Lo bueno y lo objetable
de Pascual -Cutá- Pérez
6 Noviembre 2012
Una carrera de luces y
sombras
Carismático
lanzador fue de los más inteligentes en el montículo, pero esa virtud no le
acompañó a la salida del campo de juego
Escrito por: ROLANDO GUANTE
Pascual -Cutá-
Pérez fue tan dueño de sus virtudes como de sus defectos. Tuvo muchas
luces, también muchas sombras. En el último tramo de su existencia nunca se
quejó al acercarse el final de su recorrido terrenal debido a una insuficiencia
renal que le conducía tres veces por semana a una sala de diálisis de la Plaza
de la Salud que ya se había llevado al más allá a todos sus compañeros.
Poseedor de un
gran control de la zona de strike, sin embargo, incapaz de controlar su vida,
Cutá fue tan intenso fuera del diamante como lo era en las ocasiones que subía
al box, sólo que dentro de las líneas era uno de los más inteligentes, pero
jamás pudo decirse lo mismo de su comportamiento cuando no estaba en el parque
de pelota.
“Es uno de los
pitchers más inteligentes que he visto”, comentó en una ocasión el inmortal
Juan Marichal cuando todavía Cutá estaba activo.
Amante de la
“buena vida”, que gozaba pisar el acelerador de coches lujosos (Jaguar, Legend,
Mercedes Benz) que su holgada situación económica en un momento le permitía
usar; consumir bebidas costosas, lucir joyas caras, visitar hoteles cinco
estrellas y llegar al estadio en limosina eran de las ostentaciones de las que
hacía gala el mayor de los Pérez.
Su existencia
estuvo marcada por la fama que persigue a quienes sobresalen en una disciplina
y también por la desgracia que acompaña a los que no se conducen bien, pero
jamás imaginó que sería en su propia cama en la tranquilidad de una noche que
le permitió ver su último juego entre Estrellas y Licey, el equipo de sus
simpatías, donde terminaría su vida de manera horripilante a manos de muchachos
que le conocían, sabían de sus limitadas facultades motoras y le servían como
delivery para continuar con una debilidad que nunca abandonó.
Nacido en San
Gregorio de Nigua, 21 kilómetros al oeste de Santo Domingo, un 17 de mayo del
1957, en una zona que bordea el impetuoso Mar Caribe, primogénito del
matrimonio de los fallecidos Juan -Chicho- Gross y Elupina Pérez, Cutá a los 16
años formó parte del equipo Misioneros Voluntarios que representaba su sector
en el torneo Doble A del béisbol aficionados de la provincia de San Cristóbal.
Dotado de una
bola rápida que casi siempre colocaba a la altura de las rodillas, duro slider
y buena curva, aceleradamente el espigado muchacho de 6-2 y unas 150 libras se
convirtió en centro de atención en el circuito por su dominio y espíritu
competitivo.
En esos días
Pascual entraba una piedrecita en los bolsillos por cada ponche que propinaba y
mascullaba alrededor de la colina central cuando alguno de sus compañeros
cometía un error perjudicial para su causa.
Sus
actuaciones le permitieron ser escogido en la selección de la provincia,
primero, y después en el equipo que representaría la región Sur en el Torneo
Nacional de Béisbol de 1975 donde abrió los ojos de los escuchas y por
recomendación de Neftalí Cruz el 27 de enero de 1976 fue firmado por Howie Hack
para los Piratas de Pittsburgh.
El 7 de mayo
de 1980 se produjo el debut de Pérez en Las Mayores y salió sin decisión en una
labor de seis entradas de siete hits y tres carreras contra los Dodgers de Los
Angeles.
El carismático
tirador tres años antes lo había hecho en la Liga Dominicana con el uniforme de
las Aguilas Cibaeñas (1977-78) y por su estilo llamativo con gestos pocos
usuales, burlones en ocasiones, desafiantes a veces, se ganó los afectos de sus
parciales y la aversión de sus contrarios.
A partir de su
ingreso al béisbol profesional, Cutá nunca pasaría desapercibido. Ya para
1979-80 se había establecido como el estelar en la rotación de los mameyes al
registrar marca de 8-6, 2.38.
Protagonizó,
confrontando a Mario Soto, uno de los más grandes duelos en la historia de las
finales en el béisbol dominicano. El 1 de febrero de 1981 con el Escogido a ley
de un triunfo para conquistar la corona, Pérez blanqueó 2-0 a los Leones y a su
as en un estadio Cibao a casa llena. El triunfo de las Aguilas extendió al
máximo (nueve juegos) esa memorable serie que ganaron los melenudos.
