domingo, 11 de octubre de 2015

La Dicha Divina en clave de son

Cuando Fernando Echavarría (1953-2015) se proyectó con la Familia André para conquistar un espacio en la música dominicana todos quedamos prendidos de manera instantánea. Era un sonido nuevo, una cadencia agradable, que ya estaba en esa memoria sonora que todos llevamos a flor de piel, por sus misceláneas, pero que muchos jamás nos hemos atrevido a explotar. Había un componente intangible, éramos conocidos, todos contemporáneos, y por demás habíamos compartido en las aulas del colegio, en mi caso en el Colegio De La Salle y los que no, en los recintos universitarios. En cada puesta en escena cada uno de nosotros subía al escenario, aunque jamás fuéramos vistos, allí estamos presentes.

Sin pensarlo por un instante, este muchacho, arquitecto, publicista e hijo de músico se convertía en icono, en provocador, pero también en representante de todos, sin artilugios. Todos estábamos identificados de una u otra manera Aquello era la traducción de nuestras premisas básicas erigidas en forma de canciones, por ello, todos nos asumimos André, el inmenso continente de lo posible en una banda musical.

En cada presentación del grupo, Fernando se tallaba como una pieza de granito por si mismo. Sus canciones más allá de las investigaciones folklóricas tan en boga a finales de los años de la década de 1970 e inicios de la siguiente, era música sin ficción, canciones donde todos estábamos incluidos y recreaban nuestras vivencias; quien no se ha encontrado con una trigueña de piel, corazón sonriente y boca candente; quien jamás no se preguntó qué donde es que se esconde la amada, buscándola en las noches y en los días; o quien no se robó un pato o una gallina, faltando la sal y aceite para terminar una correría.

Aquello era y es ver por encima de la cotidianidad, era guardar el recuerdo de nuestras travesuras y amoríos melódicamente.


Esas canciones con que nos asombró fueron las novísimas bocanadas de diafanidad y vivencias antes de la devastación de los espíritus creadores por la avalancha tecnológica. Exposiciones reflexivas de lo humano, meditaciones expresadas en notas musicales. Era música influyente, vibrante, comercial, que satisfacía a la colectividad por lo que rápidamente se expandió, pero que no se consolidó únicamente en lo estrictamente mercantil como resulta en la actualidad; nos tocaba y aún así nos permitía ser libres.

La belleza de los trazos nunca resultó perturbadora. Los vínculos entre los artistas y los escuchas no generaban resistencia. Forma y contenido se fusionaron siempre que la conmoción resultaba hasta metafórica en términos de comunicación. Así de contundente era el producto de la Familia André.

Fernando era hijo de Braulio Valentino Echavarría (1923-2004), a quien todos conocimos como Babín, excelente músico, compositor de primera línea y productor de programas de televisión, por lo que la banda sonora de su vida estuvo bien cimentada, y de la doctora Isabel Acosta. Soy feliz y enamorado / tan ardiente es mi pasión / que me quema, me arrebata / la locura de tu amor. Por cierto, Enamorado a la que pertenece la estrofa anterior, un bolemengue, fue la canción seleccionada para figurar en el primer disco fabricado en el país. Cantaban Los Solmeños (Horacio Pichardo, Rafael Pichardo, Nandy Rivas y Tito Saldaña) bajo la producción de Rafael Solano y Pedro Pablo Bonilla Portalatín.


Cuenta la Kabbalah, esa sabiduría antigua tendiente a brindar herramientas prácticas para la felicidad y satisfacción, que Dios crea a cada instante una multitud de ángeles, cuyo efímero destino es cantar alabanzas frente a su trono antes de disolverse en la nada. El ángel de Fernando tuvo un destino más dilatado, quizás porque nació bajo el signo de la serpiente, que según los chinos es también el signo de la cognición y se le escapó a esa guadaña celestial más de una vez con mesura y sigilos. Ese serafín aumentó sus fuerzas, sus impulsos nos contagiaron frente a la puesta en escena, y comprendió con facilidad los requerimientos de una juventud que se abría a las responsabilidades.

Decía Frederich Nietszche que "la vida sin música no tiene sentido". La propuesta de Echavarría tuvo siempre un objetivo, la felicidad colectiva. No se nos obligó a escuchar lo que salía de la familia; oído y corazón se colocaban de manera voluntaria y espontánea, como ocurre siempre con las buenas proposiciones.

La Familia André se desvivía por su público en cada entrega, quizás sus vuelos medidos en millas o kilómetros no sean los más extensos que ha conocido un artista dominicano, pero fue un ícono del buen gusto.



Estos 62 años que sobrevivió el querubín de Fernando Echavarría sirvieron para hacer feliz a la gente de manera directa, lucida y sin filtros.

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