jueves, 10 de octubre de 2013

Reminiscencias y Premio Nobel


Siendo muy joven y más inquieto, cuando aún no había salido de las manos de Andrés Sallent Jurgensen, profesor meritísimo y director  de la Escuela de Química de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) alguien me recomendó: “tienes que dedicarte al estudio de las proteínas… ahí está el futuro de la humanidad”. Aquello me pareció tan lejano, tan etéreo, tan intangible, que resultaba más que una quimera; deje pasar la ocasión, me quedé en el campo farmacéutico.

En la UNPHU me encontré con un grupo lleno de afectos, que resulta inmemorable. Además del doctor Sallent recuerdo como profesores a doña Dulce Garrido de Camilo, Kirsis de Pezzotti, Lourdes Asjana, Roberto Rodríguez, y compañeros Mireyita Alou Medina, Rebeca Gómez Jiménez, Luisa Quezada Pérez, Ana María Baco, Quirico Elpidio Pérez, Luis Carbonell, Ramón Antonio Soto, Ramón Sánchez Berliz, Ángel Rodríguez (Titico), Tony Sánchez Coll, Miguel Castellanos (Pichi), José Fernández Bonilla (Tuto); Ivette Bassa, Elizabeth Portalatin… y aunque no fueron mis profesores Ulises Pérez Placido, Consuelo Mejía de Vanderlinder y Jaime Viñas Román.

Años después, el Instituto Dominicano de Tecnología (INDOTEC, hoy convertido en Instituto de Innovación en Biotecnología), donde laboraba el entrañable Ángel Iván Brea Jiménez, presentó un curso sobre biotecnología impartido por un mexicano. Aquellas exposiciones nos dejaron a todos boquiabiertos. El expositor era brillante, calzaba al dedillo con los nuevos procesos que se abrían al mundo, pero nos dejó claramente establecido que la tecnología es como un tren que pasa, si usted no toma el primer vagón, se estará quedando atrás.

Esa vez me llamó la atención una exposición sobre la producción de ampicilina, antibiótico de moda esa vez y aún muy usado, algunas veces de manera irresponsable. Acontecía que la disponibilidad de esta materia prima cambiaba según la época del año; había temporadas en que duplicaba su precio inmisericordemente. Uno de los íntimos amigos de mi padre era el mayor importador de esa substancia farmacéutica.

Era también la época en que empezaron a ser desmontados los ingenios azucareros (nada más triste y desolador que el desmonte de un ingenio azucarero); los mares de caña que echaban sus olas en las interminables llanuras, inmensas en el naciente prado oriental, surcadas por las líneas de los ferrocarriles, en que a cada rato se veían los blancos y alargados penachos de las locomotoras, que iban y venían, por ríos que plateaba el sol que caía y así, todo orlado, por los bosques que se perdían en el horizonte. El kilogramo de azúcar estaba a ocho (8) centavos de dólar en los mercados internacionales y la ampicilina, según la estación, variaba entre 35 y 65 dólares el kilogramo.

Aprendimos que con 5 (cinco) kilogramos de azúcar se producía un kilo de antibiótico, con la cepa de algo tan común como E. coli. Creo que aquella cepa era la 312 según los parámetros de la Administración de Alimentos y Drogas (FDA, por sus siglas en inglés).

E. coli es la abreviatura de Escherichia coli, un tipo de bacteria que vive en el intestino. La mayoría de las E. coli son inofensivas. Sin embargo, algunos tipos pueden producir enfermedades y causar diarrea. Es más, una variedad denominada 0157:H7, causa una diarrea hemorrágica, y a veces puede provocar insuficiencia renal e incluso la muerte, especialmente en niños y en adultos con sistemas inmunológicos debilitados. En 1982 se identificó el primer brote de E. coli O157:H7  por comer carne de hamburguesas contaminadas con la bacteria. Desde entonces, las epidemias de E. coli O157:H7  han sido asociadas con otros tipos de alimentos, tales como espinacas, lechuga, repollo y, ahora, también pepino. Se pueden adquirir infecciones por E. coli al consumir alimentos que contienen la bacteria. Para ayudar a evitar la intoxicación por alimentos y prevenir infecciones, es preciso manipular la comida con seguridad, cocinar bien las carnes a alta temperatura, lavar las frutas y verduras antes de comerlas o cocinarlas, y evitar la leche sin pasteurizar. También se puede adquirir la infección al tragar agua en una piscina contaminada con desechos humanos. La mayoría de los casos de infección por E. coli mejoran espontáneamente en 5 a 10 días.

