domingo, 20 de enero de 2013


Honrar la vida

Los siguientes párrafos los escribí hace ya unos buenos meses. Los tomaré y les daré continuación ya que el final del 2012 e inicios del 2013 en poco menos de 10 días nos  dejó sin la presencia física de varios amigos, a los que siempre se les guardará en un rincón del alma: José Oscar Fernández, Mariano Defilló Ricart, Francisco José Modesto Figueroa y Mariana Espaillat.

José Oscar, periodista, amigo de tantas batallas. El doctor Defilló, mi cardiólogo, miembro del Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano. El ingeniero Modesto, padre de mi querido amigo Roberto José Modesto Suero. Doña Mariana, mi vecina en Santiago, en aquella ciudad que después abandonamos, y que vivía en una casa de ensueño, que siempre recordaré. Sobre los dos primeros tengo también algunos borradores adicionales.

Mercedes Sosa y Sandra Mihanovich, argentinas ambas con apellidos tan distintos, incluyen en su repertorio una canción con letras de Eladia Blázquez, Honrar la vida, y ello pretendo hacer en estos párrafos con cuatro amigos. Permanecer y transcurrir no es perdurar, no es existir, no honrar la vida.

Merecer la vida, no es callar y consentir tantas injusticias repetidas... ¡es una virtud, es dignidad y es la actitud de identidad más definida! ¡Eso de durar y transcurrir no nos dá derecho a presumir, porque no es lo mismo que vivir honrar la vida!

¡Permanecer y transcurrir no siempre quiere sugerir honrar la vida!

Hay tanta pequeña vanidad en nuestra tonta humanidad enceguecida. Merecer la vida es erguirse vertical

Más allá del mal, de las caídas... ¡Es igual que darle a la verdad y a nuestra propia libertad la bienvenida!

La guadaña implacable e inevitable hizo sus estragos, llevándose a varios amigos. Esta vez me referiré a dos ligados al baloncesto. Primero fue Miguel Ángel Romano (nacido en Coronda, Santa Fe), editor de la disciplina en La Nación de Buenos Aires, de cuyo deceso conocimos un lunes (May.21.2012) a primeras horas y terminó con Ramón Rivera, fotógrafo, a quien todos conocíamos como Penumbra, editor grafico de Diario Libre, el jueves (May.24.2012) de la misma semana. En memoria a ellos pretendo celebrar la vida, con dos ejemplos que también han estado alrededor de los rectángulos.

Frank Rodríguez, es el primero de ellos; jugó con el San Carlos en 1980 y el Club Naco en 1983 en el Torneo de Baloncesto Superior del Distrito Nacional. Terminó convertido en un connotado ortopedista en el estado de Texas. Billy Baum, el segundo ejercicio, miembro del equipo olímpico de Puerto Rico en 1972, es uno de los dermatólogos más aclamados del estado de Alabama.

Los cuatro personajes que mencionaré aquí, quizás nunca se conocieron, aunque en varias ocasiones Romano y Rivera coincidieron en algunos eventos. El argentino cubrió siete mundiales desde España 1986 hasta Turquía 2010, cinco finales de la NBA, siete pre-mundiales y siete pre-olímpicos. Estuvo en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, Atenas 2004, Pekín 2008 y, pese a todo, soñaba con Londres 2012. El dominicano trabajó El Nacional, Listín Diario, Ultima Hora, El Siglo, y más recientemente en Diario Libre. Tristemente ambos fueron golpeados por la misma situación de salud.

Recuerdo la primera vez que me encontré con Frank Rodríguez, era lunes al mediodía en el desaparecido restaurante Chantilly de la avenida Máximo Gómez. Andrés Van Der Horst, de Producciones Dominicanas Apolo, producía el Baloncelista Estrella de la Semana. Allí llegó la tropa sancarleña con su trofeo recién adquirido, casi bajado del avión. Uno de los grandes prospectos del estado de Texas y que jugaría para New Mexico State University. Tenía 6’08 de estatura y unas 250 libras de peso, había encestado 57 puntos en un partido en su última temporada de la escuela secundaria y su aún corta hoja de vida estaba llena de distinciones. Nativo de San Antonio, en el estado de Texas.

Después se conoció que su padre, también médico, era accionista de los Spurs, equipo que lo seleccionó en el sorteo de novatos de 1984. Solo 18 jugadores de esa institución académica han sido tocados por el draft, incluyendo a un portento llamado Sam Lacey y el mexicano Jaime Peña.

El doctor Rodríguez padre, está aún en actividad; siempre mantuvo excelentes relaciones con el doctor Luis Cuello Mainardi, de la Clínica Corazones Unidos.

Rodríguez no destacó con el San Carlos del 1980, aquella maquinaria que incluyó a Evaristo Pérez, Vinicio Muñoz, Víctor Gerónimo, Ismael Tapia, Edgar De La Rosa, en su año de debut, Alex Middleton, Luis Cruz y Héctor –El Vikingo- Monegro. Tampoco en el Naco de 1983 donde Antonio –Chicho- Sibilio, Hugo Cabrera, Winston Royal, Tito Horford, Aldo Leschchron, Eduardo Gómez, Wilibo Bencosme, Roberto Modesto y un importado celebre de nombre Marcelous Starks lucían como un dinamo incombustible, se decía entonces, que era mejor conjunto que la propia selección nacional.

Pese a ello, se le consideró en alguna ocasión para vestir los colores patrios. El Naco de ese 1983 no ganó y Rodríguez no ha regresado al país, por lo menos en aspectos relacionados al mundo deportivo. Hace un par de años, conversé con el distinguidísimo amigo José Oscar Fernández quien me señaló que ejercía de médico, y desde entonces empecé a seguirle el rastro.

