Una muerte repetida en cada contemporáneo
Hubo una
época de mi vida en que casi todos los sábados tomaba un carrito de concho en la Ortega y Gasset con San Cristóbal, entre
las 4:45 y 5:00 de la tarde, ahí mismo, en el rincón donde se largaban las
carreras del Perla Antillana a distancia de 1,600 metros. Eran los tiempos de
la Banda Colorá, el instante más atropellante
de los 12 años de Joaquín Balaguer Ricardo, y desde allí me trasladaba por lo
general al teatro Leonor de la Arzobispo Nouel. El trayecto me costaba 15
centavos; ahora sería imposible acceder al mismo, en tiempo y valor.
El Leonor
era mi cine favorito; el primero al que asistí sin compañía en la ciudad de
Santo Domingo. Recuerdo que la primera vez fue para ver una película con
Brigitte Bardot, para mayores de 18 años; tenía 14… nadie me dijo nada y entré
como perro por su casa. Me ayudaba la estatura, pero era sumamente delgado;
quizás me puse rojo como un tomate. La rutina continuó por largos años.
Repartía mis días de cine entre el Elite en la Pasteur, el Olimpia en la Palo
Hinchado, el Rialto en la Duarte casi esquina El Conde y más adelante en el
Capitolio en la Arzobispo Meriño frente a la Catedral de Santo Domingo, donde
exhibían todas las grandes películas, después de sus estrenos, al módico precio
de 50 centavos.
Aquel
Santo Domingo que muchos añoramos tenía unas salas de cine con nombres para
evocar, ya desaparecidas. Balani, Cometa, Ketty,
Apolo, Independencia, Cupido, Trianon, Coloso, Estela, Montecarlo, Coliseo
Brugal, Atenas, Diana, Max, San Carlos, y el Lido, la más exquisita sala con
que contaba la ciudad. Además, los auto-cinemas Iris en el Centro de los Héroes
y el Naco, en el sector del mismo nombre.
Una
tarde dominical en la que hacia filas para entrar al Leonor, se repartió un folletín
a 4 páginas y en una de las
secciones hablaba de Sonia Silvestre. Las chicas
delante de mí empezaron el chismorreo. No
es posible que la Silvestre sea menor que yo. Esa fotografía no la favorece… y así mil cosas más. Quizás rondando
los 20 años de edad, Sonia Silvestre ya era una figura del canto en República
Dominicana.
No
era la sociedad hípercontrolada que pretenden los gobiernos de ocasión, donde a
todos se nos pretende tratar como homogéneos, cónsonos y análogos, sin lideres,
donde las ideologías se guardan en el último cajón del armario e hipertrofiadas
por la más rampante corrupción, pero los gobernantes apelaban a otras formas,
tan drásticas y excluyentes como las actuales. Esa mezcla absurda de
neoliberalismo con socialismo trasnochado; ese reinventado esclavismo donde
triunfan los políticos sin decoro y los tutumpotes
de abolengo salpicados de escándalos.
Era
aún la época en que los mayores dormían la siesta, pero no se si aquella joven
mujer tuvo tiempo para jugar a ser cantante o actriz, mientras las sabanas
volaban tendidas en el patio, en una ciudad aún más amable, arbolada y de
techos bajos.
Estos son tiempos donde las utopías se marcharon, los relatos
grandes ya no son viables, las sociedades se volvieron multiculturales, las ciencias
están especializadas para un único ideal, con dos funciones básicas: promover
el progreso moral y servir de contraste con la realidad y fundamentar la sana
crítica. Una sociedad sin ideales está condenada a no progresar, a la regresión,
y pierde la altura para ejercitar la crítica al presente.
Durante
la dilatada dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina se utilizó la música y
la radio con fines meramente propagandísticos, en ese lapso se indujeron nuevas
preferencias sonoras, merengue incluido, y se tejió un amplio abanico melódico
de afectos al régimen. El béisbol fue un escape para las juventudes, pero al
final del trujillato se empezaron a
filtrar nuevos aires. La televisora de Pedro –Pepe- Bonilla, que se mantuvo por
su estrecha relación con Rafael –Ramfis- Trujillo Martínez y los programas de
Ellis Pérez, “Your Hit Parade”, en HIZ de Frank Hatton; el popular espacio La
Hora del Moro con Rafael Solano; y Walterio Coll con sus Dominican Boys. Era el tiempo donde ya la música empezaba a sonar
diferente.
Después hubo un intenso oleaje, fuentes en la que hay que
buscar para escribir con veracidad la historia musical de esa época, donde aún
hay muchos de sus protagonistas con los pies sobre la tierra; hay que navegar
entre un número de bandas y solistas que en ocasiones no dejaron rastros, sólo
las reminiscencias. Las memorias de un país que trata de ignorar su historia no
se pueden cerrar; sea al furor de las discografías o frente al fulgorzazo
de
una metralleta.
