viernes, 24 de abril de 2020


Un ingenioso y valiente enano con apellidos de siembra hielo banilejo corriendo en la duela de las palabras

Abril 24 del 2020


Las paredes laterales del Colegio Dominicano De La Salle corren desde la avenida Bolívar hasta la avenida César Nicolás Pensón, por lo menos una longitud de 200 metros entre ambas orillas; inclusive cuando ingresé, en el costado oeste de la parte posterior había un gallinero con aves ponedoras. En lo que es el patio de primaria, donde se construyó hace ya bastante tiempo una pequeña edificación, después de mi salida en 1974, conversé animadamente con Radhamés Díaz (Julio Radames Díaz Melo, Ene.19.1959 en Santo Domingo; Abr.19.2020 en Santo Domingo), eran horas de la tarde, recuerdo que habían otros compañeros en la tertulia, ahí confesó: «el día que me dijeron que había quedado en la selección nacional (categorías formativas, no recuerdo la modalidad) no dormí. Llegue a mi casa, colgué el uniforme en un gancho y pasé toda la noche observándolo. Me lo gané a base de sacrificio, tesón, y jamás falté a una práctica».
Díaz, aventurando frente a Leschchorn, y Cuqui Langa

El baloncesto dominicano no sintió ningún tipo de desolación por la partida de un abandonado Radhamés Díaz, fruto de un sorpresivo bombazo cardiaco; de esos que matan instantáneamente. Arrastraba otras complicaciones de salud asociadas a la diabetes que le acompañaba: graves deficiencias renales e hipertensión arterial, un coctel infalible para pasar por go sin cobrar 200.

Un ser que siempre me regaló una inmensa sonrisa; cada vez me dejó la sensación de que algo más tenía que decirme, quizás un recuerdo de esos tiempos lasallistas, quizás de sus aventuras en el superior del Distrito Nacional, cuando yo consumía las cuartillas del Listín Diario, y las tipeaba (escribir un texto utilizando el teclado de máquina de escribir) para matizar sus hazañas y la de los demás que intervenían en un evento que se pretende reconquistar pero que nunca más volverá a ser igual; quizás no se atrevió, yo tampoco quise hurgar en tiempos que se nos habían marchado. El Enano siempre se las ingenió para superar las limitantes en tiempos donde sobraba calidad y las destrezas eran infinitas.

Frente a nombres básicos del baloncesto dominicano colocados en la acera contraria como Apolinar Andújar, Ercilio Astacio, Tony, Mario Berson, El Cocolo, un efímero José Colón, un abnegado Orlando Cotes, José Luis Domínguez, Boyón, un momentáneo Randolph García, Víctor Manuel Gerónimo Zorrilla, El Chief, Eduardo Gómez Quintero, El Vaquero, Edgar De La Rosa, Víctor Moisés Leandro Hansen Del Orbe, Kenny Jones, Leopoldo Ramón Ortiz Castillo, Luis Manuel Prince, Manolo, Miguel Ángel Rozón De León, Pepe, Winston Royal, Julio Santos, Ismael Cristóbal Tapia Japa, Alejandro Tejeda Jaquez, Koki Tolentino, había que componer malabarismos, trazar guiones, y salir a batirse uniformado de la mejor manera posible, sobrevivir en el intento y emplear todos los instrumentos al alcance sin importar si fuesen estrafalarios o simples artilugios inventados de manera expedita. Sólo así se podía sobrevivir con propiedad, sorprender a contrarios, y destornillar a los fanáticos.
Julio Radames Díaz Melo

Tiempos de obscurantismos también: para 1976 se nos vendió un Marcos Aguasvivas que vino a San Lázaro y según los partes de prensa que se hicieron llegar había militado en la plantilla del español Real Madrid.

