Un don Pedro y una doña Inés para una «Inés del alma mía»
Radio Televisión Española subirá a partir de Oct.07.2020 ocho capítulos donde se ha recreado la historia de Inés Suarez (1507 en Plasencia, Extremadura, España; 1578 en Santiago, Chile) y Pedro de Valdivia (Abr.17.1497 en Villanueva de la Serena, Extremadura, España; Dic.25.1553 en Tucapel, Capitanía General de Chile, 25 de diciembre de 1553), fundador de la ciudad de Santiago, a orillas del rio Mapocho, en lo que hoy es Chile.
Isabel Allende es la autora del libro «Inés del alma mía», una novela que relata la vida de Inés Suárez, primera mujer española en llegar a Chile. Además, narra su relación con Pedro de Valdivia y los obstáculos que tuvieron que sobrepasar para conquistar Chile y fundar la ciudad de Santiago. Esta serie de televisión está dirigida por Nicolás Acuña, y Alejandro Bazzano con Elena Rivera, Eduardo Noriega, Benjamín Benjamín Vicuña, Enrique Arce, Carlos Bardem, Patricia Cuyul, Juan Fernández, Pedro Fontaine, Elvis Fuentes, Rafael de la Reguera, Ismael Martínez, Francesc Orella, Francisco Ossa, Mauricio Paniagua, Daniela Ramírez, Gastón Salgado, Andrea Trepat, Nicolás Zárate, entre otros.
La serie colocará al espectador frente a una historia de una chica de 25 años de edad, de muy buen ver, resolutiva, que decide emprender la aventura americana, dispuesta a luchar y resistirse frente a todo aquello que quiere someterla a unas normas que coartan su libertad para decidir su camino vital. Está dispuesta a seguir su propia brújula interna, que la llevará a una conquista en América.
Pedro de Valdivia comandó una expedición hacia el cono sur de América que terminaría fundando Santiago de Chile, entre 1539 y 1541. Era una campaña como tantas otras en la conquista española de América, si no fuera porque junto a Valdivia viajaba una mujer, Inés Suárez, y no como esposa, amante o sirvienta, sino como soldado.
La Suarez para 1526, con 19 años de edad, conoció a quien sería su primer esposo, Juan de Málaga. Entre 1527 y 1528, Juan, su marido, se embarcó con rumbo a Panamá e Inés permaneció en España esperándole. Pasaron los años y solo recibió noticias de él desde Venezuela. Inés movió cielo y tierra para ir tras él y al final, en 1537, consiguió la licencia del rey para partir al Nuevo Mundo. Una vez arribó a América fue notificada de que su esposo había muerto en la Batalla de las Salinas, donde los hombres de Hernando y Gonzalo Pizarro vencieron a los de Diego de Almagro por el control de la ciudad de Cuzco. Como compensación por ser viuda de un soldado español, recibió más tarde una pequeña parcela de tierra en el Cuzco, donde se instaló, así como una encomienda de indígenas.
Ella optó por trabajar cuidando a los soldados heridos, lavando y cosiendo sus ropajes. Su vida cambiaría por completo cuando conoció a Pedro de Valdivia, el militar y conquistador español de origen también extremeño que formó parte de las huestes de Francisco Pizarro (Francisco Pizarro González, Mar.16.1478 en Trujillo, Castilla; Jun.25.1541 en Lima, Perú), gobernador del Perú.
A finales de 1539, Inés decidió marchar junto a Pedro de Valdivia en su expedición a las tierras de Chile. Para ello Valdivia solicitó autorización para ser acompañado por Inés, la que Pizarro concedió mediante carta, aceptando que la mujer le asistiese como sirviente doméstico, pues de otro modo la Iglesia Católica hubiese objetado a la pareja. En el viaje, Inés prestó diversos servicios a la expedición, por lo que fue considerada entre sus compañeros de viaje, según Tomás Thayer Ojeda, como «una mujer de extraordinario arrojo y lealtad, discreta, sensata y bondadosa, y disfrutaba de una gran estima entre los conquistadores».
Elena Rivera |
A los once meses de viaje (diciembre de 1540), la expedición arriba al valle del río Mapocho, donde fundaron la capital del territorio sobre una ciudadela inca; con el nombre de Santiago de Nueva Extremadura. Este valle era extenso, fértil y con abundante agua potable; pero ante la hostilidad de los naturales, la ciudad se estableció entre dos colinas que facilitaban disponer posiciones defensivas, contando con el río Mapocho a modo de barrera natural.
Tal era la confianza de Valdivia en Inés que acudió a ella cuando Santiago estaba siendo atacada por decenas de miles de indígenas. La joven defendía que los españoles no debían deshacerse de los caciques nativos prisioneros ya que eran la única moneda de cambio que tenían para detener el ataque.
