Comiendo merluzo con Chaljub Mejía
Septiembre 09 del 2022
uno
Amanece aquí en Castro, Isla Grande de Chiloé, con un frio de espanto,
había hielo fino sobre la hierba mojada, sobre las hojas de los árboles, sobre
los vehículos a la intemperie; Roma y Simona dentro de sus respectivas casas
(las perras de mi consuegro), dos días antes del aniversario del golpe militar
en Chile; dos días antes del cumpleaños de mi comadre Sylvia, madrina de mi
Rodrigo Andrés, donde quiera que esté; abro digitalmente el matutino El Día (Santo Domingo), buscando
información sobre el baloncesto dominicano, me apareció un artículo titulado Algo
más sobre Chile bajo la firma de Rafael Chaljub Mejía; cuatro días después
del plebiscito que derrocó la propuesta de modificación constitucional que
alentó el presidente Gabriel Borič (me gusta escribir Borič con ce
con carón [Č, para las mayúsculas; č para las minúsculas], porque él es
eslavo, serbocroata; consonante africada, postalveolar sorda [t͡ʃ],; el sonido
del dígrafo es parecido al de la ch, en castellano; letra usada en el checo,
serbocroata y otros idiomas, todos eslavos).
Chaljub Mejía también es colaborador de la página digital Acento, y en ella encontré: «viejo militante de izquierda. Fue miembro
del 1J4, del Movimiento Popular Dominicano y del Partido Comunista del Trabajo.
Se integró a la Coalición Democrática que apoyó a Luis Abinader. Ha escrito
varios libros sobre música típica dominicana, entre ellos Antes de que se vayan
y Por los caminos del Merengue. Tiene varios libros publicados, como Golpe a
Golpe, y testimonios sobre la era de Trujillo».
¿Viejo?... ¡señores!...
¡señores!... a nadie le gusta que le encaren sus años encima… ¡viejo
es el Siboney!... no conozco a Chaljub Mejía; uno de sus nietos fue muy
asiduo a mi casa, de repente se borró como el
azul de bolitas. José Rafael Lantigua, a quien nunca tendré en mis altares,
por simple sospecha de que se vende como lo que no es, publica en un portal
llamado Noticias entre Amigos (Jul.26.2022):
«tengo en Rafael Chaljub Mejía a un
escritor de raíces, telúrico, cuya escritura nos contacta con la tierra
ancestral -madraza del vivir y su didáctica- y nos introduce en el cultivo de
la heredad latente que la vida, tantas veces, nos hace olvidar, pero que sigue
ardiente en el recuerdo como fuego incesante… uno de los mejores escritores del
país».
Una de mis grandes interrogantes de este viaje a Chile era la
convivencia con mi consuegro, de quien ya tenía referencias de ser un apasionado
seguidor de las derechas; yo más moderado políticamente, por referencias de mi mamá,
también fanática sin llegar a los extremos, quien nunca le pasó factura al país.
En marzo/abril del cursante año ya habíamos coincidido para la situación de
salud de Rodrigo Andrés, en Santiago, y no existió un acercamiento versión «Encuentro Cercanos del Tercer Tipo»,
como la película de Steven Spielberg (1977), que vi en Caracas, Venezuela, en
el 1978.
Todo cambia, ¡todo cambia!... disfruté la cinta protagonizada por Richard
Dreyfuss, Melinda Dillon, François Truffaut, Teri Garr, por lo menos seis meses
después de su estreno en Estados Unidos; hoy los que eran celuloide de ese
calibre corren al unísono en muchas partes del mundo. ¡Todo cambió!... el mundo
se volvió un pañuelo, para el que pueda desplazarse.
Augusto (mi consuegro) y yo tuvimos un aparte en Llanquihue, nació de
manera impensada, después del nacimiento de Agustina, nuestro lazo que nos
convirtió en familia allanó el camino, cuando todas las damas a nuestro
alrededor fueron al cuidado de la recién nacida; se creó una relación que
necesariamente será indestructible, con la sangre de ambos mixturada en un sólo
ser; que esperamos no sea el único.
Aquel breve encuentro resultó ameno, agradable, simple, pero solidificante.
Fue un excelente inicio de afectos que se renuevan cada día. Aclaro, que Augusto
cuando supo de la relación de su Andrea con Rodrigo Andrés, mi pollito, le mostró
seis balas de alto calibre, por si el hasta entonces, para él, wevón se
equivocaba. Hoy esos dos son uña y mugre.
