domingo, 9 de marzo de 2014

Uno como la cigarra

(dos de dos)

En Puerto Rico donde jugó por 10 campañas El Toro fue adaptándose a nuevos roles, se apartó cada día un poco más del juego interior para desarrollar un acertado lance de distancia que empezó a exhibir con gallardía. Pasó 10 temporadas repartidas entre los Capitanes, Criollos de Caguas (1983-1990), Gallitos de Isabela (1990) y Maratonistas de Coamo (1991). Reunió 13.0 puntos de promedio, 3,190 en total, 5.8 rebotes por juego de la suma de 1,433 en ese lapso de tiempo, también 379 asistencias para una media de 1.5, mientras convertía el 44.4 por ciento de sus lances desde el campo, 35.8 por ciento de sus intentos detrás del arco y 73.2 por ciento de sus visitas a la línea.


Frente  a Universidad de Detroit 1977
El 18 de junio del año 1980 presencié el partido que disputaba frente a los Leones de Ponce en la cancha de Arecibo; aquellos rivales tenían una imponente artillería con Josean Báez, Juan José Lanauze, Larry Seilhammer, Michael Vicens, Javier Villeta, entre otros. El dominicano contaba entre sus compañeros al armador Eddie Álvarez, el centro Danny Dunne Quevedo y los aleros Grimaldi Vidot y Bradley Pacheco. Entrevisté al criollo aún destilando sudor y envuelto en los colores amarillo y negro de la franquicia para el Listín Diario para encontrarme con la sorpresa de su confesión: “hasta ahora, con años en la selección nacional, con títulos locales e internacionales, esta es la primera entrevista que se me hace”. Dos días antes había probado por primera vez los Baskin Robbins, precisamente regresando de un viaje relámpago a Aguadilla y esa noche repetí la dosis.

Cuando la selección dominicana bajo la dirección de Pedro David Curiel, a quien todos conocemos como Pututi, se preparaba para asistir a los Juegos Panamericanos de Caracas en el 1983 (evento en donde ganamos todas las primeras mitades, pero no logramos ningún resultado positivo) su similar de Estados Unidos vino al país, procedente de Puerto Rico, con una constelación de estudiantes universitarios que incluía a Michael Jordan, Mark Price, Sam Perkins, Wayman Tisdale, Rex Chapman, Charlie Sitton, Chris Mullin, Michael Cage, entre otros, para jugar en el Palacio de los Deportes.

En un momento del partido, según contó Edgar De La Rosa, Jordan penetró hacia el aro y donqueó la pelota de forma estruendosa, con inusual fortaleza; Báez empujó a la estrella de los Tar Heels de Carolina del Norte y este con mucho ímpetu se le plantó de frente y le dijo: “porque me haces eso, es que acaso no sabes quien soy”… El Toro le respondió, con más bravura y vigor de lo que quizás se puede imaginar: “yo soy El Toro y esta es mi casa”.

Estudió y trabajó en la Universidad de Turabo (Puerto Rico, cerca de Caguas) e hizo una especialidad en Syracuse University.

Báez también reforzó en la liga de Portugal, junto a Hugo Cabrera, donde sembró excelentes relaciones.

Pasó por Elon University, una institución privada en el estado de Carolina del Norte, cerca de Greensboro, donde desarrollo un programa llamado S.A.L.S.A con fuerte inclinación a la salud y mejoría académica de los latinos residentes en las cercanías, con énfasis en situaciones de diabetes, colesterol y presión alta, conjuntamente con el Alamance Regional Medical Center.

Su faceta de entrenador es más cercana, Julio Subero le entregó la selección nacional en 1993 después de relevar a Sergio Abreu que estuvo meses antes en el Centro-Basket de Ponce. Se acercó a Malone y quizás le faltó algo de experiencia para esa ocasión, pero no dejó dudas de sus métodos y rigor. Se perdieron los cuatro partidos, pero los reveses se vendieron de manera  encarecida: Estados Unidos (Ago.29.1993), 102-99; Brasil (Ago.30.1993), 84-80; Venezuela (Ago.31.1993), 85-78; y Panamá (Sep.01.1993), 89-83, resultado ampliamente favorecido por un arbitro uruguayo.

Como dato curioso la selección partió a San Juan el viernes 28; en la madrugada del día siguiente, a las 4:00 de la mañana, recibo una llamada: “compadre páseme a buscar por el Hotel Dominican Fiesta, sé que usted está saliendo para Puerto Rico y quiero que me ayude a pasar la tormenta que me espera con Héctor Báez”, era nada más y nada menos que José –El Grillo- Vargas. Tomamos el vuelo de American Airlines, renté mi vehiculo y me estacioné en el Holiday Inn de Isla Verde, recién estrenado.