Había un solo problemas para implementar esa industria en República Dominicana. El proceso que dilataba varias semanas no podía quedar sin servicio de energía eléctrica, necesaria para mover las aspas de los fermentadores, por un lapso no mayor de 8 (ocho) segundos. Ninguna planta en el país, antes o ahora, entra en tan breve tiempo.

En un país donde apenas en el año 2012 se demostró que uno de sus principales soportes calóricos, algo que los dominicanos erróneamente llamamos salami, está saturado de E. coli no hubiera sido difícil el manejo de una planta de producción de antibióticos.

El anuncio de los Premios Nobel para este 2013 arrancó premiando a tres investigadores que lograron desentrañar un proceso tan complejo como básico para la vida: el transporte que se produce dentro de las células, un hallazgo clave para poder entender las causas de enfermedades tan disímiles como la diabetes, el Alzheimer y la fibrosis quística. El Nobel de Medicina lo recibieron los estadounidenses Randy Schekman y James Rothman, junto con el alemán Thomas Südhof. Los tres investigan en Estados Unidos y, si bien realizaron sus estudios por separado, “cuando se encontraron comprobaron que investigaban los mismos mecanismos, las mismas proteínas y el mismo resultado final. Hay que imaginarse el descubrimiento como un proceso. Comenzó en 1980 y finalizó en algún momento de 2002”, explicó Jan Andersson, miembro del Comité Nobel de Estocolmo.

¿Qué es el transporte celular?... es el mecanismo mediante el cual cada célula del organismo conduce constantemente una cantidad de moléculas al lugar preciso. Cada célula es una fábrica que produce y exporta moléculas. Tiene que suministrar energía, “empaquetar” proteínas, eliminar desechos. Los errores que se presenten en este proceso pueden causar diversas enfermedades hereditarias, trastornos inmunológicos y problemas metabólicos, como por ejemplo la diabetes. Los tres investigadores explicaron que las células completan este proceso a través de pequeñas “burbujas” llamadas vesículas, que actúan como un transporte de carga intracelular. Sus trabajos ayudan a explicar de qué modo esta carga es entregada al lugar adecuado en el momento justo.

“Imaginen a centenares de miles de personas circulando por cientos de miles de calles. ¿Cómo van a hallar el camino correcto? ¿Dónde parará el micro para abrir sus puertas y dejar salir a pasajeros? Existen problemas similares en la célula”, graficó el secretario del Comité Nobel, Goran Hansson. Un ser humano está formado por entre 10 y 100 billones de células, que tienen miles de tareas diferentes porque, por ejemplo, una célula renal no es comparable con una neurona o un espermatozoide.

Con semejante complejidad, parece increíble que el transporte de sustancias funcione de manera tan precisa. Y cada uno de los investigadores premiados hizo su aporte para desentrañarlo.


Usando levaduras, Schekman identificó diferentes genes sin los cuales el transporte en las células terminaría en un caos. Rothman descubrió en células de mamíferos que pequeños sacos denominados vesículas pueden transportar diferentes moléculas y que existen proteínas especiales sobre ellas y que encajan en determinados lugares de la membrana celular, como si fuera un cierre, para que sólo al dar en el lugar exacto liberen el contenido. Las instrucciones para ese tipo de marcaciones estaban en los genes detectados por Schekman. Y, por último, Südhof investigó la forma de comunicación de las neuronas y vio que las sustancias mensajeras en el cerebro, los neurotransmisores, también son transportadas en vesículas.
Las fallas en este sistema pueden determinar diversas enfermedades.