En los equipos De La Salle, Díaz hacia pareja con Juan Bautista Podestá Espaillat, Johnny (+), uno de los mejores dos en formación del país de esos tiempos, alto para la posición, buen manejo de la pelota, certero anotador, con una penetración envidiable, atlético, instinto felino a ambos costados de la cancha, pero quien quizás tuvo claro que no se dedicaría al baloncesto que ya empezaba a correr profesionalmente. Tanto Podestá Espaillat como Díaz jugaron un verano (quizás 1973) para la escuadra de San Lázaro, que si no bien recuerdo también tenía a El Cocolo Berson, Luis Miguel Duluc, Johnny, esa vez milité en el Eugenio Perdomo con Félix Aguasanta Rojas de timonel, corrían para un servidor 15 años de edad.

No muchos lasallistas abrazaron la posibilidad de continuar jugando baloncesto después de salir de las aulas secundarias; la selección juvenil de 1974 que ganó medalla de plata en Guatemala (Nov.21/28.1974) tenía a los lasallistas José Amable Frometa Ceara, Pedro Haché (Pedro Antonio Haché Polanco), Rafael Ulises Hall Calá, Cándido Antonio Sibilio Hughes, Chicho (+), Ismael Cristóbal Tapia Japa (+), Froilán Jaime Ramón Tavares Cross, más los dirigentes Faisal Abel Hasbun y Alejandro Abreu Reinoso. Los demás miembros de ese combinado fueron: Julio César Arias, Lulú, Mario Berson, El Cocolo, Ramón De La Cruz, El Mamito, Héctor Vinicio Muñoz Arias, La Pantera, Leopoldo Ramón Ortiz Castillo, y Sergio Polanco, Clemente. Asistieron también los árbitros Omar Rivas y José Moscoso; Rafael Duquela, Fey, como miembro de la Federación Dominicana de Baloncesto (FEDOMBAL) y el entrenador Mayobanex Mueses, como observador.
Iván Mieses, segunda mitad años 1970

De las aulas De La Salle estuvieron en los primeros superiores del Distrito Nacional nombres como Francisco Adolfo Prats Ceara, Frank, Antonio Langa Ferreira, Cuqui, Eugenio Andrés Matos Rodríguez, Frometa Ceara, Tavares Cross, Carlos Espinosa, Carlitos, con el Club Deportivo Naco; Hall Calá, Radhamés Díaz con el Eugenio Perdomo; Tapia Japa debutó con el Mauricio Báez en el 1974, donde también ve vistió de esos colores un locuaz y siempre agradable Julio Veloz; Leandro De La Cruz Bello, Sibilino Hughes, Chicho, con Los Astros de Montecarlo.

De La Cruz Bello también integró la etapa previa al Palacio de los Deportes, en la que Prats Ceara jugó el torneo Pro-Pre del 1973. Antes estuvieron también en distintos lapsos Abel Hasbun, y sus hermanos Abdalah y Musa; colocados por orden alfabético: José Asjana, Roosevelt Comarazamy Medina, Alfonso Antonio Cuervo Gómez, Pedro Juan Del Guidice Carretero, Pierino, Miguel Gautreaux Caba, José Miguel Lacay Alfonseca, Tulio Martí Brenes, Amable Mauad, Antonio Mauad, Pedro Medina, Antonio Miniño, Daniel Pablo Bulos, Nelson Pérez Méndez, Eduardo Rodríguez Sanabia, Eddy (falleció Jul.20.2006 en Houston, Texas), Pedro Julio Santana, Felipe Seady, posiblemente unos tantos más, hasta donde alcanza mi memoria. Sin olvidar que en ese grupo destacaba en el voleibol romántico Ramón J. Imbert Rainieri, Moncho, propietario de los Leones del Escogido en algún instante de la historia de la Liga Dominicana de beisbol Profesional.

Radhamés Díaz irrumpió en el Baloncesto Superior del Distrito Nacional en el 1975 con el Eugenio Perdomo a las órdenes de Aguasanta Rojas; para 1976 se uniformó con los colores del Mauricio Báez; regresó al Eugenio Perdomo donde estuvo dos años: 1977, y 1978, siendo en este último guarismo líder de asistencias; cuando el Eugenio Perdomo se trasladó hasta Arroyo Hondo para 1979 siguió esa estela, se apuntó un nuevo título en asistencias, y en la versión correspondiente a 1981 se anexó su tercer título en la misma casilla; hasta concluir con el San Lázaro en 1983 a donde llegó vía cambio junto a Mieses, su inseparable artillero, por Berson y el santiagués Tony Sánchez.