Mientras tanto, la extremeña se dedicaba a atender y curar a los heridos. Sin embargo, el avance indígena era inevitable. "Cuando la situación era desesperada y los españoles comenzaban a flaquear y cedían terreno ante la indiada que asaltaba la residencia del gobernador, en cuya mazmorra estaban los caciques, Inés abandonó el improvisado hospitalillo donde curaba a los heridos y fue a la prisión que estaba vigilada por dos veteranos, Francisco de Rubio y Hernando de la Torre", escribe Juan Eslava Galán en La conquista de América contada para escépticos (Editorial Planeta, Primera edición: mayo de 2019, ISBN: 978-84-08-20931-7).
Ahora Inés instaba a los vigilantes a ejecutar a los caciques antes de que fuera tarde. "¿Señora, de qué manera los tengo yo que matar?", preguntó Hernando de la Torre. Inés, sirviéndose de la espada que llevaba en mano, mató a los caciques al grito de "¡De esta manera!".
Lo que llama la atención es que una historia tan espectacular, y con tantos ingredientes interesantes y controvertidos, sea tan desconocida en España. Inés Suárez era una de esas mujeres a las que la historia ha olvidado porque, precisamente, eran mujeres. La conquista de América siempre se vendió como una cuestión estrictamente masculina; tiempos donde so una mujer tomaba sus propias decisiones contra la voluntad de un hombre ya era algo condenable.
Eduardo Noriega |
En República Dominicana, Celsa Altagracia Albert Batista (Jul.28.1942 en Guaymate, provincia de La Romana, República Dominicana) trató de rescatar varias de esas mujeres; no sé con honestidad en que quedaron sus investigaciones.
Lucille Jane Bisselle en su tesis doctoral para la Universidad de Vermont: « El papel de mujeres españolas en la conquista y colonización de las Américas: las mujeres más importantes en el Pacífico sudamericano durante el siglo XVI», escribía: « la mayoría de la población no sabe es que las mujeres fueron una parte integral en los viajes de los conquistadores españoles desde el principio. Cristóbal Colón no tomó mujeres en su primer viaje; sin embargo, fueron tres mujeres, dos Catalinas y una María, en su segundo viaje (1493) y en su tercer viaje (1497), Colón y su tripulación fueron acompañados por 30 españolas. Las mujeres experimentaron las mismas condiciones del barco, las dificultades de la expedición, y el temor a la muerte y lo desconocido como los hombres. Desde 1520-1539 y 1540-1559, la emigración femenina española aumentó del 6,3% al 16,4% de la población total de emigrantes (McEwan). De hecho, en el siglo XVI, de los 45.327 viajeros a América registrados en archivos, 10.118 son mujeres; además, la población femenina constituyó casi una tercera parte de los pasajeros embarcados con destino a América entre 1560 y 1579».
Añadía: «como Bonnie McEwan observa en su obra The Archeology of Women in the Spanish New World, estas mujeres proporcionaron una medida de equilibrio y estabilidad a las empresas coloniales y sus papeles se extendieron de una empresaria a una guerrera. También, las mujeres tenían gran influencia en las casas y el mundo doméstico. Desde el ámbito doméstico vienen muchos de los estereotipos de mujeres que todavía aparecen en los libros históricos. Los deberes domésticos/caseros de las mujeres fueron reforzados por la iglesia, el gobierno, y la sociedad. Fray Martín de Córdoba dijo que las mujeres deben ser “ordered, restrained, shy, pious, and affable—with chastity and virginity the highest accomplishments” (McEwan). Sin embargo, este tipo de tratamiento hacia las mujeres no fue único de España. En Inglaterra, Francia, y Alemania fue peor, como dije antes refiriéndome a la Leyenda Negra. Otras cosas también afectaron el papel socialmente aceptado de las mujeres y las representaciones resultantes de las mujeres durante este tiempo. Por ejemplo, las mujeres solteras específicamente, tuvieron más dificultad para obtener las licencias reales requeridas o elevar la cantidad sustancial de dinero necesario para comprar el pasaje a las colonias. La mujer española del siglo XVI vivió en una caja construida por hombres; su lugar designado era el hogar donde tenía que ser buena esposa y madre cristiana».
«Como podemos ver a través de los esfuerzos valientes de esta mujer en las Américas, las mujeres tuvieron papeles centrales en la conquista. Mencía Calderón plantó su semilla en el Nuevo Mundo, donde en el medio de la selva implacable creó una nueva civilización».
«Todavía hoy las mujeres siguen siendo percibidas como espectadoras en la conquista. Muchos historiadores dicen que los conquistadores españoles llegaron al Nuevo Mundo solos, y se mezclaron con mujeres indígenas o nativas. Aunque esto de hecho sucedió, no es toda la verdad. Según el estudio y las estadísticas de la migración desde España hacia las Américas por el lingüista americano, Peter Boyd-Bowman, había aproximadamente 55,000 emigrantes a las Américas entre 1494 y 1600, y de este número, 10,118 eran mujeres. Por lo tanto, como la escritora Analola Borges dijo, “in the face of the glorification of the work of conquest, the silence over women settlers is offensive” (Borges; Maura). Más que eso, cuando hay mujeres representadas en la historia, se presentan como pasivas y sumisas, por ejemplo, en las películas, Aguirre, the Wrath of God y en The Mission. Con una impresionante cinematografía que captura la pintoresca selva amazónica de Perú, Aguirre, the Wrath of God, escrita y dirigida por Werner Herzog, pinta una imagen ideal de la conquista del Nuevo Mundo».
