Ramón
Rogelio Genao Duran, diputado por la provincia de La Vega y actual secretario
general del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) salvaguarda una
presencia mediática costosa y dispendiosa a fin de mantenerse en este último
cargo, de cara a lo que será la renovación de esa entidad política en su
asamblea (pautada para Ene.26.2014). A Genao también lo conocen como “El
Gordito de Oro de Jarabacoa”; es miembro de la Cámara de Diputados desde
el año de 1994, sin interrupción.
En su
propaganda señala que aspira a que se respeten los liderazgos dentro de la
organización y donde los meritos sean la única escalera para ascender dentro de
la estructura. Las promesas de campaña de Genao me recuerdan aquel chiste que
reza: “en nuestro partido cumplimos con lo que prometemos. Sólo los imbéciles
pueden creer que no lucharemos contra la corrupción, el lavado de activos, la
influencia del narcotráfico, la protección de nuestros recursos naturales.
Porque si hay algo seguro para nosotros es que la honestidad y la transparencia
son fundamentales para alcanzar nuestros ideales. Demostraremos que es una gran
estupidez creer que las mafias seguirán formando parte del gobierno como en
tiempos pasados. Aseguramos sin resquicio de duda que la justicia social será
el fin principal de nuestro mandato”… como diría cualquier campesino de La Sabina , en su jurisdicción:
“chupe usted y déjeme el cabo”.
Por
primera vez desde que Francisco Augusto Lora, Delfín Pérez y otros hombres de
enorme peso moral (historia que pretende ser desconocida) fundaron el Partido
Reformista hace ya medio siglo, bajo la egida del propio Genao y con Carlos
Morales Troncoso, actual Canciller de la República , como presidente, el PRSC se presentó a
las elecciones del 2010 con un candidato ajeno a la masa de la organización;
para la ocasión llevaron a Danilo Medina Sánchez, vigente Presidente de la República , como su
candidato.
Desde hace
años los reformistas no captan un nuevo miembro para sus filas, no es un
partido atractivo, y el listado de delegado presente está formado sólo por un puñado
de hombres y mujeres que han visto como el tiempo les han pasado por encima, se
han llenado de canas y arrugas, pero no han tenido la fortaleza necesaria para
labrar un espacio que pueda cautivar a la población; los que llegan a los
lugares preponderantes de la entidad, mil veces fracturada, sólo buscan su
satisfacción personal.
Parece que
Joaquín Balaguer Ricardo se llevó con él la fórmula para que esa estructura
trabajara, fuera determinante y respetada en el plano nacional. Si alguien
guardaba todavía parte de la pócima este podía ser Juan Esteban Olivero Feliz,
su representante ante la Junta Central
Electoral (JCE), recientemente fallecido.
Los
reformistas han sido desde 1996, cuando estuvieron por última vez en el Palacio
Nacional, un partido que busca oportunidades de negocios para sus dirigentes y
para lograr sus fines han estado abiertos a cualquier pacto. Tiempo atrás era
imposible imaginar una alianza con el Partido Revolucionario Dominicano (PRD),
pero de ellos surgió “la alianza rosada”; con los “come solos” más de lo mismo,
pese a que el propio Balaguer indicó que no prestaba su sombrero más de una
vez. Ni siquiera el más incondicional aliado Marino Vinicio (alias Vincho)
Castillo Rodríguez mira para esa parcela.
República
Dominicana exhibe 169 años de vida desde su separación de Haití, pero es la
fecha donde no ha conformado una verdadera institucionalidad estatal. La
sucesión gubernamental en estas circunstancias ha impedido la imposición y
mucho menos la consolidación de la etapa republicana. ¡Estamos en pañales!
Un
fragmento de la carta del chileno Diego Portales a su socio José Manuel Cea el
10 de febrero de 1822 describe la situación institucional dominicana de estos
momentos: “la democracia que tanto pregonaron los ilusos es un absurdo en
países como los americanos llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de
toda virtud como es necesario para establecer una verdadera república…”.
Los
reformistas de hoy, que son los mismos desde hace décadas, como los inamovibles
peledeístas en el gobierno, y los perredeístas que se han acomodado a una inexistente
oposición, no son precisamente modelos de virtudes y patriotismo, tampoco
cuentan con la necesaria estampa para enderezar esta sociedad por los caminos
del criterio, el discernimiento, las probidades y el progreso.
Pese a los
repetidos maquillajes de Héctor Valdez Albizu, gobernador del Banco Central de la República , en los 149
meses que ha gobernado el PLD, hay muchas verdades que se escapan, y el
incremento de la pobreza debido a las políticas neoliberales de ajuste
estructural no se puede ocultar. Ese aumento en las carencias de las mayorías
nacionales ha estado acompañado de un brutal aumento de la desigualdad en la
distribución de los ingresos. Hace años que vivimos en un apartheid social.
