lunes, 25 de abril de 2011

Dos joyas

Nunca he podido borrar aquella imagen que Frank Prats repitiendo, en el marco de las entregas de la NBA, sobre Fabricio Oberto: “que bien juega, me encanta, sabe disponer de su movilidad dentro de la cancha, no se donde estaba metido que no llegó antes”. El Pibe rebasó lo que puede ser un jugador de renombre mundial, dejó sus huellas en ambas orillas del Atlántico y se enfundó con éxito su viaje por la liga profesional americana. El de Las Varillas pretende decir adiós ente los suyos, en el Pre-Olímpico de Mar del Plata, dentro de unos meses.

Conocí a Oberto en el 1994 en el marco del Mundial de Canadá, deshojando los caminos entre Toronto y Hamilton. Los argentinos dieron inicio de un cambio generacional interesante, que culminaría Julio Lamas tres años más tarde. Una transición que empezó quizás Carlos Boismené, que no decayó con Walter Garrone y cuando en los momentos de ocio nos íbamos a pasear a las cercanas cataratas, Guillermo Vecchio hacía travesuras. Estaba Héctor –Pichi- Campana, que nos había acribillado con 63 tantos en el Mundial Juvenil del 1983, el alma incombustible de Marcelo Milanesio en la conducción, la certeza de Juan Alberto Espil, la figura deslumbrante de Marcelo Nicola (refuerzo de Los Mina años atrás), la fuerza de Sebastián Uranga y Orlando Tourn.

También un juvenil Rubén –El Colorado- Wolkowysky, el ímpetu de Esteban Pérez, la confirmación de Diego Ossela, recién retirado de la competencia activa, a sus 42 años, Jorge Racca que hacia ola en escenarios europeos, la gracia de Daniel Farabello, empezando a calzarse pantalones de adulto, y Eduardo Dominé, como guardián de esta caballería. Pero las cuentas no me cuadraban, había uno más en la delegación albiceleste, en la banca de Vecchio y esa era El Pibe.

Después de la experiencia como jugador 13 en Canadá, vino la gloria con Atenas de Córdoba y sus primeros vuelos trasatlánticos. Logros individuales y colectivos amplios, estuvo en los Juegos Panamericanos de 1995, Juegos Olímpicos de 1996 donde promedió 8.3 puntos, 3.6 rebotes y 1.3 asistencias. Súmese un largo rosario.

Volví a encontrarme con Oberto en el Hotel Delta (avenida Sarasota), en el marco de la gira de exhibición que el equipo de Lamas jugaba contra la selección de Miguel Cruceta, camino al Sudamericano de Venezuela de 1997. Llegó tarde, estaba en unos entrenamientos con New York Knicks. Al bajarse del transporte el dirigente dominicano solo atinó a decirme: “y ese, ¿quien es?”.

La saga de Oberto la ha seguido Argentina con otros propesctos, por eso sus selecciones tienen vocación de continuidad y permanencia. De secuencia, constancia, persistencia. Pasa lo mismo en otras partes.

El ejemplo más elocuente lo ofreció Serbia en el Euro-Basket del 2009 cuando el entrenador Dusan Ivkovic presentó un equipo con una media de 23 años de edad. Nos suenan familiares nombres como Milos Teodosic (6-10, Caja Laboral), Nenad Krstic (7-00, Boston Celtics), Milenko Tepic (6-08, Panathinaikos), Kosta Perovic (7-01, Barcelona), Miroslav Raduljica (7-00. Efes Pilsen), Milan Macvan (6-09, Maccabi Tel Aviv), Bojan Popovic (6-03, Cajasol de Sevilla).

Además, Uros Tripkovic (6-05, Unicaja de Málaga), Nemanja Bjelica (6-10, Caja Laboral), Ivan Paunic (6-05, BC Nishny Novgorod de la Superliga de Rusia), Stefan Markovic (6-03, Hemofarm Vrsac de la Superliga de Serbia) y Novica Velickovic (6-10, Real Madrid). Más de uno dirá que me extendí más de lo debido, pero satisfactorio es enseñar.

