domingo, 20 de abril de 2014

Una muerte repetida en cada contemporáneo

Hubo una época de mi vida en que casi todos los sábados tomaba un carrito de concho en la Ortega y Gasset con San Cristóbal, entre las 4:45 y 5:00 de la tarde, ahí mismo, en el rincón donde se largaban las carreras del Perla Antillana a distancia de 1,600 metros. Eran los tiempos de la Banda Colorá, el instante más atropellante de los 12 años de Joaquín Balaguer Ricardo, y desde allí me trasladaba por lo general al teatro Leonor de la Arzobispo Nouel. El trayecto me costaba 15 centavos; ahora sería imposible acceder al mismo, en tiempo y valor.

El Leonor era mi cine favorito; el primero al que asistí sin compañía en la ciudad de Santo Domingo. Recuerdo que la primera vez fue para ver una película con Brigitte Bardot, para mayores de 18 años; tenía 14… nadie me dijo nada y entré como perro por su casa. Me ayudaba la estatura, pero era sumamente delgado; quizás me puse rojo como un tomate. La rutina continuó por largos años. Repartía mis días de cine entre el Elite en la Pasteur, el Olimpia en la Palo Hinchado, el Rialto en la Duarte casi esquina El Conde y más adelante en el Capitolio en la Arzobispo Meriño frente a la Catedral de Santo Domingo, donde exhibían todas las grandes películas, después de sus estrenos, al módico precio de 50 centavos.

Aquel Santo Domingo que muchos añoramos tenía unas salas de cine con nombres para evocar, ya desaparecidas. Balani, Cometa, Ketty, Apolo, Independencia, Cupido, Trianon, Coloso, Estela, Montecarlo, Coliseo Brugal, Atenas, Diana, Max, San Carlos, y el Lido, la más exquisita sala con que contaba la ciudad. Además, los auto-cinemas Iris en el Centro de los Héroes y el Naco, en el sector del mismo nombre.

Una tarde dominical en la que hacia filas para entrar al Leonor, se repartió un folletín a 4 páginas y en una de las
secciones hablaba de Sonia Silvestre. Las chicas delante de mí empezaron el chismorreo. No es posible que la Silvestre sea menor que yo. Esa fotografía no la favorece… y así mil cosas más. Quizás rondando los 20 años de edad, Sonia Silvestre ya era una figura del canto en República Dominicana.

No era la sociedad hípercontrolada que pretenden los gobiernos de ocasión, donde a todos se nos pretende tratar como homogéneos, cónsonos y análogos, sin lideres, donde las ideologías se guardan en el último cajón del armario e hipertrofiadas por la más rampante corrupción, pero los gobernantes apelaban a otras formas, tan drásticas y excluyentes como las actuales. Esa mezcla absurda de neoliberalismo con socialismo trasnochado; ese reinventado esclavismo donde triunfan los políticos sin decoro y los tutumpotes de abolengo salpicados de escándalos.

Era aún la época en que los mayores dormían la siesta, pero no se si aquella joven mujer tuvo tiempo para jugar a ser cantante o actriz, mientras las sabanas volaban tendidas en el patio, en una ciudad aún más amable, arbolada y de techos bajos.

Estos son tiempos donde las utopías se marcharon, los relatos grandes ya no son viables, las sociedades se volvieron multiculturales, las ciencias están especializadas para un único ideal, con dos funciones básicas: promover el progreso moral y servir de contraste con la realidad y fundamentar la sana crítica. Una sociedad sin ideales está condenada a no progresar, a la regresión, y pierde la altura para ejercitar la crítica al presente.

Durante la dilatada dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina se utilizó la música y la radio con fines meramente propagandísticos, en ese lapso se indujeron nuevas preferencias sonoras, merengue incluido, y se tejió un amplio abanico melódico de afectos al régimen. El béisbol fue un escape para las juventudes, pero al final del trujillato se empezaron a filtrar nuevos aires. La televisora de Pedro –Pepe- Bonilla, que se mantuvo por su estrecha relación con Rafael –Ramfis- Trujillo Martínez y los programas de Ellis Pérez, Your Hit Parade”, en HIZ de Frank Hatton; el popular espacio La Hora del Moro con Rafael Solano; y Walterio Coll con sus Dominican Boys. Era el tiempo donde ya la música empezaba a sonar diferente.

Después hubo un intenso oleaje, fuentes en la que hay que buscar para escribir con veracidad la historia musical de esa época, donde aún hay muchos de sus protagonistas con los pies sobre la tierra; hay que navegar entre un número de bandas y solistas que en ocasiones no dejaron rastros, sólo las reminiscencias. Las memorias de un país que trata de ignorar su historia no se pueden cerrar; sea al furor de las discografías o frente al fulgorzazo
de una metralleta.