Serían alrededor de las 10:00 de la mañana, entro al lobby para encontrarme a boca de jarro a Báez y Malone conversando animadamente, detrás de mí, el larguirucho compueblano; la mirada fue fulminante, cortaba en el aire y la situación se tensó. Solo hubo una frase: “voy a pensar muy bien si juegas mañana”. Por supuesto, El Grillo no inició el partido contra los norteamericanos. El Grillo era El Grillo, aún en su época de más grandiosidad, pero el novel entrenador le dijo bien temprano quien era él.

Tuvo altas y bajas en la dirección de la selección nacional con el propio Subero y más adelante con Frank Herasme; el primero estuvo en la presidencia de la Federación Dominicana de Baloncesto (FEDOMBAL) del 1992 al 2000 y el segundo del 2000 al 2012. En el Superior del Distrito Nacional condujo a la corona al San Lázaro en las estaciones de 1995 y 1996, dejando una estela de profesionalidad nunca antes vista; después en el 1999 repitió toda esa carga de responsabilidad con a los Mets de Mauricio Báez y como escribió Guante: “azotó a todo el que se le puso por delante en la justa nacional de ese año”.

Le brindó al país la única medalla de la disciplina en unos Juegos Panamericanos en el año 2003 cuando terminó con la presea plateada. En el 2006 asumió la dirección como gerente del Proyecto de Selecciones Nacionales de Baloncesto, uno de los poquísimos escritos con que cuenta la disciplina, pero que no se realizó por las veleidades en el manejo administrativo, siempre difícil, de FEDOMBAL

En lo particular tuvimos enormes diferencias en lo que debió ser el manejo de los equipos nacionales superiores, sin confrontaciones directas y sin bajezas. A tal punto llegó el respeto mutuo que un relacionado nos propuso realizar un programa radial para hablar solo de baloncesto, cada uno abarcando los temas desde su visión muy particular. Pero a Héctor Báez lo matamos muchas veces, otras tantísimas se murió solito y para suerte o desgracia seguía estando, como resucitando de las intrigas, los desafectos o la enfermedad.

El día que conocí a Rafael Uribe Vásquez, actual presidente de la FEDOMBAL, en el año 2009, en los alrededores del gimnasio de Ángel –Nao- Presinal Doñé, este me soltó un buscapiés: “Frank (Herasme) nos entregará la gerencia de la selección nacional a mi y a César (St. Hilaire) y sólo tenemos una interrogante, qué hacer con Héctor Báez”. Le respondí con celeridad: “ustedes no me consultaron para contratarlo, no me cuestionen para despedirlo”.

Hay manos con puñal que matan muy mal, como si fueran manos de querubines de plastilina, porque las victimas vuelven siempre a cantar.

El liderazgo moral que tendió frente a los demás entrenadores de baloncesto del país menores de 60 años de edad coincide con las más altas cotas del oficiante que es luchar por los postulados que acompañan a la profesión, servir a sus alumnos para enseñarlos a caminar por la senda del bien, como han hecho nombres como Humberto Rodríguez, Abel Hasbun, Jim Boeheim, del que bebió a su paso por Syracuse, Walter Garrone, Ary Vidal Ventura, Manuel –Lolo- Sáinz, Pedro Ferrandiz, Sandro Gamba, Ranko Zeravica, Stanislav Pesic, Henry –Hank- Iba, Dean Smith, John Wooden, Jud Heathcote, Gene Keady, Jack Hartman, Víctor Manuel Pérez, Carlos –Tite- Boismené, Tevester Anderson, todos formadores de hombres; todos referentes morales para sus compañeros de profesión.

Las enseñanzas de Báez deberían orientar el flujo de las decisiones del baloncesto dominicano, pequeñas y grandes, a medida que se transita cada día. Sus apuntes y cátedras deberían ser recogidos, clasificados y editados, en la seguridad que servirían de guía y ley de acción para los entrenadores dominicanos. Los valores llegan a la esencia de quienes somos.

A través, del tiempo los seres humanos hemos requerido evaluar las acciones que contribuyen al enriquecimiento de las personas como tales, es así como se reconoce la importancia de criterios referidos a lo más valioso de los individuos.

Héctor Báez parecía un sobreviviente que venía de la guerra; una vez me señaló: “el baloncesto es mi verdadera medicina, es mi mayor refugio, no importa los sacrificios que tenga que hacer. Se que me están utilizando, que tratan de buscarme como tabla de salvación, algunos hasta redimirse. Me han borrado muchas veces, he pasado noches enteras diseñando jugadas para equipos que quizás nunca las utilicen, pero cada vez me hago un nudo en el corazón y sigo adelante”.