“Fue un duelo
entre dos artistas. No hubo desperdicios. Mario y Cutá se fajaron a tirar
strikes y nunca me pasó por la cabeza sacarlo. Cutá era de los pitchers que le
gustaba completar su trabajo”, comenta 31 años después Winston Llenas,
manager de las Aguilas en ese entonces.
En 1981-82 se
convirtió en el último lanzador en lograr cifras dobles en victorias (10-3) en
el torneo dominicano. Eso probablemente jamás ocurrirá en la pelota nuestra.
En 1983, el
enigmático lanzador ganó reconocimiento en las Grandes Ligas con una actuación
de 15-8, 3.43 que le sirvió para ser escogido y actuar con la escuadra de la
Liga Nacional en el Juego de Estrellas de ese año que por el viejo circuito
abrió su compatriota Soto en el antiguo Comiskey Park.
Con el
estrellato se inició la accidentada vida de Pérez fuera de los estadios:
drogas, juegos, whisky y mujeres comenzaron a ser acompañantes consuetudinarios
del pitcher tanto como lo fueron su guante y la pelota.
Estuvo preso,
fue suspendido por los comisionados de MLB, Bowie Kuhn y Fay Vincent, pero nada
de eso transformó el comportamiento de Pascual, quien vio disminuir sus
facultades en el montículo.
“Fue una
víctima de las circunstancias, la fama y la ingenuidad”, comenta Llenas, quien
es presidente de las Aguilas Cibaeñas.
El bullanguero
lanzador que cohabitó en la Fortaleza de Santiago con Fernando Villalona por
compartir placeres no santos, en una ocasión llegó a compararse con ese ícono
de la música popular y también con el líder político Joaquín Balaguer al
señalar: “en este país sólo hay tres mayimbes”.
Pérez tuvo
ocho hermanos, cinco varones, todos lanzadores profesionales: Valerio (Vejelo),
Mélido (Turpén), Vladimir (Potola), Darío, fallecido, y Carlos (el astuto),
además de las hembras, Porfiria (Mami), Ivelisse (Morena) y Cándida
(Pequita) quienes han sufrido la muerte brutal de que fue objeto la persona que
abrió el camino de bienestar a la familia Gross-Pérez y punta de lanza para que
sus hermanos continuaran con la dinastía.
“Es increíble
como está este país. Aquí no se puede vivir. Ni yo que tengo seguridad estoy
seguro”, se quejaba Mélido, quien en la actualidad es el alcalde del municipio
de Nigua.
Cutá había
nacido marcado para andar de manos con la fama y el escándalo. Jugó en Las
Mayores con los Piratas, Bravos, Expos y Yankees, esta última la franquicia más
prestigiosa y ganadora de los Estados Unidos.
En el país
militó con las Aguilas Cibaeñas y los Tigres del Licey, los dos equipos más
emblemáticos, ganadores y que mayor simpatía concitan entre los seguidores del
béisbol profesional.
Cumbanchero,
pero enemigo de la violencia, la horrorosa muerte de Pérez ocupó las primeras
páginas de los diarios nacionales, fue la información principal de los
noticiarios televisivos, de los talk shows, llenó las redes sociales y cruzó
mares para ser noticia en medios internacionales.
Se produjo
precisamente en una fecha en la que Aguilas y Licey celebrarían, y así lo
hicieron, un partido reasignado que sirvió para que de inmediato le rindieran
tributo y guardarán respeto con crespones en los uniformes de ambas novenas.
De extremo a
extremo del país entre el 1 y 2 de noviembre no se habló de otra cosa que no
fuera la horrenda muerte de Cutá y la persecución de sus asesinos.
Los días del
otrora serpentinero de conducta licenciosa terminaron con un entierro al que
asistieron conspícuas figuras del deporte en una fecha (día de los muertos)
donde el camposanto es uno de los lugares más concurridos por los dominicanos.
No podía ser
de otra manera, Pascual -Cutá- Pérez fue un estelar que desde que comenzó
a jugar pelota siempre logró los principales titulares.
Cierro, como
lírico epitafio, con estos versos de Martí:
“Todo es
hermoso y constante, Todo es música y razón, Y todo, como el diamante, antes
que luz es carbón”.
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