Esa música popular que empezó a tramarse, quizás tratando de alumbrar a The Beatles dominicanos, nos transformó, trabajó nuevos conceptos de producción, desarrollando otros sonidos melódicos e introdujo algunos rasgos tormentosos eléctricamente ejecutados. Los Rock in Boy's con René Alfonso de cantante, los Happy Boy's de Pericles Mejía, Mané Henríquez, Jorge Taveras; los Bemol’s, los X-6, los Masters o los Yompis. Los Solmeños con Nandy Rivas, Tito Saldaña y Rafael y Horacio Pichardo. No se puede descartar tampoco a un exquisito Napoleón Dhimes, que tenía un espacio los viernes en Radio Santo Domingo Televisión.

La Silvestre apareció por primera vez en la pantalla chica en Gente con Freddy Ginebra, un programa sabatino que causó época. Era también el momento más fecundo del Coro Estudiantil que dirigía el hermano Alfredo Morales, para los lasallistas eso era un toque de queda, además el grupo de teatro La Carreta. También empezaba un movimiento basado en la corriente pedagógica de Paulo Freire, la educación liberadora, y de la iglesia católica, que se lanzó desde el 1968 en Medellín (Colombia). El gobierno de Balaguer Ricardo expulsó al hermano Miguel Domínguez y a otros miembros de la congregación De La Salle.

En esos instantes República Dominicana vivió un momento de sublimidad cotidiana, existía el empeño colectivo por ser mejores, las juventudes pujaban por su espacio, pero el látigo de la iniquidad colectiva se blandía con dureza. Habíamos pasado por el abril del 1965, la Primavera de Praga, la Revolución de los Claveles, aquí coexistieron Amin Abel Hasbún, Amaury Germán Aristy, Bienvenido Leal Prandy, Ulises Cerón Polanco, Virgilio Perdomo Pérez, Orlando Mazara, Homero Hernández Vargas, Otto Morales Efres, César Augusto –Flavio- Suero, Asdrúbal Domínguez Guerrero, Henry Segarra Santos, un olvidado Amelio Silva Cabrera, pero también mucha gente que sus huesos no tendrán descanso por toda la eternidad.

Existió también un movimiento de clubes populares, con tinte de deportivos y culturales que jugaron su papel, pero también su complicidad con el régimen. Las instalaciones de San Lázaro en el sector del mismo nombre, y Mauricio Báez, en la populosa Villa Juana, no fueron gratuitas. Hubo lazos que se tejieron con figuras prominentes del balaguerato, con los militares de ocasión y con la nefasta Banda Colorá que tenía como matón visible a Ramón Pérez Martínez, alias Macorí.

Miguel D. Mena, poeta y critico literario residente en Alemania, escribió en junio del 2011: “¿tiene más sentido hablar de Trujillo que pensar en los mil millones de pesos que costó el parqueo de la UASD?, ¿me puede alguien hablar del valor de Duarte y Los Trinitarios y obviar el Liceo Hostos, en Arenoso, San Francisco de Macorís, donde los niños están más desprotegidos que si estuvieran en un mercado de víveres?, ¿celebramos el libro cuando no hay bibliotecas en Santo Domingo?”.

En todo ese caldo, espeso, duro, doloroso, que era necesario abordar, presto a cualquier eventualidad, empezó a
surgir la figura de Sonia Margarita Silvestre Ortiz. Se hacían necesarios  gritos por la libertad, reconquistar el derecho y la libertad de transformar un país que siempre parece nadar contracorriente y cuya dignidad se pierde a cada segundo. Quizás por esa sensación y deseo colectivo e inmensamente mayoritario de que suceda algo que sacuda los cimientos que dejó la dictadura; una dictadura que aún, a más de 50 años, muestra sus tentáculos, una crisis demasiado larga, se sentía esa carga emocional para cambios importantes. Cambios que a la postre jamás han llegado.

“Sonia intelectualmente, hizo su camino, de ideas y compromisos en momentos difíciles de este país, desclasándose, cosa que no es común en este islote, porque ha creído en lo que ha creído y de modo público, dando la cara”, Carlos Francisco Elías, Acento (Abril 19, 2014).