A Díaz se le imputó siempre que era el espaldero de Iván Marino Mieses Campillo, uno de los más copiosos anotadores de esa etapa tan evocada en la actualidad; una especie de José Luis Domínguez, Boyón, junto a Eugene Richardson, con la diferencia que la dupla mauriciana si cristalizó aquellas memorables jornadas en campeonatos: en 1984, 1985, y 1986 con el respaldo, invariable, de Roberto Abad, Lino Berroa, Ramón Castillo, Montante, Julián McKelly, Bombo, Jesús Mercedes, Chu, José Molina, Pedro Morel, Tomás Richard, Domingo Rosario, y Freddy Sánchez, El Pollo, nombrados alfabéticamente.
Aldo Leschchorn Ariza

El baloncesto dominicano no ha evolucionado nunca en lo referente a la búsqueda de centímetros para las diferentes posiciones; todos hemos vivido que en la administración que encabeza desde el año 2012 Rafael Fernando Uribe Vásquez, a quien todo conocemos por el mote liviano, chupóptero, ceporro, gaznápiro, palurdo, paleto, deshilachado, y quintopatiero de Rafelin, los chicos con buen tamaño han sido desechados por razones personales, veleidades cobardes, y pinchazos psico-sexo-pasionales, como los que se vivieron en China en septiembre pasado. Inserto sólo como ejemplos notables a Rodney Miller (7’00, 240, C, Dic. 29.1996 de Laurelton, New York), jugando para Miami Hurricanes en el NCAA, Rodrigo Andrés Madera (6’10, 260, PF/C, Abr.20.1990 en Santo Domingo), actualmente milita con la Universidad de Concepción, y Jeromy Rodríguez (6’07, 225, PF, Ene.03.1996 de Santiago), de East Tennessee State Buccaneers, nombrados por orden de estatura. La lista se amplía con la desafección de Jonathan Andrés Araujo Made (6’09, 245, C, Jul.19.1996 en San Cristóbal) fijo en anteriores episodios del combinado nacional. Joel Soriano (6’11, 250, C, Ene.30.2000 de Yonkers, New York) de Fordham Rams debió estar presente en China en el marco de la Copa Mundial de Baloncesto del verano pasado, en lugar de estar especulando con la figura de Jean Claudio Montero Berroa (6’02, PG/SG, Jul.03.2003 e Santo Domingo).

Horripila también el nulo interés en nombres como Darnell Devon Brodie (6’09, 265, PF, de Newark East Side, New Jersey), recientemente transferido de Seton Hall Pirates a Drexel Dragons; Hasahn French (6’07, 245, PF, Abr.09.1998 de Middletown, New York), que acaba de abrir la posibilidad de saltar de Saint Louis Billikens a la NBA, aún sin agente contratado; Johncarlos Reyes (6'10, 225, PF/C, de Suwanee, Georgia) que ya concluyó su elegibilidad académica después de jugar para Nevada Wolf Pack, como graduated senior con paso previo por Boston College Eagles; o Myles Johnson (6’10, 250, PF, de Long Beach, California) asentado en el quinteto de Rutgers Scarlet Knights, y unos de los mejores en aciertos desde el campo en toda la nación americana en la campaña 2019-20.

En la última convocatoria a la pre-selección de febrero del 2020, el escolta Marques Townes, afincado en España apuntó que un grupo de jugadores no estaba incluido en la misma: «ahí no nos quieren. No quieren que estemos». Esa versión marcaba el regreso al frente del conjunto de Melvyn Miedlop López Guillen, e inició la ronda clasificatoria para la AmeriCup del 2021. López Guillen abanderado y cómplice en este siniestro lapso que se ha llamado: «la nueva era» ha sido señalado más de una vez por los vínculos que suele tejer con determinados jugadores.