Esa música popular que empezó a tramarse, quizás tratando de
alumbrar a The Beatles dominicanos,
nos transformó, trabajó nuevos conceptos de producción, desarrollando otros
sonidos melódicos e introdujo algunos rasgos tormentosos eléctricamente
ejecutados. Los Rock in
Boy's con René Alfonso de cantante, los Happy
Boy's de Pericles Mejía, Mané Henríquez, Jorge Taveras; los Bemol’s, los X-6, los Masters o los Yompis. Los Solmeños con Nandy Rivas, Tito Saldaña y Rafael y Horacio
Pichardo. No se puede descartar tampoco a un exquisito Napoleón Dhimes, que
tenía un espacio los viernes en Radio Santo Domingo Televisión.
La
Silvestre apareció por primera vez en la pantalla chica en Gente con Freddy Ginebra, un programa sabatino que causó época. Era
también el momento más fecundo del Coro Estudiantil que dirigía el hermano
Alfredo Morales, para los lasallistas eso era un toque de queda, además el
grupo de teatro La Carreta. También empezaba un movimiento basado en la
corriente pedagógica de Paulo Freire, la educación liberadora, y de la iglesia
católica, que se lanzó desde el 1968 en Medellín (Colombia). El gobierno de
Balaguer Ricardo expulsó al hermano Miguel Domínguez y a otros miembros de la congregación
De La Salle.
En esos instantes República Dominicana vivió un momento de
sublimidad cotidiana, existía el empeño colectivo por ser mejores, las
juventudes pujaban por su espacio, pero el látigo de la iniquidad colectiva se
blandía con dureza. Habíamos pasado por el abril del 1965, la Primavera de
Praga, la Revolución de los Claveles, aquí coexistieron Amin Abel Hasbún,
Amaury Germán Aristy, Bienvenido Leal Prandy, Ulises Cerón Polanco, Virgilio
Perdomo Pérez, Orlando Mazara, Homero Hernández Vargas, Otto Morales Efres,
César Augusto –Flavio- Suero, Asdrúbal Domínguez Guerrero, Henry Segarra
Santos, un olvidado Amelio Silva Cabrera, pero también mucha gente que sus
huesos no tendrán descanso por toda la eternidad.
Existió también un movimiento de clubes populares, con tinte
de deportivos y culturales que jugaron su papel, pero también su complicidad con
el régimen. Las instalaciones de San Lázaro en el sector del mismo nombre, y
Mauricio Báez, en la populosa Villa Juana, no fueron gratuitas. Hubo lazos que
se tejieron con figuras prominentes del balaguerato,
con los militares de ocasión y con la nefasta Banda Colorá que tenía como matón visible a Ramón Pérez Martínez,
alias Macorí.
Miguel D. Mena, poeta y critico literario residente en
Alemania, escribió en junio del 2011: “¿tiene más sentido hablar de Trujillo
que pensar en los mil millones de pesos que costó el parqueo de la UASD?, ¿me
puede alguien hablar del valor de Duarte y Los Trinitarios y obviar el
Liceo Hostos, en Arenoso, San Francisco de Macorís, donde los niños están más
desprotegidos que si estuvieran en un mercado de víveres?, ¿celebramos el libro
cuando no hay bibliotecas en Santo Domingo?”.
En todo ese caldo, espeso, duro,
doloroso, que era necesario abordar, presto a cualquier eventualidad,
empezó a
surgir la figura de Sonia Margarita Silvestre Ortiz. Se hacían
necesarios gritos por la libertad, reconquistar
el derecho y la libertad de transformar un país que siempre parece nadar
contracorriente y cuya dignidad se pierde a cada segundo. Quizás por esa
sensación y deseo colectivo e inmensamente mayoritario de que suceda algo que
sacuda los cimientos que dejó la dictadura; una dictadura que aún, a más de 50
años, muestra sus tentáculos, una crisis demasiado larga, se sentía esa carga
emocional para cambios importantes. Cambios que a la postre jamás han llegado.
“Sonia
intelectualmente, hizo su camino, de ideas y compromisos en momentos difíciles
de este país, desclasándose, cosa que no es común en este islote, porque ha
creído en lo que ha creído y de modo público, dando la cara”, Carlos Francisco
Elías, Acento (Abril 19, 2014).
No se
me si alguna vez Sonia se imaginó grabando en Milano, o en una tan de moda
Londres, con la Sinfónica detrás, pero como señaló en una ocasión Carmen Imbert
Brugal: “juglar de antes y de siempre, Sonia Silvestre, la provinciana que
pretendía concluir sus estudios de Pedagogía, dejó todo por la canción.
