martes, 27 de septiembre de 2022

Comiendo merluzo con Chaljub Mejía
Septiembre 09 del 2022
uno
 
 
Amanece aquí en Castro, Isla Grande de Chiloé, con un frio de espanto, había hielo fino sobre la hierba mojada, sobre las hojas de los árboles, sobre los vehículos a la intemperie; Roma y Simona dentro de sus respectivas casas (las perras de mi consuegro), dos días antes del aniversario del golpe militar en Chile; dos días antes del cumpleaños de mi comadre Sylvia, madrina de mi Rodrigo Andrés, donde quiera que esté; abro digitalmente el matutino El Día (Santo Domingo), buscando información sobre el baloncesto dominicano, me apareció un artículo titulado Algo más sobre Chile bajo la firma de Rafael Chaljub Mejía; cuatro días después del plebiscito que derrocó la propuesta de modificación constitucional que alentó el presidente Gabriel Borič (me gusta escribir Borič con ce con carón [Č, para las mayúsculas; č para las minúsculas], porque él es eslavo, serbocroata; consonante africada, postalveolar sorda [t͡ʃ],; el sonido del dígrafo es parecido al de la ch, en castellano; letra usada en el checo, serbocroata y otros idiomas, todos eslavos).
Chaljub Mejía 


 Chaljub Mejía también es colaborador de la página digital Acento, y en ella encontré: «viejo militante de izquierda. Fue miembro del 1J4, del Movimiento Popular Dominicano y del Partido Comunista del Trabajo. Se integró a la Coalición Democrática que apoyó a Luis Abinader. Ha escrito varios libros sobre música típica dominicana, entre ellos Antes de que se vayan y Por los caminos del Merengue. Tiene varios libros publicados, como Golpe a Golpe, y testimonios sobre la era de Trujillo».
 
¿Viejo?... ¡señores!... ¡señores!... a nadie le gusta que le encaren sus años encima… ¡viejo es el Siboney!... no conozco a Chaljub Mejía; uno de sus nietos fue muy asiduo a mi casa, de repente se borró como el azul de bolitas. José Rafael Lantigua, a quien nunca tendré en mis altares, por simple sospecha de que se vende como lo que no es, publica en un portal llamado Noticias entre Amigos (Jul.26.2022): «tengo en Rafael Chaljub Mejía a un escritor de raíces, telúrico, cuya escritura nos contacta con la tierra ancestral -madraza del vivir y su didáctica- y nos introduce en el cultivo de la heredad latente que la vida, tantas veces, nos hace olvidar, pero que sigue ardiente en el recuerdo como fuego incesante… uno de los mejores escritores del país».
 
Una de mis grandes interrogantes de este viaje a Chile era la convivencia con mi consuegro, de quien ya tenía referencias de ser un apasionado seguidor de las derechas; yo más moderado políticamente, por referencias de mi mamá, también fanática sin llegar a los extremos, quien nunca le pasó factura al país. En marzo/abril del cursante año ya habíamos coincidido para la situación de salud de Rodrigo Andrés, en Santiago, y no existió un acercamiento versión «Encuentro Cercanos del Tercer Tipo», como la película de Steven Spielberg (1977), que vi en Caracas, Venezuela, en el 1978.

Todo cambia, ¡todo cambia!... disfruté la cinta protagonizada por Richard Dreyfuss, Melinda Dillon, François Truffaut, Teri Garr, por lo menos seis meses después de su estreno en Estados Unidos; hoy los que eran celuloide de ese calibre corren al unísono en muchas partes del mundo. ¡Todo cambió!... el mundo se volvió un pañuelo, para el que pueda desplazarse.
 
Augusto (mi consuegro) y yo tuvimos un aparte en Llanquihue, nació de manera impensada, después del nacimiento de Agustina, nuestro lazo que nos convirtió en familia allanó el camino, cuando todas las damas a nuestro alrededor fueron al cuidado de la recién nacida; se creó una relación que necesariamente será indestructible, con la sangre de ambos mixturada en un sólo ser; que esperamos no sea el único.
 