En la diabetes, por citar un caso, hay errores en el proceso de liberación en la sangre de la insulina. Por ejemplo, la insulina es fabricada y luego liberada en la sangre, y hay señales químicas llamadas neurotransmisores que son enviadas de un nervio al otro. En el Mal de Alzheimer, fibrosis quística o tétanos, también hay fallas en ese sistema. Ya varios enfoques terapéuticos para el tratamiento de estas patologías se basan en el trabajo de este trío de investigadores. Hay intentos de dominar las infecciones de VIH/Sida con sustancias que puedan inhibir determinadas fusiones en las membranas, y médicos dedicados al cáncer investigan la importancia de la comunicación entre células para el crecimiento tumoral. En cuanto a la diabetes, uno de los posibles objetivos es el control de la secreción de insulina.

Así, gracias a sus hallazgos, se pudieron comprender procesos como la liberación de insulina en la sangre, la comunicación entre células nerviosas en el cerebro y la entrada de virus para infectar células. “La gente común puede beneficiarse gracias a estas investigaciones fundamentales sobre el modo en que funcionan las células, que tiene consecuencias inesperadas y espectaculares sobre sus vidas”, destacó Schekman, profesor de la Universidad de California en Berkeley. Y fue optimista en sus anticipos y posibles aplicaciones: “La ciencia avanzará. Somos entusiastas por lo que hacemos en nuestro laboratorio”.

Rothman
James E. Rothman
 (nació en Haverhill el 3 de noviembre de 1950), hijo de un obrero metalúrgico, es biomédico e investigador científico norteamericano. Obtuvo una licenciatura de Yale University en 1971. Inicialmente se matriculó en Harvard University para estudiar medicina, obtuvo un doctorado en Bioquímica en 1976. Fue luego, hasta 1978, becario posdoctoral en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Rotman comenzó su carrera en el departamento de bioquímica de la Universidad de Stanford en 1978; en 1984 fue nombrado allí como responsable de una cátedra. Estuvo vinculado como profesor de biología molecular a la Universidad de Princeton entre 1988 y 1991 y posteriormente fue uno de los fundadores del departamento de bioquímica y biofísica celular del centro médico para el cáncer Sloan-Kettering, que luego llegaría a dirigir. En 2004 fue nombrado en la Universidad de Columbia como profesor de fisiología y biofísica celular y director del Centro de Bioquímica. En 2008 se convirtió en profesor de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Yale, actualmente dirige allí esa cátedra y es el jefe del departamento de Biología Celular.

Rothman en el año 2002 ganó el Premio Lasker de investigación médica básica. En 2010 recibió el premio Kavli de Neurociencia junto a Richard Scheller y Thomas C. Südhof por "el descubrimiento de las bases moleculares de la liberación de neurotransmisores". Rothman en particular, descubrió cómo funciona una proteína que permite que las vesículas celulares se fusionen con sus objetivos, para luego lograr la transferencia de la carga. Las diferentes proteínas se unen solamente en combinaciones específicas, asegurando así que la carga se entregue a una ubicación precisa.

Randy Schekman (Saint Paul, Minnesota, Estados Unidos; 30 de diciembre de 1948) es biólogo celular e
Schekman
investigador científico estadounidense. Hijo de inmigrantes alemanes, pasó sus primeros años en la ciudad de Saint Paul, donde ejerció diversos oficios para pagar sus estudios. Realizo un pregrado en biología en el campus de Truckee (Estados Unidos) de la Universidad de California. Posteriormente un doctorado de la Universidad de Stanford, institución en la que también realizó una tesis posdoctoral sobre la duplicación del ADN y actualmente es profesor de la Universidad de Berkeley. Desde el 1992 es miembro vitalicio de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.


Thomas C. Südhof (Gotinga, Alemania; 22 de diciembre de 1955) es biólogo, neurólogo e investigador científico. Fue doctorado en la Universidad de Harvard y discípulo de los ganadores del premio Nobel de Medicina en 1985 Michael Stuart Brown y Joseph Leonard Goldstein, cuyo trabajo sobre la mecánica de transmisión de los fluidos celulares serían el punto de partido de su tesis posdoctoral. Actualmente es profesor de la Universidad de Stanford.
Sudhof

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