¡No te equivoques!
Agosto 23 del 2020
Hay quienes llegan a tu vida y nunca se van, aunque pasen todos los años de nuestra existencia; cuando se inició lo que sería mi tercer semestre de química en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), había una nueva camada que ingresaba, entre los nuevitos estaba Miguel Castellanos De Moya, Pichi… pero con él llegaron también sus hermanos Rita (también estudiaba química) y Bernardo (ingeniería), de manera destilada; afiancé la imagen que tenía de su mamá, doña Colombina y por coincidencias del destino, su papá representaba unas líneas farmacéuticas de primer orden, y el mío había emprendido la producción nacional de medicamentos.
Ya me había dado un par de empujones con Sergio Taveras, miembro de la selección nacional de baloncesto, y cuyo primer recuerdo es que leyendo el Listín Diario a inicios de la década de los años de 1970, comenté justo delante de mi viejo, palabras más, palabras menos: «aquí dice que el novato del año debe ser un tal Sergio Taveras». Antes de terminar la frase ya tenía la respuesta: «ese tiene que ser hijo del doctor Sergio Antonio Taveras Fermín». Mi viejo era más que una biblia ambulante, se conocía a todo el ser vivo entre nuestros 48 mil kilómetros cuadrados; todo el mundo lo conocía; y tenía el país registrado en sus manos.
Para esa época, un 31 de diciembre compartiendo con el tío Pepito (José Andrés Bosch Gaviño (Nov.30.1907
en La Vega; 1976 en Santo Domingo), antes de llegar a la casa, y con dos petacazos encima, recitó los nombres de
todos los propietarios de las fincas de iban desde Santiago a Montecristi, al borde
de la carretera, y no contento, también las de Montecristi a Santiago, al otro
lado del camino. Aún me sorprendo con la vivencias de mi viejo y terceros,
hasta la única vez que caí preso, por un incidente de tránsito, se me acercó un
pendejo, no con buen aspecto, y me asesinó con esta frase: «rubio, tu eres hijo de Rafael Madera, ¿verdad?»…
tímidamente le respondí: si, y me
apabulló: «aquí, siéntete como un príncipe,
yo lo conozco, el hace mucho bien en mi barrio, aquí no te va a pasar nada».
¡Me
callé!
En El Día (Ago.25.2014), Milagros Ortiz Bosch apuntaba en entrevista a Dominga Ramírez: «tenía que visitar sistemáticamente la cárcel de La Victoria para ver a su tío Pepito Bosch Gaviño, que era un “excelente mecánico y caía preso por ser hermano de Juan Bosch, por un robo de electricidad que nunca hizo, por un puñal que nunca tocó, por un revólver… en fin, el estado de injusticia obligó a que uno tuviera la visión de que había una manera de vivir mejor».
En Dialogo y Deportes, un portal electrónico, encentre: «a mí me habían condenado a un año y 300 pesos de multa. En el momento me sentí feliz, pues era muy joven y consideré que un año pasaba rápido. Pero me enteré de que a Pepito Bosch Gaviño también lo habían condenado a un año y 300 pesos de multa, que él de inmediato pagó. Al momento de yo llegar ya tenía 5 años preso, y cada vez que le preguntaba al coronel Horacio Frías (Ejército Nacional, entonces jefe de la Penitenciaria Nacional de La Victoria) que cuándo lo iban a soltar, le respondía que el día en que su hermano Juan Bosch volviera al país. Es decir que yo tampoco tenía esperanzas de salir de allí».
Hay muchísimas anécdotas de Sergio, el más contemporáneo a mí, que tampoco es que lo sea tantísimo (Sergio Antonio del Corazón de Jesús Taveras Valerio, Ene.24.1948 en Santiago). Los bailes en el Club Deportivo Naco, sus aventuras con el padre Cucho, las incidencias en las prácticas de baloncesto, una bonhomía fuera de todo lo imaginable, y las patadas que se daba con Frank Kranwinkel Zaiter a la entrada del Auditorio Eugenio María De Hostos. Porque Sergio y Frank, amantes de las artes marciales, también eran los detectives de todas las películas.
Hoy Sergio está interno en el Centro Médico Cibao, en Santiago, la ciudad corazón, el primero y más hermoso Santiago de América, junto a una de sus hijas, afectados de Covid-19; a él se le complica más el cuadro clínico porque a estas alturas es hipertenso, diabético y arrastra problemas cardiovasculares.
Yo no soy el más fervoroso hijo de Dios sobre la faz de la tierra, pero públicamente le pido al Señor, como debería también usted hacerlo, independientemente de su confesión, y reclamar: «Señor, ¡no te equivoques!... mira para otro lado, pero a Sergio tienes que dejarlo aquí, junto a nosotros».
Con papá Tejeda intercambio todos los días algunas palabras; él me envía sanos conocimientos para llevar a la práctica cotidiana, y yo, atrevidamente le respondo con mis gracias más mohosas; ayer me regaló estas líneas, que calaron hondo: «nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo», (Filipenses 2:3).
