miércoles, 17 de octubre de 2012


Oficialismo no hegemónico frente a la sucesión presidencial vía reforma fiscal

Danilo Medina Sánchez encandiló a muchos prometiendo que haría lo que nunca se había hecho, pero además, repitió hasta el cansancio que se había preparado para gobernar. A poco más de 45 días de instalado como Presidente de la República ofreció las línea generales de lo que sería la reforma fiscal, integral, para subsanar los desbalances que encontró en las finanzas nacionales después asumir en el cargo, herencia de su compañero de partido Leonel Fernández Reyna.

Esta sería la sexta reforma fiscal para el pueblo dominicano desde el regreso del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) al gobierno en el año 2004. Todas con el mismo resultado: negación a vidas más dignas para el conglomerado nacional, incumplimiento con las metas de desarrollo humano, desacertado desempeño del aparato estatal en el manejo de las cuentas nacionales e incremento del gasto parasito por parte de las autoridades. Inflación, menos empleos, alimentos más costosos, lucro para el sector financiero, aumento de la inseguridad ciudadana, hambre y calamidades.

Siempre he tenido la íntima convicción de que nuestros funcionarios, no importa la bandería, son verdaderos mediocres, entes anodinos, seres insípidos, sujetos insustanciales, que validos únicamente de una filiación partidaria llegan a la administración pública con una sola vocación: la apropiación de los dineros públicos.

Imponer las mismas recetas de reformas anteriores deja mucho que desear. Demuestra poca capacidad de estas figuras de ocasión para abocarse a nuevos planteamientos, poca inventiva para superar los retos que se podrían presentar, exiguo análisis de la realidad contemporánea y entre otros muchos bemoles, el divorcio que existe entre ellos y las grandes masas nacionales, sin dejar de contar el anquilosamiento en sus funciones y expectativas.

Lo señalé anteriormente, no espero nada del equipo económico del presidente Medina Sánchez. Son las mismas caras que sirvieron a todo lo largo de la administración de Fernández Reyna: Temístocles Montas Domínguez, ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, Héctor Valdez Albizu, gobernador del Banco Central, y Simon Lizardo Amézquita, ministro de Hacienda, más la figura escalofriante y escasamente potable de Antonio Isa Conde, conductor de la transformación de las empresas del Estado (las que virtualmente desaparecieron de la escena nacional) en la primera administración de Fernández Reyna

Medina Sánchez nos trae un intento de reforma fiscal con aumento del impuesto a la transferencia de bienes industrializados (ITEBIS), que en otros países se llama IVA, tax para Estados Unidos, y la ampliación de la base del mismo. Hasta un postre de harina, el bienmesabe, que pensé había desaparecido de las pulperías y colmados, las tripas de los animales incluyendo el hocico de los cerdos, quedarían en la lista de productos grabados.

Entre la elección de Medina Sánchez y el traspaso de mando de Fernández Reyna hubo exactamente 88 días, en lo que se llama periodo de transición. En el mismo una comisión designada por ambas partes estudiaba lo que uno dejaría y el otro recibiría. Parece que esta vez no sucedió así y nuestro flamante presidente aún anda buscando los valores reales de todos los problemas que heredó. Sólo del déficit fiscal se habla de la extraordinaria suma de 178 mil millones de pesos dominicanos (cuatro mil trescientos cuarenta y cinco millones de dólares, al cambio actual).

A ello agregue la nada despreciable suma de 800 mil millones de pesos (20 mil cuatrocientos treinta y cuatro millones de dólares) que es la suma que adornó la corrupción en los últimos ocho años de la administración Fernández Reyna.

Entre una y otra, 17 veces de la totalidad de las quiebras bancarias que sacudió al país en la administración de Hipólito Mejía Domínguez en el año 2003, y aún así se nos vendía la idea repetida de que vivíamos en el más consumado de los paraísos, que hasta el mismo Dios vendría a vivir en la bonanza de las administraciones de ese ser inmaculado llamado Leonel Antonio Fernández Reyna.

Medina Sánchez, en la inauguración del año escolar, su primera aparición pública como Presidente de la República, reconoció que había recibido un país lleno de deudas. “Un maletín donde sólo encontré facturas para pagar”, había declarado en su nativa San Juan de la Maguana. Como queriendo decir que había asumido un gobierno con relativo vigor político hostigado por serios problemas económicos.

Mientras pasan los días no se habla de buscar correctivos a las causas que llevaron a tan profunda recesión económica. Nadie ha sugerido buscar los responsables de estos desbalances en la administración pública, la revisión de las nominas supernumerarias de las instituciones del Gobierno Dominicano, incluyendo el ministerio de Relaciones Exteriores, templo del reformismo parasito, los fondos especiales que reciben nuestros legisladores bajo el pintoresco nombre de “el barrilito”, la observación a los contratos perjudiciales firmados por personeros del gobierno con empresas e instituciones internacionales (donde todos tenemos la percepción que se han negociado enormes facilidades, incontables comisiones y quien sabe que tantísimos detalles impublicables). El rosario sería interminable.