A la
vuelta de la esquina, nuestros políticos tienen miedo, anote la fecha, porque
este dato será patético.
Nadie
trata de deslizarse a los interiores del volcán que se fragua en nuestro país,
ni escuchar las cuantiosas voces de ese magna fragmentado, pero en constante
hervor. De ahí se podría aprender enormemente de lo que pasará en República
Dominicana en el brevísimo tiempo.
Las
pasiones siguen siendo la caja de resonancia del poder y en las entrañas de ese
monstruo a punto de explosionar se suceden fuertes conflagraciones; Leonel
Fernández Reyna, convertido en un jarrón chino que nadie quiere poner en su
puesto, busca mantenerse siendo un macho dominante y vende la idea, por intermedio
de sus bocinas, de que Danilo Medina Sánchez está obligado a pagar los favores
que lo llevaron a la primera magistratura del Estado, gestionar su propia
retirada y dejar el país en plena crisis.
Las
turbulencias se aproximan, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) es un
animal rengo, de muy recientes fracasos electorales y financieros, aunque
mantiene un voto duro en las encuestas que el propio Fernández Reyna, con sus
inquietantes vueltas a la tuerca, usando a Miguel Vargas Maldonado pretende desmoronar
a base de perturbaciones y asonadas cíclicas. Pese a todas sus triquiñuelas,
Fernández Reyna es un presente angustiante, un inminente pasado y para el
futuro, en un país que regresa a los muertos de las catacumbas, un futuro
vacante.
El
desgaste continúo e incesante de nuestros políticos juega a un vacío de poder;
saltan todos los días a no ser escuchados, a no convencer de que se llevarán a
cabo programas para una supervivencia económica minima. Ello es peligroso. La
velocidad de deterioro debería rallar el alma de los políticos y sacarlos del
juego, pero al final del túnel todos mantienen los intangibles y continúan con
la idea fija de que sólo ellos pueden gobernar.
La sociedad futura, harta hasta los
tuétanos, podría darse una nueva historia, quizás no de la mejor manera. Cada
día hay más parecido entre nuestros grupos políticos, Balaguer, Juan Bosch y
José Francisco Peña Gómez deberían estar rasgándose las mortajas, y eso ha de
interpretarse como una desastrosa continuidad.
Nunca, en nuestra escabrosa y
exagerada historia, habíamos cursado circunstancias similares. Es por eso que
no sirve el espejo retrovisor para presagiar cómo sigue el camino y dónde
avizora la próxima curva.
Fernández
Reyna pretende que Medina Sánchez pague los costos y resuelva el galimatías que
dejó simbolizado en “un maletín lleno de facturas” y no se apura. El Presidente
de la República
no se ha preocupado ni siquiera de poner paños fríos a los escándalos por la
corrupción, a empezar a cobrar donde tiene que recoger esa montaña de facturas,
a la desfachatez de los caciques sindicales para “no lanzar piedras hacia
atrás”.
Llegará el
momento que la población avance con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza
de los dirigentes.
Estamos
escuchando los ruidos de las pequeñas ambiciones y los grandes apetitos,
insaciables por demás, así tenemos un país abatido con una clase política
ensimismada y satisfecha de sí misma.
Cualquier
resquicio para que entre la luz ha sido velado, mientras se doblegan
voluntades, se niegan las esperanzas y nadie es capaz de movilizarse en tornos
a esas mismas expectativas. De posiciones y retos intelectuales mejor no
hablar. El ejercicio intelectual que supone la resbaladiza actividad política quedó
atrás, quizás hundido para siempre en el marco de nuestras fronteras. Los eventos recientes encubren los grandes negociados, las
corporaciones y el sistema financiero.
La nuestra
es una democracia que no es pueblo, liberalismo, libertad, patria, terruño,
gobierno, tolerancia, dirección, tutela, independencia, en el sentido estricto. No hay democracia lícita que sea sencillamente un apego
aburrido y monótono a instituciones fósiles con las que se cumple rituales cada
cuatro años, para votar a los que vendrán a decidir de mala manera sobre nuestros
destinos. Vivimos una democracia sin esperanzas, sin fe, anquilosada, impedida,
en fin, una democracia derrotada.
La
pregunta obligada es por dónde habría que empezar para contribuir con un mejor país,
la respuesta es simple e ingenua, pero ningún político dominicano está en
capacidad de asumirla, porque perdieron toda capacidad de asombro, por sus
almas fueron talladas por la indiferencia más sórdida: mirando en el interior
de sus corazones.
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