Convirtió su vocación en oficio y después que Leonor Porcella la eligiera para
interpretar “Dónde poder gritarte que te
quiero”, y obtuvo el segundo lugar en el IV Festival de la Canción
Dominicana, se instaló en el sentimiento nacional”.
Terminando Balaguer Ricardo nos llegó el fever dance, pero ya Sonia estaba en la piel de cada uno de sus
coterráneos, el contexto había influido pero fue consecuencia de una colisión
de circunstancias. Muchas veces, a lo largo de esos años, los que escuchábamos
sentíamos la necesidad de cerrar los ojos, de negarnos a ver, pero los oídos no
pueden ser tapiados; las orejas no tienen parpados, así que nos atiborrábamos
de sonidos y decires, con toda su potencia y algunas veces con todo el dolor.
Muy temprano nos esbozó la posibilidad de acceder a un
discurso rasgado de cosmologías, sacándonos más allá que la disciplina del
lenguaje; planteó, quizás sin quererlo, que no había la necesidad de llegar a
la absoluta reflexión filosófica, pero sí conocer las expresiones. Trabajó
elementos temáticos incluyentes: los amores, los intangibles, los tiempos, las
preguntas, las libertades, los evidentes, las poesías. Hizo un rastrillaje de
imágenes respetando el desmonte de las formas cotidianas. Habló de mucha gente
que han discutido de amor y buscó canciones sin olvidar jamás nuestros
umbrales.
Había un mensaje y una forma de trabajar, pero también una
identidad que generaba identificación, quizás un discurso críptico, seductor,
fascinante, hechicero, arrebatador, absorbente, persuasivo, que apuntaba a
cuestiones existenciales, no dejando nada por concluido, generaba pistas o
trataba de descifrar enigmas para que el libre albedrío se ejecutara.
Quizás desalentada
por sucesivas crisis, intentó abordar el vacío que le dejaban las canciones mal
escritas o pésimamente interpretadas con absurdos protocolos diarios o zafias
pantallas. Lejos de impelerse de nuevo hacia la denostada vidorria del catante
de fama, decide renovarse y experimentar con nuevas tonalidades. Sin
desanimarse por lo difuso del término, vuelve a entrar por la puerta grande
inaugurando una nueva variante del más autentico de los compositores nacionales
de las últimas décadas, Luis Días. Era una forma de llevarnos de regreso a
feliz puerto, puesto que todos éramos sus historias, como estrofas bien
escritas de una canción que no existe, que nadie escribirá jamás”.
“Los
artistas inolvidables arrastran consigo su historia. O la hacen cantando. A
todo pulmón. Si la tragedia no signa sus vidas otras razones determinan su
éxito, estilo y vigencia. Aunque Sonia no haya “vivido” sus canciones como la
Holiday, la calidad y la perseverancia priman en su carrera. Alguien la bautizó
como “la peligrosa” (Nota LRM: Máximo Polanco Estrella). Lo es. Nada más
peligroso que aferrarse a un sueño y ser genuina. La autenticidad duele,
mortifica a la mediocridad. Remueve la mugre de esos rincones sucios del alma y
la esparce. Trastorna hostil y frívolo. Si a pesar de eso, una artista logra
imponerse, durante tres décadas, tiene que ser extraordinaria”, añadía Imbert
Brugal.
Agregó
además: “el
maestro Rafael Solano proclama que ella tiene un don. Su voz es 4.40, la
afinación perfecta. Puede subir, bajar, entonar blues, bossa nova, bachata, un
bolero, un merengue… la escuchó gracias a las diligencias de Niní Cáfaro
(Caffaro). Ese día, asombrado con el prodigio de su garganta, supo que estaba
enfrente de una intérprete única. La dueña de un instrumento que ha servido
para emocionar, durante treinta y siete años, a miles de seguidores, adoradores
de su filin (filling). Tal fue la
fascinación con la jovencita que ella estrenó “Diez de Abril” una de las obras
más queridas del prolífico compositor y pianista”.
Todos
moriremos alguna vez, pero hay quienes mueren repetidas veces, llevándose en su
vuelo final una pizca de cada quien. Costará entender que la desaparición de la
Silvestre no solo es noticia, sino un pequeño desliz del alma que muchos no
olvidarán. Tendremos años para acostumbrarnos a la idea. Sonia se ha deslizado
a la sombra, despacio, con cierta timidez, y, en el fondo, de la manera más
gentil. Sin embargo, en el momento final, cuando se ha separado de la vida,
silenciosamente como una estampilla postal de un álbum filatélico viejísimo,
nos hizo daño, y así ha sido.
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