Aquel breve encuentro resultó ameno, agradable, simple, pero solidificante. Fue un excelente inicio de afectos que se renuevan cada día. Aclaro, que Augusto cuando supo de la relación de su Andrea con Rodrigo Andrés, mi pollito, le mostró seis balas de alto calibre, por si el hasta entonces, para él, wevón se equivocaba. Hoy esos dos son uña y mugre.
 
Una de las anécdotas que llevo tatuada permanentemente ocurrió en Santo Domingo hace 36 años; recién casado (creo recordar era noviembre del 1986), sufría de unos interminables dolores de cabeza, y mi viejo me encomendó a Diógenes Arismendi Santos Viloria (nació en Puerto Plata), su amigo, compañero de algunas correrías que realizaban los estudiantes que regresaban de Francia, uno de los más connotados neurólogos del país, con post-grado en el Hôpitaux Universitaires de Marseille Timone en Marsella, Francia; el Lyon Protestant Infirmary Clinic, en Lyon, Francia, especializado en niños epilépticos; rotó por L'Hôpital Pitie-Salpêtrière de París, activo desde 1656; y en el New York Presbyterian Medical Center. Innegablemente estaba frente a una autoridad; me auscultó, me evaluó, e hizo sus recomendaciones, que honestamente no recuerdo.
 
Cuando supo que Jazmín era chilena empezó una perorata que duró media hora; no había manera de detenerlo; Pinochet para acá; Pinochet para allá; los crímenes de sangre de la Junta Militar de Gobierno. Cuando él le permitió un brevísimo instante, ella sólo le preguntó: «¿doctor que tiempo usted vivió en Chile?... porque yo tengo acá cinco meses y no estoy tan a caballo de la situación de mi país como usted». ¡Se me pusieron los fifises chiquiticos!...
Santos Viloria


Ella campeona invicta por ocho años del impulso de la bala, que dejó su mundo bastante bien labrado, dos profesiones en las costillas de la Universidad de Chile, famosa en el mundo entero por sus requerimientos académicos, que rechazó ser campeona olímpica para seguir a este cibaeño  (también por los métodos que se iban a implementar para alcanzar esa cúspide: «soy mujer antes que atleta», le respondió a la delegación alemana que se asomó en su casa de Santiago); la sufrida, como siempre le llamó mi hermano Jacinto Díaz.
 
Momento de alta tensión en el consultorio de la Clínica Gómez Patiño… el aire se podía cortar con un cuchillo para nada filoso; el trató de defenderse, salirse de debajo de las ruedas de un camión, y ofreció la peor respuesta posible: «en Chile he estado media hora, en el aeropuerto, camino a un congreso en Buenos Aires». ¡La madre que lo parió!... ella, con toda la elegancia de dos Premio Nobel de Literatura, aprendidos hasta los tuétanos, se levantó y dijo: «doctor, un gusto en haberlo conocido, pero creo que usted no asistirá más a mi esposo».
 
Si el doctor Santos Viloria hubiera conocido que también cinco meses antes, pasé una vergüenza enorme en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez (SCL),​ también conocido como Aeropuerto Internacional de Santiago o Aeropuerto de Pudahuel (hoy también Nuevo Pudahuel) me hubiera fusilado ahí mismo; pasó que regresaba a Santo Domingo, vía Bogotá, felizmente casado e ilusionado; Avianca anunciaba: «primera llamada a los pasajeros con destino a Bogotá en el vuelo de Avianca», como estábamos tan entretenidos en el salón reservado a la alta jerarquía chilena de entonces, dejé pasar ese primer aviso.


Instantes después una voz anunciaba por los parlantes: «segunda llamada a los pasajeros con destino a Bogotá en el vuelo de Avianca», miré a quien fuera mi suegro, y le apunté: «don Santiago, segundo llamado, la fiesta aquí está de maravillas, pero ya es hora de embarcar». Me apuntó: «tranquilo, mi ‘jito». El hombre estaba dispuesto a retener a su hija lo más posible en territorio chileno.
 