Egresó de New Mexico State con honores Summa Cum Laude, en Psicología y Biología e hizo medicina en la Universidad de Texas en San Antonio, concluyendo en 1988. Después internado y una residencia en ortopedia que concluyó en 1993. Realizó un año más especialización en medicina deportiva y trasplante en adultos. Con su trabajo, un amplio listado de reconocimientos y publicaciones.

En tres ocasiones ha sido incluido entre los médicos más destacados del área de Arlington-Forth Worth-Dallas (2006, 2008 y 2010). Todas estas zonas unidas por la Autopista Tom Landry, entrenador de los Dallas Cowboys por 29 temporadas.

Una de las grandes frases de Landry, que debería ser adoptada por los entrenadores dominicanos de las distintas disciplinas ha sido: "when you want to win a game, you have to teach. When you lose a game, you have to learn". A ver, repitan conmigo: “cuando usted gana un juego, usted ha enseñado. Cuando usted pierde un juego, usted tiene que aprender”.

El doctor Rodríguez de hoy tiene menos pelos en la cabeza, está introduciendo una novedosa técnica inglesa para los trasplantes de rodillas y se involucra grandemente con la comunidad latina. En su record profesional no hay una sola falta, lo que muestra su apego al trabajo, a la ética y a los valores. Como Leschchron hace triatlón, si las obligaciones lo permiten, corre, monta bicicleta o nada, y aunque pretendió ser un jugador de béisbol su mayor recuerdo deportivo es haber liderado en anotación las escuelas secundarias de San Antonio en su año de graduación.

Baum, es un poco mayor, tiene actualmente 64 años de edad. Cuando Leandro De La Cruz empezó a traer los juegos del Baloncesto Superior de Puerto Rico y aquella memorable versión de los Juegos Olímpicos de 1972, donde compitió el dominicano Juan Chalas Jiménez, compañero de muchos años en el Colegio De La Salle, con quien me gradué en el 1974, apareció ante todos el nombre de Billy Baum.

Allí estaba aquel jugador de unos 6’05 de estatura, versátil, acompañando nombres como Teo Cruz, Raymond Dalmau, Mariano –Tito Ortiz, Neftalí Rivera, Mike Coll, Earl Brown, Ricky Calzada, Héctor –El Mago- Blondet, Jimmy Thordsen, Joe Hatton y Rubén Rodríguez, bajo la observación de Gene Bartow.

Brown, Rivera, Dalmau, Calzada, Coll y Rodríguez no pasaban de 23 años de edad y Ortiz y Cruz eran los únicos sobre 25 años. Esa renovación nunca se ha analizado objetivamente y rindió enormes frutos al basket borincano.

Baum jugó 9 campañas, todas para los Vaqueros de Bayamón, antes había estado en la Universidad de Rochester, su nombre completo es Eric William Baum y actualmente hace dermatología en el estado de Alabama, más específicamente en la ciudad de Birmingham; además es director de educación médica de la Sociedad Dermatológica de Alabama.

Con los Vaqueros siempre anotó en cifras dobles, excepto su última temporada (1976), reunió promedio de 14.4 puntos en 184 partidos, con 4.0 rebotes y 1.6 asistencias. Excelente desde la línea de lances libres y certero desde la media distancia. En Puerto Rico hizo buena parte de la carrera de medicina, aunque terminó recibiendo su certificado en Stony Brock, estado de Nueva York. En Alabama hizo la especialidad de dermatología y allí se quedó a vivir.

Además de la presentación en los Olímpicos de Munich, estuvo en los Juegos Panamericanos de 1971 efectuados en Cali (Colombia). En 1966 representó a Estados Unidos en los Juegos Macabeos (de la comunidad judía) en Río de Janeiro (Brasil). Es miembro del Salón de la Fama del Baloncesto Judío en Estados Unidos, donde se incluye nombres gloriosos y figuras como David Stern, actual comisionado de la NBA, Abe Saperstain, fundador de los Trotamundos de Harlem, Red Auberbach, el ruso Aleksander Gomeslky, entre otros.

Mientras completaba sus estudios en el área de Nueva York sirvió como asistente del equipo de baloncesto de Hunter College, donde también fue entrenador del equipo de tenis.

Tocar toda la hoja de vida del doctor Baum seria ocupar un espacio enorme de esta crónica. Lo mismo que sucede con el doctor Rodríguez. Dos buenos ejemplos para los chicos que están inmersos en el baloncesto de hoy.

Conocer las carreras periodísticas de Romano y Rivera ocuparía un punto similar. Por ello, con estos dos ejemplos de superación y tesón que querido recordarlos. No niego que más adelante pretendo compartir mis anécdotas con Romano, que son interminables.

Dicen que la única muerte definitiva es el olvido. Jamás podemos dejar de mencionar a Romano y Rivera, pero ha sido gratificante traer de nuevo a estas líneas a Rodríguez y Baum. Por eso, lo que estamos aún de este lado, tenemos que resucitar todos los días, como hace la cigarra, porque hay quienes nos tratan de matar a diario, pero aprietan tan mal el puñal que nos permiten colocarnos nueva vez en los escenarios.

Hay aquellos que nos borran todos los días, otros que pretenden desaparecernos, asistimos a nuestros propios entierros, que nos hacen vivir noches en absoluto desesperación, pero hacen tan mal el nudo para ahorcarnos que nos permiten ver el sol de una nueva mañana.


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