sábado, 8 de marzo de 2014

Uno como la cigarra

(uno de dos)

Luis Báez Pérez falleció hace más de un año en la ciudad de La Romana; para la última misa apareció en uno de los diarios nacionales un aviso invitando a la misma que se celebraría en “el romodromo”… aquello me pareció campechano, sugestivo, inédito e interesante. Los Báez Pérez fueron muchos, 10 en total, hijos de Luis María Báez y Luz María Pérez, todos bien formados y  con una robusta educación, por lo que la idea de ese “romodromo”, que estaba al lado del supermercado de su propiedad, me parecía extraña.


Héctor Jacinto Báez Pérez, a quien todos conocimos como jugador, entrenador y ejecutivo del baloncesto pasó a otro estado el pasado sábado (Feb.22.2014) y un día después fue enterrado en el cementerio camino a Higueral. Luchó por dos décadas con una situación de salud que más tarde o más temprano terminaría venciéndolo.

Como dijo su hermano, Rafael: “Héctor fue un gladiador y sólo esa condición lo hace inmortal para todos nosotros”. Como señaló Rolando Guante en El Nacional (Feb.26.2014): “el dominicano que a los 58 años cumplió su recorrido terrenal, no necesitó llegar a seis décadas para convertirse en uno de los más grandes hombres de baloncesto de República Dominicana. Báez, probablemente, no fue valorado en su justa dimensión y es ahora cuando al llegar a la suprema igualdad el juicio postrero lo encumbrará a un sitial cimero”.

Cada quien tiene innumeras historias de amigos y familiares que luchan cada día contra el cáncer. Ejemplos dignos y plausibles que dejan una entrañable visión de la permanente disputa contra la adversidad. Las mías son las de mi compadre Magglio Giordano Egaña, padrino de mi hijo Luis Guillermo; mi comadre Sylvia Troncoso de Ramos, madrina de mi hijo Rodrigo Andrés; mi médico particular Franklin Betances Vargas, y el propio Héctor.

Estoy seguro que Tico, como se conocía familiarmente a Héctor, sabía que un día iba a dejar este mundo de vivos, pero también que no era su momento. Hace menos de dos meses había celebrado nuevas nupcias, y nadie en su sano juicio pensaría dejar su compañera en la viudez de manera tan inmediata.

Así también mantenía cerca de su ventana su crianza de patos, gansos, gallinas y guineas, en pleno centro de la ciudad… ¡algo impensado para un tipo de sus características!

Tan extraña es la vida que momentos antes de ser ingresado al Centro Médico Central Romana se le solicitó sangre A Rh- (negativo) para la hija de una de las asistentes de la Clínica Dr. Flaquer en La Romana. Héctor montó un operativo entre los chicos mayores de su escuela  Eba-Heba (Escuela de Baloncesto Héctor Báez); la idea era conseguir 4 pintas para ser usadas en la adolescente. Al final hubo que ampliar el radio de acción porque la misma se usó ante la inesperada situación del propio mentor.

Don Luis María es toda una leyenda en la ciudad de La Romana, fue un comerciante de enorme prestigio, suplidor del ingenio local y como en todas las localidades con fuerte vocación religiosa no desperdició un solo céntimo sin que fuera invertido en la formación y educación de su dilatada prole. Cuando doña Luz María, quien no fue diferente, decidió partir hacia los Estados Unidos salió por el vecindario, en las cercanías de la esquina que forman las calle Santa Rosa y Duarte a encargarles el cuidado de sus hijos a sus vecinos y amigos. Jamás realmente se separó de ellos y uno a uno los fue llevando hacia la gran urbe que aún representa Nueva York.

Hugo Cabrera, Ralph Menar y Baeaz
Cuando don Luis María partió dejó a Héctor con solo año y medio de edad, el crío a quien todo el mundo en La Romana conoció como Tico era el más joven de todos. El pequeño fue siempre travieso, consentido, bullicioso y muy malcriado; “malcriado en grado superlativo” me confió alguien que lo conoció desde esos primeros momentos.

Eran tiempos difíciles en el país, finalizaba una dictadura, pero el camino ha sido muy similar para todos. Hemos vivido tiempos de desorden que se han prolongado más de lo deseado. desgarros producidos en extremo en la sociedad por políticos que no han tenido más afán que su propia utilidad. Son las mismas circunstancias que bastarían sin dudas para impedir que el más transparente de los ciudadanos o sus actos o sus juicios obtuviera alguna vez aprobación universal.