No me vengas con que su compadre Franchie (Francisco Adolfo Prats Ceara, Oct.16.1954 en Santo Domingo; Ago.19.2019 en Santo Domino) en una de sus ñoñerías te lo pidió, porque no voy a creerte; tampoco que Chicho (Cándido Antonio SIbilio Hughes, Oct.03.1958 en San Cristóbal, República Dominicana; Ago.10.2019 en San Gregorio de Nigua, San Cristóbal) le quiere cobrar una de sus bromas pesadas, dizque en retaliación porque le dijo: «mire novato, aquel viejito número 7 (Alejandro Tejeda) y yo somos los veteranos de esta selección, así que a partir de hoy usted me carga mis bultos; nada de que Humberto, ni que Faisal, aquí, el detective soy yo». Mucho menos que el padre Chuco (Ignacio Tomás Villar Iturriaga, Mar.30.1938 en Caibarién, Las Villas, Cuba; Ago.29.2018 en Posadas, provincia Misiones, Argentina) estando destinado en la parroquia de los Santos Mártires de Posadas, va a escalar el Aconcagua y necesita a su colaborador más fiel… ¡a otro perro!
Cantaban las adolescentes camino al Pico Duarte, a pleno pulmón y sin ningún recato y para que todos lo supiéramos: «padre Chuco, si te agarro te machuco». Tiempos, donde por ejemplo, los padres de las niñas que estudiaban ballet le dijeron al Comité Organizador de los XUU Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en nuestra ciudad capital en febrero del 1974: «no vamos a permitir que ninguna de nuestras niñas pasen a formar parte de la pre-selección nacional de gimnasia, capaz y se dañados por tantos malandrines que hay en el deporte dominicano».
Total, Señor, hay por ahí unos y muchos hijos-de-la-gran-puta con los que podrías entretenerte primero, y seguro te darán más placer para malignas travesuras, sabiendo que san Pedro no los dejará cruzar por las puertas celestiales. Si se te olvidan algunos nombres, te puedo proporcionar un listado, de criollos e importados.
De Pichi, que está en Cincinnati, Ohio, recibí este mensaje: «cada minuto alguien deja este mundo atrás... todos estamos en “la fila” sin saberlo... nunca sabremos cuántas personas están delante de nosotros… no podemos movernos al fondo de la fila… no podemos salirnos de la fila… no podemos evitar la fila… así que mientras esperamos en línea... ¡Haz que los momentos cuenten!».
Ignacio Tomás Villar Iturriaga |
Si tienes a Sergio, en la fila, sólo tú lo puedes devolverlo de nuevo a la cola; él no es Wenceslao, que se te escondió, y cansado igual te lo llevaste “por caco pelao’”. Muchas veces admito que ha sido un payaso impostor, porque a nadie le ha amargado la existencia; sólo su presencia nos pasea por infinitos mundos mágicos, nunca dejó de actuar como un chiquilín cibaeño, nunca nos quitó la capacidad de asombro.
Estando en la élite de la élite, la crème de la crème, continuó siendo un joven supernova, capaz de explosionar en armónica felicidad, con visos de humor gris (mi dermatólogo se sentirá feliz al leer esta expresión; ella me acusa de tener un humor ácido que pocos entienden); acompañó a sus amigos en todas sus aventuras; era el primero en subir cada primero de enero al camión que rentaba Chuco para marchar al pico Duarte, travesía que aún el Centro Excursionista Loyola (CEL) continua realizando cada año, cada primero de enero; cinco de mis 10 hijos, los tres que son sangre de mi sangre, y dos de otros padres (Carlos Mario Salazar Gross y Rafael Arturo Fernández Pantaleón) han escalado la más alta cumbre del Caribe; y expedición que conocí cuando tres de mis hermanos se embarcaron en ella; anécdotas incluidas.
Un día escuché de este crak (palabra ahora de moda en el mundo deportivo) rumiando sus infinitas bondades: «he sido tan bárbaro, pero tan bárbaro, que engañé a Félix Aguasanta, Humberto Rodríguez, Faisal Abel Hasbún, Alejandro Abreu Reinoso, Osiris Duquela, Alejandro Tejeda, al reverendo Lira (Néstor), a Manolito Alfaro Ricart, a Virgilio Travieso Soto, todos me consideraron un jugador de baloncesto, hasta que llegó Pututi (Pedro David Curiel, otro santiagués como nosotros), y me dijo: “Sergio, creo que ya está bueno, tu a mí no me vas a engañar, y creo que debes ir pensando en retirarte”, y me retiró».