Leonel Fernández Reyna abusó de los espejismos, apareciendo siempre como héroe excluyente, contó con haber aprendido que muchos de los periodistas en el país tienen precio y por ello nunca canceló por un día su agenda oficial para recluirse en asuntos personales; ninguno de sus hijos padeció jamás de un resfriado, de una luxación o de alguna falta escolar. Nunca dejó circular un rumor tóxico ni permitió la instalación de un clima de intranquilidad y angustia. El paraíso soñado, pero olvidó del viejo e irresuelto problema sobre el manejo transparente de los fondos públicos, de los que dispuso como si fueran de su propiedad, con la seguridad de que nadie le reclamará un solo esclarecimiento. 

Las altas cortes han empezado a dar muestras de tener dificultades para validar su autoridad, en el camino serán desairados por más de un cortesano/amigo/intimo y pedirán un sin fin de informaciones que a la postre no servirán para nada. Habrá más de un espadachín que no se atreverá a levantar su espetón contra sus “compañeritos” de partido y de vicisitudes. Los escándalos se extenderán.

Medina Sánchez está ávido de dinero para llevar a cabo su gobierno, las cajas internas fueron consumidas por el presidente de su propio partido, tiene exceso de trampas a su alrededor y más de uno ha comentado que es reo de confianza de Fernández Reyna, quien en la intimidad es su más férreo opositor. Manotear los juegos de guerra que lo empujarían a un combate irremediable es la única decisión valiente que puede tomar, de lo contrario será un títere.

El Presidente aparenta no ser, hasta el momento, de los que se inclinan a que la propia voluntad puede doblegarlo todo, incluso las lógicas económicas: “yo soy el Presidente de la República y aquí se hace lo que yo disponga”, indicó una vez Fernández Reyna. Medina Sánchez encontró unas arcas tan raleadas que le provocaron bruscos cambios de conducta, pero los tiempos se agotan y no hay plazos para maniobrar.

Sectores importantes de la sociedad han empezado a pedir la revisión del contrato de la minera Barrick-Pueblo Viejo, firmado al vapor por sus propios compañeros de partido y donde el país está virtualmente ausente de beneficios. Quizás no se atreva a mosquearse frente a una situación que se torna urgente por miedos a las posibles sanciones internacionales. Las protestas populares constituyen una amenaza y hay más de un cabeza caliente dispuesto a lanzar las primeras piedras. Del vilipendiado sector sindical hay quienes no terminan de cerrar su paritario accionar, pero tendrán que claudicar y colocarse del lado de las mayorías. No hay pronósticos benignos sobre el destino del modelo de Medina Sánchez, algunas cosas empiezan a moverse tenuemente, a insinuar cambios, en un sistema anudado por años sólo a la economía y al miedo.

La única propuesta sensata escuchada hasta el momento fue la del diputado Víctor Bisonó Haza de recortar los fondos que reciben los partidos políticos del tesoro nacional en más de mil millones de pesos. Si se piensa grabar el conconete, la masita, el dulce de batata con piña, y las habichuelas con dulce, también habría que colocar una impresora fiscal en los 35 mil puestos de drogas que una vez reconoció la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), que con un pago único semanal de 5 mil pesos, dejaría 9 mil cien millones de pesos anuales, dinero que se suma a la corrupción en la actualidad.

Tenemos una sociedad casi partida en dos, con visiones muy divergentes y fuerzas que buscan un hueco dentro de la misma, tipo Guillermo Moreno. El PLD (Partido de la Liberación Dominicana) se considera a si mismo un partido hegemónico, con mayoría legislativa propia o a través de alianzas. Una oposición que necesita reestructurarse con un PRD (Partido Revolucionario Dominicano) fraccionado. Pocos liderazgos frescos y un plazo prudencial de más o menos dos años antes de que empiece a discutirse la sucesión en el Palacio Nacional, siempre y cuando no cambie antes el humor económico o se dilapide el apoyo político.

Nuevas tarifas y más inflación, mayores carestías, es desatar un demonio de proporciones no imaginadas, un trauma que definitivamente será imposible superar y nos convertirá para siempre en un estado fallido. Tenemos demasiadas incógnitas y muy pocas respuestas. El protagonismo del PLD ha sido excluyente, rasgo que tiene desde aquellos tiempos que nadie quiere recordar, pero la moralidad que exhibían pasó a ser un objeto de la historia: su consolidación de cara al reto de la historia no será agradecida.

De Medina Sánchez depende su consolidación como Presidente de la República, las luchas intestinas por el control del peledeísmo o desde ya retorna al ruedo político a su compañero de partido, su más pesado talego, su más anunciado archienemigo, su Waterloo más ordinario, Leonel Fernández Reyna. Dependerá de cómo siga el talante económico y de cómo administra el poder político que recibido de las urnas.

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