrados y desorejados no cautivará
a nadie.
Cuando
el baloncesto dominicano se vistió de gala, la voz de Frank Kranwinkel retumbó
en el oído de todos y aquel vigoroso Salto al Centro sigue aún en la memoria sonora de todos. A la vez
la transmisión de los partidos se llevaba a cabo en las voces privilegiadas de
Frank Paonessa (+), José Miguel –Guelo-
Tueni y Comarazamy y los comentarios de Tomás Troncoso Cuesta, Leandro De La
Cruz y James Rodríguez. Después se sumaron otras voces y otros análisis como
Orlando Cotes (+) y Rolando Guante. Puede que alguien se me escape, pero no
serán muchos.
Mañana
saldré a la calle con el firme propósito de conseguir una guanábana y hacer una
champola, pero mientras tanto, prometo no escuchar más a Romeo González.
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