En nuestro terruño, poéticamente colocado “en el mismo trayecto del sol”, nos hemos distinguido por mostrar sobre las duelas equipos que rondan los 30 años de edad, como promedio; siempre tenemos al conglomerado de mayor edad, y cuando no, estamos ahí, justo a la par, la renovación es lenta y pesada.

Los hombres altos brillan por su ausencia, nunca jamás nos hemos proyectado tener un campamento de altura, ni realizar un trabajo digno para buscar respaldo en ese sentido. Algunas veces es mejor arreglar un pasaporte y listo. Hacemos trampa, mucha trampa, para quedar peor.

Cuando Eddy Rodríguez irrumpió en el firmamento del baloncesto fue toda una revolución, eran apenas unos 6-05, pero pasó rápido a planos mayores. Víctor Batista (6-08) fue una esperanza que no fraguó. Para la selección del 1973 en el Centro-Basket de Puerto Rico Horacio –Pachón- Quezada (6-05) y Aldo Leschorn (6-06) eran nuestros hombres más altos. Después nos llegó Hugo Cabrera (6-07), pero era sumamente habilidoso para jugar de centro.

Para esos días nos sorprendían tres juveniles July Domínguez, que jugó para varios equipos con sólo 6-05 para terminar en el Naco; José Amable Frometa con 6-07, siempre y hasta la actualidad muy delgado, pero dueño de excelentes fundamentos, quien con el tiempo se convirtió en uno de los mejores sonidistas de toda la nación, infaltable en conciertos de Juan Luis Guerra, entre otros artistas; y Froilan Tavares, un zurdo de apenas 6-03, fortísimo para la época, con gran dominio del juego, manejo del balón, dueño de una mano equivocada increíble. Desde La Vega el profesor Teruel se hizo con los servicios de Alexis Concepción (6-05), buena referencia de sobriedad en la cancha.

En ese lapso, fueron considerados jugadores de poder, Héctor Báez, Frank Prats, Héctor –El Vikingo- Monegro, inclusive Sergio Taveras, con apenas 6-01 de estatura. Para el Mundial de 1978 se empezó a trabajar con Evaristo Pérez (6-08) y Víctor Chacón (6-10). En el intermedio San Lázaro esperó a Narciso Wessin (6-10) pero terminó siendo un excelente profesional. En la Universidad de Massachusetts estuvo brevemente Pedro –Johanssen- De La Cruz (6-08). Naco importó a Tony Fradden (6-05) desde Haverhill (Massachusetts) y San Carlos hizo lo propio con Luis Cruz (6-05) de Pace University, a quien trajo desde Nueva York, dos robles que dominaban el juego a ambos lados de la cancha. Fradden estuvo en el equipo del Mundial de 1978 en Filipinas.

Después, José –El Grillo- Vargas (6-10) y Alfred –Tito- Horford (7-00), llegando casi adultos a la actividad. Mauricio Báez se hizo con Julián –El Bombo- McKelly (6-10), trabajado por Fernando Teruel, limitado ofensivamente pero excelente rebotero y mejor ser humano. Leandro De La Cruz trató de hacer a Moisés Waldron (6-08). Los lazareños experimentaron con José Nova (6-08). En esos momentos se contó con José Molina (6-07), dominante, pero muy delgado siempre, a quien las lesiones lo apartaron del rectángulo. Desperdiciamos un Jon Gordon (6-10, University of Akron) y con altas y bajas tuvimos a un Miguel Ángel Pichardo (6-10) ya entrado este siglo. Ahora están Al Horford (6-10) y Charlie Villanueva (6-11), este último más habilidoso que rebotero.

Otros hombres importantes, para luchar en la zona pintada han sido Jack Michael Martínez (6-08, activo y acumulando logros cada día); Soterio Ramírez (6-08), referencia obligada en una etapa fundamental; y Jaime Peterson (6-09), un trotamundos que nunca se ha alejado del quehacer. Desde entonces, también hemos tenido una generación que ronda los dos metros, no muy abundante, habilidosa, pero como diría un puertorriqueño: “le falta mollero”. La mayoría de los párrafos anteriores los consulté con el profesor Eurípides Pichardo, ex-seleccionador nacional, quien me recordó algunos nombres aquí citados.