Una de las anécdotas que llevo tatuada permanentemente ocurrió en Santo
Domingo hace 36 años; recién casado (creo recordar era noviembre del 1986), sufría
de unos interminables dolores de cabeza, y mi viejo me encomendó a Diógenes Arismendi
Santos Viloria (nació en Puerto Plata), su amigo, compañero de algunas
correrías que realizaban los estudiantes que regresaban de Francia, uno de los más
connotados neurólogos del país, con post-grado en el Hôpitaux Universitaires de
Marseille Timone en Marsella, Francia; el Lyon Protestant Infirmary Clinic, en
Lyon, Francia, especializado en niños epilépticos; rotó por L'Hôpital
Pitie-Salpêtrière de París, activo desde 1656; y en el New York Presbyterian
Medical Center. Innegablemente estaba frente a una autoridad; me auscultó, me evaluó,
e hizo sus recomendaciones, que honestamente no recuerdo.
Cuando supo que Jazmín era chilena empezó una perorata que duró media
hora; no había manera de detenerlo; Pinochet para acá; Pinochet para allá; los
crímenes de sangre de la Junta Militar de Gobierno. Cuando él le permitió un
brevísimo instante, ella sólo le preguntó: «¿doctor que tiempo usted vivió en
Chile?... porque yo tengo acá cinco meses y no estoy tan a caballo de la
situación de mi país como usted». ¡Se me pusieron los fifises chiquiticos!...
Ella campeona invicta por ocho años del impulso de la bala, que dejó su mundo bastante bien labrado, dos profesiones en las costillas de la Universidad de Chile, famosa en el mundo entero por sus requerimientos académicos, que rechazó ser campeona olímpica para seguir a este cibaeño (también por los métodos que se iban a implementar para alcanzar esa cúspide: «soy mujer antes que atleta», le respondió a la delegación alemana que se asomó en su casa de Santiago); la sufrida, como siempre le llamó mi hermano Jacinto Díaz.
Momento de alta tensión en el consultorio de la Clínica Gómez Patiño…
el aire se podía cortar con un cuchillo para nada filoso; el trató de
defenderse, salirse de debajo de las ruedas de un camión, y ofreció la peor
respuesta posible: «en Chile he estado
media hora, en el aeropuerto, camino a un congreso en Buenos Aires». ¡La
madre que lo parió!... ella, con toda la elegancia de dos Premio Nobel
de Literatura, aprendidos hasta los tuétanos, se levantó y dijo: «doctor, un gusto en haberlo conocido, pero
creo que usted no asistirá más a mi esposo».
Si el doctor Santos Viloria hubiera conocido que también cinco meses
antes, pasé una vergüenza enorme en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino
Benítez (SCL), también conocido como Aeropuerto Internacional de Santiago o
Aeropuerto de Pudahuel (hoy también Nuevo Pudahuel) me hubiera fusilado ahí
mismo; pasó que regresaba a Santo Domingo, vía Bogotá, felizmente casado e
ilusionado; Avianca anunciaba: «primera
llamada a los pasajeros con destino a Bogotá en el vuelo de Avianca», como estábamos
tan entretenidos en el salón reservado a la alta jerarquía chilena de entonces,
dejé pasar ese primer aviso.
Instantes después una voz anunciaba por los parlantes: «segunda llamada a los pasajeros con destino a Bogotá en el vuelo de Avianca», miré a quien fuera mi suegro, y le apunté: «don Santiago, segundo llamado, la fiesta aquí está de maravillas, pero ya es hora de embarcar». Me apuntó: «tranquilo, mi ‘jito». El hombre estaba dispuesto a retener a su hija lo más posible en territorio chileno.
El anuncio se repitió: «tercer y último
llamado a los pasajeros con destino a Bogotá en el vuelo de Avianca, todos los
pasajeros deben dirigirse inmediatamente a la puerta de embarque». Militarmente
me convidaron a mantenerse sentado y en absoluta tranquilidad. «¡Que
joder más fino!... yo estaba
programado para salir de Chile, y como que se me estaba reteniendo forzadamente».
¡Mi
madrecita santísima!... de repente miro que la aeronave se estaba
desplazando. Se me escapó un ¡coño!... «don Santiago, el avión se va, y me quedé en Chile… ¡qué barbaridad!».
Esta vez me mandaron a sentarme, y esperar. No había nada que hacer.
Ese avión carreteó; se colocó listo para tomar pista y despegar. Ahí lo
detuvieron; se repitieron las despedidas; subí al vehículo destinado al general
Augusto José Ramón Pinochet Ugarte (Nov.25.1915 en Valparaíso, Chile; Dic.1.206
en Providencia, Santiago, Chile), este se detuvo a las puertas del avión, tendieron
las escaleras, se abrió la puerta delantera derecha de la aeronave; subimos; muchas
sonrisas por parte del personal de abordo, pero el cibaeño de pelo en pecho
(léase: yo) se colocó en el asiento que tenía asignado, ahí me volví un ovillo,
sin ni siquiera permitir que se me escapara un vientecito, hasta llegar a Bogotá,
donde seguramente me convertiría nuevamente en un anónimo.