No se me si alguna vez Sonia se imaginó grabando en Milano, o en una tan de moda Londres, con la Sinfónica detrás, pero como señaló en una ocasión Carmen Imbert Brugal: “juglar de antes y de siempre, Sonia Silvestre, la provinciana que pretendía concluir sus estudios de Pedagogía, dejó todo por la canción. Convirtió su vocación en oficio y después que Leonor Porcella la eligiera para interpretar “Dónde poder gritarte que te quiero”, y obtuvo el segundo lugar en el IV Festival de la Canción Dominicana, se instaló en el sentimiento nacional”.

Terminando Balaguer Ricardo nos llegó el fever dance, pero ya Sonia estaba en la piel de cada uno de sus coterráneos, el contexto había influido pero fue consecuencia de una colisión de circunstancias. Muchas veces, a lo largo de esos años, los que escuchábamos sentíamos la necesidad de cerrar los ojos, de negarnos a ver, pero los oídos no pueden ser tapiados; las orejas no tienen parpados, así que nos atiborrábamos de sonidos y decires, con toda su potencia y algunas veces con todo el dolor.

Muy temprano nos esbozó la posibilidad de acceder a un discurso rasgado de cosmologías, sacándonos más allá que la disciplina del lenguaje; planteó, quizás sin quererlo, que no había la necesidad de llegar a la absoluta reflexión filosófica, pero sí conocer las expresiones. Trabajó elementos temáticos incluyentes: los amores, los intangibles, los tiempos, las preguntas, las libertades, los evidentes, las poesías. Hizo un rastrillaje de imágenes respetando el desmonte de las formas cotidianas. Habló de mucha gente que han discutido de amor y buscó canciones sin olvidar jamás nuestros umbrales.

Había un mensaje y una forma de trabajar, pero también una identidad que generaba identificación, quizás un discurso críptico, seductor, fascinante, hechicero, arrebatador, absorbente, persuasivo, que apuntaba a cuestiones existenciales, no dejando nada por concluido, generaba pistas o trataba de descifrar enigmas para que el libre albedrío se ejecutara.

Quizás desalentada por sucesivas crisis, intentó abordar el vacío que le dejaban las canciones mal escritas o pésimamente interpretadas con absurdos protocolos diarios o zafias pantallas. Lejos de impelerse de nuevo hacia la denostada vidorria del catante de fama, decide renovarse y experimentar con nuevas tonalidades. Sin desanimarse por lo difuso del término, vuelve a entrar por la puerta grande inaugurando una nueva variante del más autentico de los compositores nacionales de las últimas décadas, Luis Días. Era una forma de llevarnos de regreso a feliz puerto, puesto que todos éramos sus historias, como estrofas bien escritas de una canción que no existe, que nadie escribirá jamás”.

“Los artistas inolvidables arrastran consigo su historia. O la hacen cantando. A todo pulmón. Si la tragedia no signa sus vidas otras razones determinan su éxito, estilo y vigencia. Aunque Sonia no haya “vivido” sus canciones como la Holiday, la calidad y la perseverancia priman en su carrera. Alguien la bautizó como “la peligrosa” (Nota LRM: Máximo Polanco Estrella). Lo es. Nada más peligroso que aferrarse a un sueño y ser genuina. La autenticidad duele, mortifica a la mediocridad. Remueve la mugre de esos rincones sucios del alma y la esparce. Trastorna hostil y frívolo. Si a pesar de eso, una artista logra imponerse, durante tres décadas, tiene que ser extraordinaria”, añadía Imbert Brugal.

Agregó además: “el maestro Rafael Solano proclama que ella tiene un don. Su voz es 4.40, la afinación perfecta. Puede subir, bajar, entonar blues, bossa nova, bachata, un bolero, un merengue… la escuchó gracias a las diligencias de Niní Cáfaro (Caffaro). Ese día, asombrado con el prodigio de su garganta, supo que estaba enfrente de una intérprete única. La dueña de un instrumento que ha servido para emocionar, durante treinta y siete años, a miles de seguidores, adoradores de su filin (filling). Tal fue la fascinación con la jovencita que ella estrenó “Diez de Abril” una de las obras más queridas del prolífico compositor y pianista”.

Todos moriremos alguna vez, pero hay quienes mueren repetidas veces, llevándose en su vuelo final una pizca de cada quien. Costará entender que la desaparición de la Silvestre no solo es noticia, sino un pequeño desliz del alma que muchos no olvidarán. Tendremos años para acostumbrarnos a la idea. Sonia se ha deslizado a la sombra, despacio, con cierta timidez, y, en el fondo, de la manera más gentil. Sin embargo, en el momento final, cuando se ha separado de la vida, silenciosamente como una estampilla postal de un álbum filatélico viejísimo, nos hizo daño, y así ha sido.


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