El escritor José Luis Rosasco Zagal (1935 en Ñuñoa, Santiago, Chile; en la oficialía civil de Ñuñoa se casó un servidor por lo civil), publicó en la revista Señal, marzo 1987, un artículo sobre doña Inés Suarez, aquí un extracto.
No hay otro país sobre la tierra que haya sido como Chile, fundado en amor. Porque la pareja que gestó nuestra conquista y también parte de nuestro descubrimiento, se conquistó a sí misma de una manera tan conmovedora como singular. Por cierto que estoy hablando de ella, Inés Suárez, y de él, Pedro de Valdivia. Pero, dirán ustedes, ¿qué más puede agregarse sobre ellos que ya no esté abundantemente dicho por la historia? Hay algo, sí, y mucho, que la historia no acusa porque no es su oficio hacerlo.
Era doña Inés una garbosa señora que venía a Las Indias en busca de su marido. Sabemos que al partir de Cádiz quisieron retenerla por la locura que entrañaba su decisión de abordar una nave y endilgárselas hacia donde sólo venían los hombres más temerarios. Inés tenía veinticinco años y no hay dudas de su hermosura y menos aún de su poder de seducción, como lo prueban sobradamente los muchos varones que la requirieron con variables modos, desde el untuoso y caballeril hasta el desatado y empellonero. Pero ella sólo se fijó en don Pedro. Ambos podían haberse quedado en Perú; como ella era viuda de un conquistador, la corona le otorgó buena hacienda y un puñado de indios para su servicio. Y en cuanto a él, los Pizarro también lo tenían premiado con tierras, minas y hombres, en recompensa por su decidida acción contra los almagristas. Qué mejor, piensa uno sensatamente, que quedarse ahí a disfrutar de la gloria y la riqueza.
Pero no. La sensatez no es virtud de enamorados. Pedro e Inés tenían que seguir juntos. Entonces, la novela se inicia de veras, cuando ambos resuelven hacer del territorio de finis terrae, de ese Chile mítico, feraz y feroz, duro y largo, el escenario de un paraíso perdido que sólo un amor descomunal podía ensoñar como nido suyo. Nido que en el fondo estaba únicamente en los abrazos del reiterado encuentro delos amantes, de los encuentros muelles y agitados de Pedro e Inés. Lo demás, todo lo demás eran guerras, privaciones, calor, frío, cabalgatas y, por último, el principal escollo: la gazmoña intrusidad de la Gasca, voz de la corona inquisidora, que abrocha el escándalo con la siguiente abominable sentencia: “mando a Pedro de Valdivia, gobernador y capitán general por S.M. de las provincias de Chile, que no converse inhonestamente con Inés Suárez, ni viva con ella en una casa, ni entre ni esté con ella en lugar sospechoso, sino que de tal manera se haga que cese toda siniestra sospecha de que entre ellos haya carnal participación, y que dentro de seis meses la case o la envíe a estas provincias del Perú, para que en ellas viva o se vaya a España, o a otras partes, donde ella más quisiere”.
Aquél es el texto. ¿Qué ocurrió después? ¿Por qué si era tan grande ese amor no se rebeló Pedro de Valdivia y rompió las ataduras de la convención y desapareció con ella en el anonimato del vasto mundo nuevo, nutrido por la briosa porfía de su pasión? ¿Cuál es la respuesta? En primer lugar, esto: los grandes amores, los mayores que haber pueda, suministran estados incomprensibles, incomprensibles transfiguraciones. Así del gran amor a Dios nace el santo, del gran amor a la patria nace el héroe, y del gran amor a la pareja, a la mujer, puede a veces engendrarse el más asombroso e inesperado envión delirante. Y ese delirio lo vivió Pedro de Valdivia. Acorralado por el deber, también por la fe y sus normas que en todo conquistador español vinieron en la misma mano que ceñía la empuñadura de la espada, el hombre enloquece. Tal cual. ¿Acaso no ven ustedes en la torrentosa actividad fundacional de Pedro de Valdivia, una salida a su extraviado modo coherente con el desasosiego de su íntima y pública e histórica situación?
No
hay dudas de que así fue, que la interpretación que aquí he dado es consistente
con la realidad. De pronto nos
encontramos con un hombre que no cesará de buscar los mayores riesgos para
levantar los umbrales, trazar y decir los nombres de tantas ciudades de esta
patria tan interminable, an interminable como lo requería la fuerza con que él
huía de sí mismo. Y entonces así lo tenemos a este soldado excelso, a este
hombre culto y refinado, que por amor de una analfabeta irá en busca de la
muerte, mientras a su paso va dando vida a la mayor gesta de fundación de una
patria, la más amorosa que jamás conociera la historia de pueblo alguno.
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