Aunque muchos pretendan ignorarlo, el país cuenta en estos momentos con dos prospectos que podrían empezar a ser interesantes desde ya en las figuras de Eloy Vargas y Rodrigo Madera. El segundo me toca muy de cerca; sangre de mi sangre. Más de uno, con nuestra estrecha mentalidad y hasta creo escucharlo dirá que no son material para los equipos nacionales y sacarán de sus lenguas asesinas de reputaciones cualquier arsenal de boberías. A ciencia cierta, jamás se podrá saber a cuantos más han mutilado en el camino, sin reparos y sin vergüenza.

Los dos jóvenes han transitado caminos diferentes. Apenas tuvieron un breve encuentro en las preparatorias para la selección juvenil del 2005, pero ninguno de los dos integró el equipo de José –Maita- Mercedes, por diferentes razones; uno regresó a Estados Unidos y el otro tenía compromisos en Brasil. Vargas (Dic.30.1988) terminó la escuela secundaria en el estado de Florida. Madera (Abr.20.1990) en cambio concluyó en el Colegio Loyola de Santo Domingo y después pasó un año en el estado de Oklahoma. Ambos se elevan 208 centímetros desde el piso, el primero tiene 100 kilos (220 libras) de peso y el segundo 109 kilos (240 libras).

Eloy Vargas
Vargas fichó por la Universidad de Florida, donde antes estuvo Horford, pasó a un junior college y el verano pasado fue reclutado por la Universidad de Kentucky. Madera realizó varias pruebas y hace un año recibió una llamada de Steve Konchalski, ex–entrenador nacional de Canadá y dirigente de St. Francis Xavier University en la lejana Antigonish, estado de Nueva Escocia.

Vargas señaló a Odalis Sánchez de El Nacional: “tengo un entrenador que trabaja conmigo, me señala los aspectos que tengo que mejorar y me invita a volcarme al juego defensivo”. Madera le indicó a la prensa canadiense: “tengo un entrenador que trabaja conmigo, mejoró mi condición física como jamás soñé, me enseñó a usar la mano derecha y ha tenido la confianza de señalarme que el año próximo seré su hombre alto más importante”.

Rodrigo Madera
¿Dónde fallamos?... ambos han dicho, con miles de kilómetros por medio: “tengo un entrenador”. ¿Dónde están nuestras autoridades?, ¿dónde están nuestros programas de desarrollo?, ¿por qué, si los otros pueden, nosotros no?... dentro de nuestra mediocridad quizás lleguemos a pensar: “se están confabulando contra la selección”. Para encontrarse hay que cruzar más de la mitad de los Estados Unidos y todo Canadá, de sur a norte.

Quiérase o no, esos “dos muertos”, como me señaló alguien involucrado en el equipo de Eduardo Najri, actual gerente de la selección dominicana (equipo que por cierto, crece, crece, crece… como los espaguetis en agua hirviendo), están trabajando día a día para ser mejores hombres y mejores deportistas. Seguir los caminos que le pautaron hace años, quizás modestamente, Nelson Ureña, por un lado, y Ramón –Ogarro- Peguero, por el otro.

Tarde o temprano, serán “dos toletes” de jugadores, se encuentran en programas sólidos, han dado un salto cualitativo a sus vidas, mientras se alejando el mundillo descuartizador de almas nobles en que se ha convertido el país. Uno con John Calipari, pretendido por la misma selección dominicana, el otro con el Coach K, quien jamás se ha apartado de las selecciones canadienses.

No abundan los muchachos con estas características físicas, pero tenemos un par para soñar, que no le ha costado un solo centavo a la Federación Dominicana de Baloncesto (FEDOMBAL), ni al Estado Dominicano. No habrá inocentes si se pierde a oportunidad. Nuestro deporte genera muchas incertidumbres, tantas como las listas que se manejan.

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