El anuncio se repitió: «tercer y último llamado a los pasajeros con destino a Bogotá en el vuelo de Avianca, todos los pasajeros deben dirigirse inmediatamente a la puerta de embarque». Militarmente me convidaron a mantenerse sentado y en absoluta tranquilidad. «¡Que joder más fino!... yo estaba programado para salir de Chile, y como que se me estaba reteniendo forzadamente». ¡Mi madrecita santísima!... de repente miro que la aeronave se estaba desplazando. Se me escapó un ¡coño!... «don Santiago, el avión se va, y me quedé en Chile… ¡qué barbaridad!». Esta vez me mandaron a sentarme, y esperar. No había nada que hacer.
 
Ese avión carreteó; se colocó listo para tomar pista y despegar. Ahí lo detuvieron; se repitieron las despedidas; subí al vehículo destinado al general Augusto José Ramón Pinochet Ugarte (Nov.25.1915 en Valparaíso, Chile; Dic.1.206 en Providencia, Santiago, Chile), este se detuvo a las puertas del avión, tendieron las escaleras, se abrió la puerta delantera derecha de la aeronave; subimos; muchas sonrisas por parte del personal de abordo, pero el cibaeño de pelo en pecho (léase: yo) se colocó en el asiento que tenía asignado, ahí me volví un ovillo, sin ni siquiera permitir que se me escapara un vientecito, hasta llegar a Bogotá, donde seguramente me convertiría nuevamente en un anónimo.
 
No hace mucho le pregunté a Jazmín: «¿por qué a tu papá le encomendaban todas las tareas difíciles de Policía de Investigaciones?»... la PDI era la rama a la que pertenecía… como las damas son tan especiales, no sé qué picadura la había besado ese día, e irónicamente me respondió: «¡por algo seria!». No pregunté más. Jefe de seguridad del presidente Jorge Eduardo Alessandri Rodríguez (May.19.1896 en Santiago, Chile; Ago.11.1986 en Santiago, Chile), que caminaba todos los días a La Moneda, distante a seis cuadras de su casa; de la reina Isabel II (Elizabeth Alexandra Mary; Abr.21.1926 en Londres, Reino Unido; Sep.0’8.2022 en el Castillo de Balmoral, Reino Unido​), de Charles de Gaulle (Charles André Joseph Marie de Gaulle, Nov.22.1890 en Lille, Francia; Nov.09.1970 en Colombey-les-Deux-Églises, Francia), de la Indira Gandhi (Indira Priyadarshini Gandhi, Nov.19.1917 en Allahabad, India; Oct.31.1984 en Nueva Delhi, India, asesinada), y del mariscal Tito de Yugoslavia, (Josip Broz, May.07.1892 en Kumrovec, Croacia; May.04.1980 en Liubliana, Eslovenia) entre las más exigentes responsabilidades.
 
Augusto me miró por encima de los lentes y sólo atinó a decirme: «su suegro tuvo mucha influencia; me hubiera gustado conocerlo».


El día que conocí a Persio Romeo Lugo y Lugo, general del Ejército Nacional (en junio del 2020 se desempeña como responsable del Departamento de Asistencia y Protección Vial del Ministerio de Obras Publicas y Comunicaciones), en el Cementerio Nacional de la Máximo Gómez, este se trepó encima de un tanque metálico, y desde allí pronunció unas palabras para despedir a Virgilio Ramírez Pimentel, Billy, coronel del Ejército Nacional (año 2000), ingeniero civil. Billy fue de mis íntimos. Cuando conoció a Santiago Cirio Planes, quien fuera mi suegro, después de una extensa conversación, en la puerta de mi casa me dijo: «yo pensé que sabía de armas, como  manipularlas, ahora buscaré toda la literatura que aparezca, porque después de esta conversación me sentí como un aprendiz».

 

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