Desconozco si algún otro se ha atrevido a comportarse en esta época como lo hizo Héctor Báez, entregando tanto de si en medio de una degradación de todas las condiciones existentes, como si quisiera dar la razón a singular locura de los amantes del baloncesto en todas partes del globo terráqueo. Su propio entorno lo han compuesto aquellos que se le acercaron por sí mismos, y supieron hacerse aceptar.

Pese a que llegó muy joven a Santo Domingo y después partió a Nueva York, como para acabar de instruirse, en momentos muy convulsos de la sociedad dominicana, pero jamás tan podridos como los tiempos que se viven, se diría que derrotó a los signos precursores de un próximo hundimiento de todo el edificio de la civilización. Al "banquete de la vida", por lo menos ahí siempre contó con buenos convidados, se sentaba sin pensar un solo instante que todo lo que había disfrutado con tanta prodigalidad no le iba a ser ulteriormente repuesto a aquellos que vendrían detrás de él.

Aunque quizás nunca quiso ser el ejemplo destacado de lo que esta época no quería, saber lo que ha querido no me parece tal vez bastante para dejar constancia de su excelencia. Dice Stefan Swift, con mucha razón, en el primer capítulo de su Historia de los cuatro últimos años del reinado de la reina Ana: "y no quiero en modo alguno mezclar el panegírico o la sátira con la historia, habida cuenta de que no tengo otra intención que la de informar a la posteridad e instruir a aquellos de mis contemporáneos que se hallen ignorantes o hayan sido inducidos a error. Porque los hechos relatados con exactitud son los que constituyen las mejores alabanzas y los más duraderos reproches".

Tal fue su grandeza, que existió desde el principio y fue donada por el destino. De cuántos beneficios fue autor para otros, lo examinaríamos mejor si recorriéramos por orden desde el principio la historia y las hazañas de sus genialidades. Descubriremos, en efecto, que ella tiene la responsabilidad de casi todo. Pero es necesario elegir de las buenas acciones no las que se olvidaron y silenciaron por su insignificancia, sino las que por su grandeza se comentan y recuerdan entre todos los hombres en todas partes, tanto antes como ahora.

Cuando Frank Herasme invitó a mi hijo Luis Guillermo para las practicas de la selección nacional que asistiría a los Juegos Panamericanos del año 2011 efectuado en Guadalajara, me llamó a parte para decirme a viva voz: “puedes estar orgulloso, el muchacho es el jugador dominicano más inteligente de los últimos 20 años. Me gustaría contar con él de ahora en adelante”. Mientras salía con el pecho hinchado de la emoción un amigo decía por la radio: “imagínate como anda esa selección nacional, el hijo de Luis Rafael Madera invitado a la selección, de aguatero y traductor de San Carlos a estar ahí” (hubo enormes fisuras después que el grupo de SouthGate se hizo cargo del equipo; se torpedeó al grupo de manera asquerosa, hubo jugadores que fueron indispuestos y cada día los entrenamientos de Phil Hubbard y el propio Báez eran bombardeados por ofertas de renuncias y una enorme cantidad de burlas).

En líneas generales ese era Héctor –El Toro- Báez a quien ya no tendremos jamás entre nosotros y nos quedará sólo su recuerdo. Quizás más de uno pensó que se me caerían todas las letras al escribir de alguien a quien adversé con asiduidad, en planteamientos de forma, pero si maldigo ese sábado donde se me notificó, casi al instante, de su deceso.

Nunca se ha vivido ni se ha muerto nadie en un termino administrativo, se vive y se muere donde sobran las ganas para siempre emprender nuevos caminos y todas las ilusiones. Sus familiares lo llevaran siempre en lo más profundo de sus corazones, pero nadie puede negar que dejó una estela en este isla dividida en dos.

Terminaba Rolando Guante: “y es, señores, que Héctor Báez se despidió el 22 de febrero del 2014 como el más grande hombre del baloncesto dominicano en los tiempos modernos, pero no fue inmortalizado en vida”. Quizás sus luchas lo convirtieron en el más vivo ejemplo de supervivencia, pues nunca calló ante las cosas que importaban, y a pesar de sus logros nunca perdió la capacidad de escuchar y aprender de los demás.

Puede Héctor Báez, el hombre con todas las historias que protagonizó, seguir viviendo y continuar su andadura existencial hasta que nadie pueda saber hasta nunca cuando; pero ya lo vivido, lo que ha quedado atrás, pertenece únicamente a la vaporosa nada, esa que se engulle todo lo que hemos sido. Hay que recordar que por mucho era el más lógico de todos los entrenadores y el de más visión; pero también habrá que emular alcanzarlo moralmente. Esa es una labor para generaciones futuras.

Andando en el tiempo nos volveremos a ver las caras. Quizás muchos empezarán a amarte, ahora que ya no estas, ahora que ya no los necesitas.

Hasta luego, amigo.



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