No hace mucho le pregunté a Jazmín: «¿por qué a tu papá le encomendaban todas las tareas difíciles de Policía
de Investigaciones?»... la PDI era la rama a la que pertenecía… como las
damas son tan especiales, no sé qué picadura la había besado ese día, e
irónicamente me respondió: «¡por algo seria!». No pregunté más.
Jefe de seguridad del presidente Jorge Eduardo Alessandri Rodríguez (May.19.1896
en Santiago, Chile; Ago.11.1986 en Santiago, Chile), que caminaba todos los
días a La Moneda, distante a seis cuadras de su casa; de la reina Isabel II (Elizabeth
Alexandra Mary; Abr.21.1926 en Londres, Reino Unido; Sep.0’8.2022 en el Castillo
de Balmoral, Reino Unido), de Charles de Gaulle (Charles André Joseph Marie de
Gaulle, Nov.22.1890 en Lille, Francia; Nov.09.1970 en
Colombey-les-Deux-Églises, Francia), de la Indira Gandhi (Indira Priyadarshini
Gandhi, Nov.19.1917 en Allahabad, India; Oct.31.1984 en Nueva Delhi, India,
asesinada), y del mariscal Tito de Yugoslavia, (Josip Broz, May.07.1892 en
Kumrovec, Croacia; May.04.1980 en Liubliana, Eslovenia) entre las más exigentes
responsabilidades.
Augusto me miró por encima de los lentes y sólo atinó a decirme: «su suegro tuvo mucha influencia; me hubiera
gustado conocerlo».
El día que conocí a Persio Romeo Lugo y Lugo, general del Ejército Nacional (en junio del 2020 se desempeña como responsable del Departamento de Asistencia y Protección Vial del Ministerio de Obras Publicas y Comunicaciones), en el Cementerio Nacional de la Máximo Gómez, este se trepó encima de un tanque metálico, y desde allí pronunció unas palabras para despedir a Virgilio Ramírez Pimentel, Billy, coronel del Ejército Nacional (año 2000), ingeniero civil. Billy fue de mis íntimos. Cuando conoció a Santiago Cirio Planes, quien fuera mi suegro, después de una extensa conversación, en la puerta de mi casa me dijo: «yo pensé que sabía de armas, como manipularlas, ahora buscaré toda la literatura que aparezca, porque después de esta conversación me sentí como un aprendiz».
Septiembre 09 del 2022
uno
Chaljub Mejía |
Santos Viloria |
Ella campeona invicta por ocho años del impulso de la bala, que dejó su mundo bastante bien labrado, dos profesiones en las costillas de la Universidad de Chile, famosa en el mundo entero por sus requerimientos académicos, que rechazó ser campeona olímpica para seguir a este cibaeño (también por los métodos que se iban a implementar para alcanzar esa cúspide: «soy mujer antes que atleta», le respondió a la delegación alemana que se asomó en su casa de Santiago); la sufrida, como siempre le llamó mi hermano Jacinto Díaz.
Instantes después una voz anunciaba por los parlantes: «segunda llamada a los pasajeros con destino a Bogotá en el vuelo de Avianca», miré a quien fuera mi suegro, y le apunté: «don Santiago, segundo llamado, la fiesta aquí está de maravillas, pero ya es hora de embarcar». Me apuntó: «tranquilo, mi ‘jito». El hombre estaba dispuesto a retener a su hija lo más posible en territorio chileno.
El día que conocí a Persio Romeo Lugo y Lugo, general del Ejército Nacional (en junio del 2020 se desempeña como responsable del Departamento de Asistencia y Protección Vial del Ministerio de Obras Publicas y Comunicaciones), en el Cementerio Nacional de la Máximo Gómez, este se trepó encima de un tanque metálico, y desde allí pronunció unas palabras para despedir a Virgilio Ramírez Pimentel, Billy, coronel del Ejército Nacional (año 2000), ingeniero civil. Billy fue de mis íntimos. Cuando conoció a Santiago Cirio Planes, quien fuera mi suegro, después de una extensa conversación, en la puerta de mi casa me dijo: «yo pensé que sabía de armas, como manipularlas, ahora buscaré toda la literatura que aparezca, porque después de esta conversación me sentí como un aprendiz».
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