lunes, 8 de octubre de 2012


Repite conmigo: el Go Go… el Go Go Roldan…


Educar no es dar carrera para vivir,
sino templar el alma
para las dificultades de la vida"
Pitágoras


Los Roldan no son la familia más numerosa del país, pero de los que tengo referencia siempre han sido personas de bien. Uno de los pioneros de la industria farmacéutica nacional era de esa estirpe. En el deporte dominicano tampoco han sido muy granados, no son Pérez, ni Rodríguez, ni Martínez. Mi familia colombiana es apellido Roldan, para más señas paisas, de Medellín, de la bella Antioquia, con ellos he mantenido una relación de amistad que ya ronda los 40 años.

En los últimos tiempos el apellido Roldan huele a música en el país. Roldan Mármol, así de simple, es un cultivador del más profundo folklore nacional, de palos y atabales, de cueros que se golpean sobre el tambor, de sonidos que saben evocar la más profunda dominicanidad.

Pero hubo una vez un Roldan que se dedicó al baloncesto. Miguel Ángel Roldan a quien todos conocemos como el Go Go. Jugador excéntrico para la época que le tocó. Eran tiempos de inmensas figuras que adornaban el parnaso del baloncesto nacional: Luis Manuel –Manolo- Prince, Miguel Ángel –Pepe- Rozón, Alejandro Tejada, Frank –El Loco- Kranwinkel, Vidal –El Pinto- Bergés, Eddie Rodríguez, Leandro De La Cruz, Osiris –El Mamut- Duquela, Lillin Del Rosario, Ramón –Chocochoco- Aybar, para no llenar la página de nombres ilustres.

El Go Go no fue ese grandísimo jugador que podía con cualquiera, no era el hombre que opacaría las figuras del momento, ni aquella silueta que en una noche podía realizar una proeza increíble de irse a los vestidores con 30 o 40 puntos, como aquellos 100 tantos que una vez marcó José –El Pato- Martínez, pero era una enamorado cabal de la actividad.

Fue de los primeros miembros del Club San Lázaro, de aquellos que convirtieron un parqueadero de guaguas del transporte público en la primera cancha de la institución de la calle Santomé. Tenía estatura y cuerpo de chico, aún a sus años; en realidad fue siempre de estatura moderada. Las piernas de los otros se alargaban, también las manos, les cambiaba la voz. El Go Go parecía siempre un eterno adolescente.

Roldan empezó a ver a sus compañeros como algo que iba más allá del basket y coincidía con la belleza misma. Algo como un ímpetu, casi un es­tremecimiento de conciencia, una epifanía que permite al individuo que está allí, viéndolo encestar y jugar con la pelota, dejar de per­cibir una separación entre él y el espectáculo que está presencian­do, confundirse plenamente con lo que ve, al punto de sentirse uno con ese movimiento desigual pe­ro armónico.

Su desempeño, su actitud, su buen hacer, lo convirtió en un icono de las canchas, en una de las personas más queridas dentro de la actividad, en un motivador por excelencia y en un compañero indispensable. Ese fue como jugador el Go Go Roldan.Protagonista incomparable

Cuando empezamos a ponernos pantalones largos, con el deslumbramiento del Palacio de los Deportes, el Go Go fue dejado de lado por los equipos del baloncesto superior; los técnicos de entonces consideraron que había que darle cabida a una juventud que venia empujando con fuerza, muchachos que como el salían a borbotones de la canchas del San Lázaro, San Carlos, Naco, Eugenio Perdomo, Haina, los Delfines, los Coloides, el Rafael Barias, San Miguel, Mauricio Báez, La Fe, Villa Francisca, Rafael Leonidas Solano, pero también De La Salle, Evangélico Central, Santa Teresita, Calazans, Loyola, San Judas Tadeo, Cristóbal Colon, y tantos clubes y colegios que se jactaban de buen baloncesto.

Pero la pasión del Go Go Roldan tomó otros rumbos. Creó la primera escuela de mini-baloncesto de todo el país, en las instalaciones del Colegio San Pío X, en lo que entonces era el centro comercial y financiero de la ciudad de Santo Domingo. El arte pasó a ser su vida no en el sentido de que totaliza todo, sino que so­lamente su arte podía seguir ha­ciéndolo vivir, garantizándole el futuro.

Enclave obligado de las familias que hacían colas para degustar los finos y suculentos platos del restaurante Mario’s; la famosísima Cafetería Dumbo de Julio Ernesto Guerrero Objio, el viejo Dumbo, que todavía sigue siendo el mismo personaje de siempre, inolvidable; la Casa Pérez, uno de los primeros supermercados del país; los helados Capri, cita obligada dominical; los sabrosos e inigualables panes de Goyita; el Instituto del Libro; los cine Olimpia, Independencia y Santomé, los dos primeros también servían como escenarios de conciertos para la juventud; La Margarita, cita aceptada en la temporada navideña para observar el siempre accionar de su gigantesco Santa Claus; La Curacao, tienda de referencia de las familias dominicanas hasta hace varias décadas; el Acuario Tropical; la Farmacia Esmeralda y una cuadra más allá la Farmacia Mella; la estación principal de los Bomberos de Santo Domingo; la Casa de los Cuadritos de Jorge Alma, el millonario hijo de la viuda como le llamaba Max Álvarez; recordar más seria ocupar páginas y páginas de cualquier documento.

Hoy los personajes no son los mismos. La ciudad creció y desplazó lo que por más de 400 años había sido su referencia histórica, el Baluarte de El Conde, la calle El Conde, no está más el Mario´s, ni la Casa Pérez, tampoco el Olimpia, Independencia o el  Santomé, esas enormes farmacias de la zona desaparecieron, tampoco queda la Casa de los Cuadritos, pero el San Pío X se mantiene llevando el pan de la enseñanza a los jóvenes del sector.

Ya el Go Go Roldan no es el mismo, pero mantiene la misma actitud hacia la vida, hacia el deporte de sus pasiones, hacia la enseñanza de los más pequeños. Dice un amigo que la vida pasa, pesa y pisa, y nada más veraz. En ese largo lapso dedicado a la enseñanza ha visto desfilar un ejército de funcionarios de todo tipo, ministros, generales, coroneles, secretarios, sub-secretarios, asesores y jefes de gabinete que fueron cayendo, uno a uno, en el olvido, pero el nunca se apartó de lo que le correspondía hacer. Permaneció siempre llevando la enseñanza del deporte con mucho honor.

Hoy sigue teniendo sus mismos amigos, como un petit comité es depositario de la sabiduría y hay incondicionales que hacen innecesarios a los adversarios, pero hoy quien tanto ha dado necesita de la mano de todos y por esa razón se ha acercado tímidamente a las oficinas del Ministerio de Deportes y Recreación que encabeza el doctor Jaime David Fernández Mirabal.

En el país donde la realidad superó al asombro necesitamos una mano para un trabajador incansable del deporte dominicano.

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