No podría precisar con meridiana exactitud cuando mis caminos se encontraron con los de Héctor Báez; en Santo Domingo se le empezó a conocer como El Toro por su enorme fortaleza física, su actitud de ir siempre al canasto sin dobleces y también por aquello de que parecía que envestía al oponente con sus anchos hombros. Tuvo siempre por seña muy particular la risa, mostrando sus blanquecinos dientes en todo momento; siempre guardaré ese instante porque mi hijo Rodrigo Andrés responde de la misma manera.

Algunos empezaron a llamarlo Borola, también en la ciudad capital. Fue de los excluidos por Steve Clark para aquel viaje de noviembre de 1972 a los Estados Unidos donde se iba a jugar frente a un grupo de universidades del estado de la Florida, equipo que integraron por ocasión primera Kenny Jones, Aldo Leschhorn Ariza y Frank Prats Ceara. Un tanto decepcionado se marchó a la ciudad de Nueva York donde habían emigrado algunos de sus hermanos.

Más de uno ha escrito que fue de los primeros dominican-york o york-dominican, junto con Ercilio Astacio. Ese es
España 1975
un señalamiento absurdo; alejarse del terruño por motivos existenciales o propiamente académicos no brinda tal condición. Quizás un Eduardo Gómez, Hugo Cabrera, que marcharon a muy cortas edades, o Winston Royal o un ya olvidado José Colon, Tony Fraden, Luis Cruz o ya iniciándose la década de los años de 1980, Edgar De La Rosa, pudieron ser objeto de esa denominación. Unos vivieron en la gran urbe por muchísimos años o simplemente nacieron allí.

No he visto a nadie endilgarle a Leonel Fernández Reyna, ex Presidente de la República, para poner un ejemplo, la condición de dominican-york o york-dominican.

Héctor –El Toro- Báez no fue un jugador extraordinario, pero si un buen jugador, dotado de una capacidad física envidiable en la época más brillante del deporte de las cestas y el balón en República Dominicana; empezó siendo un tipo al estilo Charles Barkley para terminar desarrollando un juego al estilo Reggie Miller, guardando las distancias en ambos casos.

No era la constancia personalizada, no era un canastero acabado, tenía visos de irreverencia y medalaganaria, pero afanaba mucho para suplir sus falencias; ejecutaba y al mismo tiempo trataba de entender las interioridades más profundas del juego. Según Rolando Guante: “no fue un ejemplo de disciplina en la duela, pues en ocasiones violentaba los esquemas con sus lances de muy lejos, pero como entrenador fue extremadamente disciplinado y es reconocido por muchos jugadores y algunos de sus colegas como uno de los más sapientes en esa faceta”.

Pasó por Fordham University, una institución de la Compañía de Jesús, donde coincidió con un asistente llamado Brendan Malone, quien devino en uno de sus grandes mentores, y fue a parar a Manhattan College, también entidad de corte católico perteneciente a los Hermanos de las Escuelas Católicas (De La Salle). En 1975 estuvo con la selección que asistió a España para una serie de partidos de exhibición.

Integró la selección nacional que asistió al Centro-Basket de 1977 en Panamá para regresar con la epopeya más grande jamás alcanzada por la disciplina, la inédita, única e irrepetible. Allí se jugaron 9 partidos para ganar seis de ellos y sufrir 3 aplastantes derrotas; se debutó contra El Salvador (Sep.02.1977), para sumar una victoria, 99-77; se perdió de los locales (Sep.03.1977), 111-93; se cayó ante Puerto Rico (Sep.04.1977), 101-81; se venció a México (Sep.05.1977), 95-82; se le ganó a Antillas Holandesas (Sep.06.1977), 103-78; y nos impusimos a Honduras (Sep.08.1977), 76-54, para culminar la primera fase.

en Portugal
En la segunda fase nos tocó Puerto Rico de inicio (Sep.10.1977), para hacerlos sentir una dulce venganza, 94-86, en un partido donde siempre se indicó que Humberto Rodríguez había derrochado toda su capacidad táctica; se volvió a jugar contra los anfitriones (Sep.11.1977, domingo) solo para devolverles su medicina, 92-91, en un choque que fue transmitido a todo el país, domingo en la noche; pero nos despedimos con un fracaso impensable ante México en la noche final (Sep.12.1977), 120-88, después de una noche donde nadie durmió y en la que se había asegurado la presea dorada.