No recuerdo si Sergio fue parte del proyecto que empezó un desconocido
Steve Clark en 1972, ni en cuantas selecciones estuvo, pero se vistió de corto
para la epopeya más grande que jamás hemos vivido, el Campeonato Mundial de
1978 celebrado en Manila, Filipinas. Ahí estuvo con sus inseparables Franchie, y Aldo Leschchorn Ariza, también
del conjunto azul celeste se presentaron Tony Fraden, Eduardo Gómez, y Winston
Royal, junto a ellos, Pepe Rozón, Manolito Prince y Kenny Jones del San Lázaro,
Vinicio Muñoz y Evaristo Pérez del San Carlos, e Iván Marino Mieses Campillo
del Eugenio Perdomo. Faisal Abel comandó ese pelotón, asistido de Alejandro Tejeda,
también concurrieron el inmortal Manuel de Regla Lugo Barinas, Varilla, primer dominicano en reforzar
en el exterior, Frank Kranwinkel Zaiter, Virgilio Travieso Soto, Manuel Acosta, Cheché Arias, y el general Marcos
Antonio Jiménez Chávez. Pedro David Curiel
Con la insolencia con que los superhéroes de ficción consiguen teledirigir nuestras voluntades, no sé si nuestro detective inyectaba kryptonita en los almuerzos de los rivales, pero estuvimos a sólo tres puntos de colarnos entre los mejores ocho del mundo en esos lejanos parajes, porque además, nunca jugamos en el escenario principal, todos nuestros encuentros fueron en un suburbio de Manila (Araneta Coliseum en Quezon City, aunque a nadie le alcanzó el tiempo para aprender el tagalo); después de la paliza que inicialmente nos regaló Estados Unidos (104 por 65), nos recuperamos y caímos frente a Australia de dos (74 por 72), y ante Checoslovaquia (82 por 81). ¡Qué inocentes éramos entonces!... albergamos artificios y fantasmagorías, ilusiones, pulsamos el botón de las precocidades impensadas, subvertimos un juego hasta entonces fulminante e insospechado para nosotros, cuya máxima aspiración en esos tiempos pretéritos era alcanzar las glorias de Puerto Rico, nuestra referencia más cercana.
Ven, Señor, siéntate ahí, oye lo que te voy a decir (frase acuñada en mi repertorio más intimo) una vez más: «Señor, ¡no te equivoques!... mira para otro lado, pero a Sergio tienes que dejarlo aquí, junto a nosotros». Egoístamente, si se quiere, tienes que permitirnos paladear cada castillo mágico donde nos llevan sus palabras, tu sabes que a él le falta más de un tornillo, hablando en dominicano, pero con el llegamos a la luna, administra las teorías de todas las relatividades, diseña leyes electromagnéticas inadvertidas, bucea entre las estrellas como Carl Sagan o como el tío Cacho (Oscar Azcui, en San Bernardino, Chile), y hasta apaga la luz de las mesitas de noche para que todos tengamos un sueño reparador.
«Señor, ¡no te equivoques!... mira para otro lado, pero a Sergio tienes
que dejarlo aquí, junto a nosotros». No puedes convertirte
repentinamente en un guionista maldito, porque como yo, muchos estarán suplicándote
y rogándote.San Lázaro, 1972
No alteres más los pasos de nuestras escasas sonrisas, sabes él que conoce los secretos de nuestras actividades, se apoderó de muchos instantes de felicidad de cada uno que lo trató, así, debajo que ese cuerpo que sabía reflejar una energía envidiable, lidiaba por nosotros, se inyectaba la kriptonita por todos sus amigos (en el mejor sentido de la palabra, no nos equivoquemos, que sé que a mí me leen muchos admiradores confundidos con escasa capacidades comprensivas), volaba, combatía y aún es capaz de tomar nuestro relevo en cualquier hostilidad, sabia difuminarse, nos hacía soñar, y nos hace imaginar.
«Señor, ¡no te equivoques!... mira para otro lado, pero a Sergio tienes que dejarlo aquí, junto a nosotros», lo único adicional que te pediré es que no emules su acción cuando en la inauguración de un torneo superior en el mismísimo Palacio de los Deportes, en medio de los saludos protocolares, le entregó una piña al importado del conjunto rival. Cuando terminó la ceremonia y antes del salto al centro, el jugador pasó a la bancada del Naco, y le cuestionó de por qué una piña en una cancha de baloncesto. Sergio le respondió: «porque eso es precisamente lo que de daré en el juego, mucha piña, esa está dulce, aprovéchala». Coloquialmente, cuando se da piña, es que se asume el juego más rudo dentro de la duela.
«Señor, ¡no te equivoques!... mira para otro lado, pero a Sergio tienes
que dejarlo aquí, junto a nosotros», a Sergio no le des más piñazos, ¡por
favor!.
Un buen recuento que me lleno de gratos recuerdos de nuestra amistad/hermandad. Me uno a tu plegaria por la recuperacion de Sergio (El Detective).
ResponderEliminarEmotivos recuerdos. Ruego por la salud de Sergio, y pido su pronta recuperación. El Señor tiene la potestad de hacerlo.
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