Uno se va hartando de escuchar aplausos para quienes no lo merecen, de que las palmas vayan a lo políticamente correcto aunque causen desasosiego, pero llega un momento donde ese fingido éxito raya con lo toxico; las simpatías contagiosas adquieren dimensiones absurdas en corazones de borregos. Los mismos que no se atreven a levantar la lápida en los campos, porque prefieren ver a la guadaña con un clavel en la boca. Reales hipócritas que nos traen el cuento de que confesando pecados  y tropelías, orando en la casa de El Señor se limpian de culpas.
Montante Castillo e Ismael Tapia (derecha)

Díaz no derrochaba estatura, más bien parecía necesitarla con apremio; sus compañeros íntimamente le apodaban «El Enano», pero suplía esa carencia con rapidez, buen manejo del balón, una visión perimetral que le permitía encontrar a los tiradores en transición, capacidad atlética, seguridad en la conducción, una buena mecánica en sus lanzamientos, un efectivo toque de media distancias, fuertes penetraciones aunque le faltaba una pizca de explosión, creativo, buena relación de asistencias sobre balones pérdidas. Aportaba una cuota valida de rebotes ofensivos.

Encontró en su camino a Iván Mieses que no necesitaba de mucho para lanzar el balón a los canastos, algunas veces sin importar las consecuencias, y ahí empezó a tejer su leyenda de buen pasador, casi hasta la sumisión. Lo había demostrado siempre, era innata la vocación de pasar la pelota, pese a que tenía un tiro capaz de penetrar la malla, sus números reflejan un 42.4 por ciento desde el campo.

Saltó a las duelas en 118 ocasiones, dejando 807 enteros para una media de 6.8 puntos por juego. Repartió 405 asistencias para una media de 3.4 por salida, en una época donde más allá de los puntos existían muchas distracciones en la mesa de anotación.

Despedimos a un amigo que fue grande porque así lo quiso, grande entre los verdaderos dioses del baloncesto dominicano, en un tiempo de ejecuciones casi perfectas. Radhamés Díaz es probablemente el point-guard dominicano que más vio reír a otros, transportándoles una intangible felicidad. Posiblemente también el armador dominicano que más satisfacción dejó entre propios y extraños.

Jugó y se labró una trayectoria en tiempos donde asistir al Palacio de los Deportes de Santo Domingo era la novedad del momento, y los llenos se repetían cada día de la semana, sin importar si era lunes, viernes o domingo… todos marchaban para mirar de cerca a El Inmenso (Hugo Rafael Cabrera Lora), a El Vaquero (Gómez Quintero), a El Toro (Héctor Jacinto Báez Pérez), a su compañero Iván (Iván Marino Mieses Campillo), a El Vikingo (Héctor Monegro), a Aldo (Aldo Leschchorn Ariza), a Winston (Winston Royal), a Boyón (Domínguez), en San Carlos empezaba a descollar Evaristo Pérez Carrión, pero sin querer queriendo El Enano fue visto y observado por más de 50 millones de miradas con la daga sensata sabiendo donde estampar el balón.

La guadaña, con su prepotencia habitual, nos evoca a un Radhamés Díaz después de fallecido, nunca incluido en las disquisiciones entre los mejores, pese a cargar con ese fardo grueso de tres lideratos de asistencias cuando el baloncesto era ciertamente baloncesto en el Palacio de los Deportes, donde concurrir a La Media Naranja era fiesta y alegría. La prensa de la disciplina siempre absorta en consideraciones pérfidas, sin voz orgánica, repitiendo enajenadamente lo que los intereses del momento quiere se propague, lo volverá a esconder en lo que canta un gallo.

Hoy esas muestras de admiración donde tantas referencias a su buen hacer como armador en un instante brillante de nuestra historia deportiva necesitan ser recordadas. Esos caprichos del destino nos retrotraen a situaciones vividas, sin buscarlas y de forma imprevista; ahí estaba Radhamés Díaz mostrando tal sensibilidad y cuidado hacia sus compañeros y entrenadores que de seguro sería capaz de arreglar un problema, tejiendo lazos de amistad, y acarreando a todos sus compañeros, ya no sólo a los de plantillas cortas como los que les acompañaron en su carrera.




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