En 1981 Báez no regresó a Centro-Basket que se efectuó en Puerto Rico, donde por primera vez le ganamos a los cubanos, con un trabajo encomiable de Aldo Leschhorn debajo de los palos frente al gigante Félix Morales, pero también a los incombustibles Alejandro Urgüellés, Ruperto Herrera, Roberto Simon y Noángel Luaces, la dirigencia de Osiris Duquela, clásico donde Vinicio Muñoz promedió la friolera de 19.1 puntos por juego, secundado por Iván Mieses con 18.0. Tampoco estuvo en el Centro-Basket de 1985 que se desarrolló en México, esta vez la dirección técnica estaba a cargo de Fernando Teruel; estuvo inscrito oficialmente pero le hizo el desplante al conjunto nacional, no recuerdo bajo que razones.

En el marco de los XIII Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe efectuados en Medellín, Colombia, Héctor Báez cargó con todo el peso del equipo que manejó Faisal Abel Hasbun; esa vez fue el caballo de batalla, el hombre que se convirtió en indispensable a ambos lados de la cancha, mientras Hugo Cabrera promediaba 21.6 puntos. República Dominicana se alzó con la medalla de bronce, la primera en ese tipo de competencias.

Hay un hecho que no olvidaré jamás y tuvo que ver con su figura, uno de tantos. Esa ocasión me demostró lo díscolo que ha sido el deporte dominicano en todas sus instancias. Era viernes en la noche, techado del Mauricio Báez, año 1979, llovía y la humedad golpeaba a todos; los rivales eran el San Lázaro y el Deportivo Naco. En ese entonces era redactor del Listín Diario y cubría las incidencias del superior; llevaba las anotaciones punto por punto, además de una serie de detalles que me permitieron realizar las más exquisitas crónicas de jamás ha tenido la actividad. El partido se extendió a tres tiempos adicionales; ese día El Toro fue a la línea en 35 ocasiones, falló en 18 oportunidades. En la hoja oficial apareció que solo se había aventurado  18 veces desde la línea de los sustos.

Con todas sus andanzas, Báez llegó a Puerto Rico en 1980 para jugar con los Capitanes de Arecibo, en su
primera estación promedió 14.9 puntos, 6.4 rebotes y 1.6 asistencias en 29 jornadas, sin lanzar un lance detrás del arco. Se iniciaba la época de los refuerzos, en esos momentos sólo comunitarios, además desembarcaron Mario Butler con los Titanes de Morovis, Rolando Frazer con los Polluelos de Aibonito, Evaristo Pérez con los Atléticos de San Germán (17.5 puntos, 12.8 rebotes en 28 partidos), Arthur Solomon con los Brujos de Guayama y Frank Prats con los Indios de Mayagüez (17.6 pu8ntos, 8.5 rebotes en 30 juegos). Después llegó Víctor Chacon (13.7 puntos, 7.9 rebotes en 20 choques) a la ciudad bruja por el bajo rendimiento de Solomon. Prats llegó por lesión del panameño Ernesto Malcolm, según reza la prensa de esos años.

En la Villa del Capitán Correa el dominicano se encontró con el dirigente Jim Lyman, que venía del sistema universitario norteamericano, como tantos otros y que después manejó equipos en la misma NBA. Durante más de 30 años Puerto Rico trató la importación de un grupo selecto de entrenadores norteamericanos. Hay casos celebres, la crema de la crema del baloncesto colegial, pero el caso más sonoro el del mítico Phil Jackson que en 1984 encabezó los Gallitos de Isabela y fue cesanteado.


Bill Guthridge (dirigió North Carolina), Lou Rossini (clásico entrenador de la ciudad de Nueva York, dirigió la selección nacional de Puerto Rico en el Centro-Basket 1975, Jim Apicella, Art Loche, Del Harris (asistente de la selección dominicana en 2011 y 2012, Los Angeles Lakers y un largo rosario de equipos), Tom Nissalke (Houston Rockets), Gene Bartow (Alabama-Birmingham y la mitológica UCLA), Robert Corn (asistente de Bartow, Southeastern Missouri State, acaba de anunciar su retiro), Herb Brown (de amplio historial, último entrenador norteamericano en ganar en Puerto Rico; lo hizo con los Indios de Canóvanas), Larry Brown (dirigente, entre muchos equipos, de más de una versión de los Dream Team), Floyd Brown, Howard Shannon, Jack McKinney, Red Holzman, Roy Rubin, Bernie Bickerstaff (dirigente de Puerto Rico en el Centro-Basket de 1977), Eric Geldart, Ray Amalbert, son nombres que rápidamente vienen a mi cabeza, pero la lista es enorme.

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